jueves, 21 de noviembre de 2013

El hogar de la mujer barbuda

"Tú cargarás con mi pena." Cristina Rosenvinge

"One should always play fairly when one has the winning cards." O.Wilde

No abarco con todo lo que tengo y no encuentro a nadie para regalarle mi pena. No es una pena muy grande, creo que es de tamaño medio -es decir, un tamaño que abarquen mis manos, 20 centímetros desde la base de la mano hasta el dedo corazón- y está hecha con todo lo que escupe la gente hetero por su boca pensando que es muy educada y que hace una gran labor humanitaria. Me abruma tanta solidararidad y tanta política correcta, por no decir que me estomaga y me resulta tan superficial como la grasa que queda encima de la taza de té que me estoy tomando ahora mismo.

Es una pena que se origina, según parece, en lo que se llama decepción adulta o madura, algo que queda más francés de lo que es, en realidad. No lo tengo muy claro porque me cuesta ver las macroestructuras de cualquier cosa. He de decir que estoy trabajando en ello, aunque espero que no como el fantástico Papá-Gobierno en la crisis.

Estoy cansada de la precariedad emocional de aquellas que se ponen enfrente de mí y me intentan convencer, a modo de policías de psicología new age, de que soy yo la que excedo la emoción, después de haber sufrido cuatro abusos que pueden ser etiquetados, nombrados y que forman parte de esta sociedad heteropatriarcal. Después de que cierren tu espacio de movimiento, despistadamente, por detrás, como si te intentasen encular torpemente (y mira que me ponen el sexo anal y todas sus políticas), y  después te preguntan cosas que les resultan exóticas para que, por enésima vez sigan sin entenderlas, sabiendo que no tienes que explicárselas.

Hasta donde yo he llegado he tenido un camino que nadie me ha contado y que yo solita me he fraguado, inventado y reinventado, a golpe de polvo en las rodillas y tierra en los zapatos; a golpe de poner cuerpo leído desde vuestras miras tan cortas. Porque es cierto. No abarcáis todo lo que no es vosotras, no lo entendéis y nos mantenéis como la mujer barbuda en un escaparate, una excentricidad  para copiar todo lo que os resulta tan exótico, tan post-post, tan bizarro. Nos copiáis que nos llamemos perras, y que disfrutemos del sexo de manera libre y sin el oscuro mundo de vuestra jodida maternidad; os apuntáis en vuestras filas personajes que son de las nuestras y de una manera descuidada leéis de ellas sólo lo que os interesa para que nada dañe vuestras causas. 

Pequeños abusos que se entretejen entre las relaciones en las que las demás (heteros) marcan siempre las pautas y que te resultan adversas siempre, porque todo lo que tú seas, desde donde tú decidas, tu voz y tu grito y tu susurro y tu silencio, siempre son menos cualquier cosa que los suyos, o se lo apropian como suyo, despolitizándolo en sus cuerpos, en sus gestos, convirtiendo lo tuyo en algún tipo de jodida represión pseudofeudiana (patologización) de alguna jodida carencia familiar que crea nuestra historia desde el punto en que vosotras nos dejáis crearla. No entendeís una mierda porque entender algo diferente a lo vuestro siempre va a poner en duda lo vuestro, todos esos cimientos que creéis que ponéis en entredicho con tres jodidos talleres de FEMINISMO INSTITUCIONAL. Prótesis que entendéis como naturales, como extraños conceptos de naturalidad, cuando esa la perdimos en el momento en que nos nombramos en un grupo, dentro de un grupo y para un grupo. 

Pequeños abusos que van calando, como la niebla en los huesos, en la piel, y que producen barreras infranqueables, diques de cómoda contención para vosotras sobre todas nuestras políticas, sobre todas nuestras construcciones.

Sonríes cuando te pilla el día sensible, haces muecas, pones caras y sigues teniendo que comer su mierda hetero sin saber cómo deglutirla. Mainstream de un mundo regurjitado hasta el infinito. Máquinas que comen y cagan sin saber de qué coño va todo esto (como El antiedipo de Guattari y Deleuze); pero eso sí, muy correctos, muy educados, muy hegemónicos. Porque tú eres su puto mono de feria y mientras les diviertes otro abuso más, esta vez sobre tu novio, que es una niña muy guapa. Viva la infantilización de nuestras sexualidades y jódete si te jode porque eres una exagerada que desborda demasiada emotividad mientras sonríes ya con mueca y sin cuchillo. El cuchillo es para que, por un segundo, vean el mundo desde quien está fuera del grupo; desde la que esta fuera del grupo, donde no hay comodidad. No hay paz en vuestros espacios, no hay respeto en vuestros entornos, no hay hogar para la gente como nosotras en vuestros hogares, pero sabemos agruparnos, como las ratas, como las perras callejeras, como las cucarachas. Y entonces tendremos cuchillos y botas con puntas de acero y tanques que sólo utilizaremos para la guerra fría, nuestra guerra fría para que, durante dos segundos, no haya hogar para nadie, no haya paz para nadie, y podamos construir desde las ruinas, desde el límite, desde la frontera.