viernes, 21 de diciembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo; Sobre anuncios

Llegan las Navidades y con ellas una retahíla de anuncios de colonias, chocolates y juguetes para espabilar nuestro deseo y nuestra lascivia hasta el paroxismo y hacernos deseantes de aquello que el plasma nos enseña, convirtiéndonos en seres fetichistas durante unas cuantas semanas, depositando en ese deseo sobre la mercancía, las expectativas de lo que se parecen a los sueños.
Yo, por de pronto, quiero un reno con una nariz roja y que vuele por los aires y eso, hasta ahora, nadie me lo ha ofrecido.

Dejando a un lado especulaciones sobre la demanda, el deseo y la oferta, me han llamado la atención dos anuncios muy distintos (tanto por la "mercancía" de lo que anuncian como por la estética, evidentemente adaptada a esa "mercancía") que a mi se me han antojado parecidos y con el mismo trasfondo, del que estoy entre harta y hastiada.

El primero es el anuncio de Stop a la violencia de género. En este caso pone la cara Imanol Arias que reza con la frase Si la maltratas a ella me maltratas a mí. Claro, el "mí", es el rostro de un hombre varonil, lo que hace que la violencia de género sea doblemente violenta pues sigue confiando en la figura del hombre príncipe que te va a salvar, desposeyendo a la mujer de recursos para empoderarse, frustrándola doblemente al no darle la posibilidad de una respuesta violenta ante la violencia ejercida desde la cuna del género. Es decir, para que una mujer salga de la violencia de género necesita a un hombre concienciado. Sería un digresión muy larga, pero hemos convertido las emociones en mercancías canjeables, en productos que pueden ser vendidos y necesitan de un comprador, y entre la emoción-mercancía y el comprador tiene que haber una identificación que se ha formado con un discurso completamente mainstream.
 El otro es un anuncio que han decidido llamar revolucionario porque utilizan a un Brad Pitt -con barba de tres días y pose de aventurero sensible-  hablando de un perfume que utiliza una "ella", que resulta ser ineludible, como una marca, como una presencia que no desaparece y que permanece en la memoria, en el recuerdo. He de confesar que el texto me gusta, el ritmo, la voz en inglés -que siempre me ha resultado exageradamente sexy-,  pero el conjunto del anuncio no. El anuncio ha decidido que el hombre -eterno presente en la vida de las mujeres- ocupe también su lugar en el espacio del anuncio femenino, siendo el protagonista y relegando a la mujer, objeto del anuncio, a esa marca ineludible que ella tiene que dejar en el hombre. Es decir, la mujer objeto anunciante de fragancias femeninas ha sido sustituida por un hombre activo deseante de la mujer objeto de cualquier anuncio de colonia y que lleva un discurso enterito en masculino con un nosotros continuamos.

Si además el hombre lleva pose de sensible y aventurero mucho mejor, porque así la historia que venden es la del amor frustrado, no conquistado. Es decir, el mito del amor romántico que no come perdices. Un amor muy del gusto de escritores del S.XIX como Baudelaire u obras como una maltratada Madame Bovary o Ana Karenina.

Es cierto que el hombre en los perfumes femeninos siempre suele estar, como nombrado o como innombrado pero latente (la mujer objeto de anuncio de colonia es objeto para alguien, la fragancia la objetualiza para ese alguien y en ese alguien siempre colocamos un ojo-hombre), porque entendemos que los perfumes, en su mayoría sirven para el flirteo amoroso-sexual y este flirteo siempre es heterosexual, excluyendo así a cualquier deseantx que no encaje en deseo heterosexual.  
De hecho el anuncio de Brad Pitt hace referencia o recoge el testigo del anuncio de Keira Knightley   para la misma casa, donde una aventurera motorista se lía con un fotógrafo que parece quedarse prendado y ese fotógrafo, entonces joven, es el madurito interesante Brad en este novedoso anuncio.
Es decir, en los dos anuncios, la mujer pierde espacio para cederlo a los hombres, volviendo así a la imagen de la mujer en el espacio de lo íntimo y de lo no público, porque para lo público ya están los hombres; bien el hombre príncipe salvador o bien el príncipe aventurero que la dejó escapar para que otro la protegiese y quisiera y salvara, porque era una fierecilla al más puro estilo shakespeariano.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: Diciembre

Has pasado cuando el coche estaba parado en un semáforo, era un día de esos de niebla densa. Te he reconocido, como si de un ente se tratase, te he reconocido a pesar de no ser  ya la persona que yo conocí. Me he sentido con cierta vergüenza, te traté tan mal. Siempre que me acuerdo de ti paso vergüenza por mi y por lo que te hice. Si dijera que no era mi intención hacerte daño te estaría mintiendo de manera cruel y sin vergüenza. Me gustabas pero no tenia ninguna intención de darte aquello que tú querías. Sólo quería dejarte en ese standby que me hacia sentirme fuerte y extrañamente sexy.
Lo siento, es algo tarde pero en mi defensa -si es que tiene defensa el jugar libremente con alguien, sin firmar un contrato para que me dejases hacerte daño- diré que me gustabas mucho, que me ponías mucho, pero yo andaba trasteando con otrxs y tú eras el segundo plato, el mismo segundo plato del que yo venía.  Me convertí sin esfuerzo en aquello de lo que andaba huyendo, pero de verdad que me gustabas, incluso pensé en liarme  de manera habitual contigo, pensé en que era posible que pudiéramos tener algo juntxs y ser felices con ello.
Recuerdo tu olor a cuero mojado, el olor a tabaco picado, a la colonia de tu hermano, tu pose interesante hacia dentro. Una fortificación imposible de conquistar y yo sólo quería conquistarla con un standby. Lo siento, y sobre todo lo siento por mí. 
No sé por qué extrañas circunstancias el que sufre se convierte en dador de sufrimiento sin quererlo y sin complicación alguna; no sé en qué momento pude parar el rol que empezaba a desempeñar, pero me hacia sentir tan fuerte, me hacia sentir tan sexy, que me costaba dejarlo. No calculé los daños colaterales, lo reconozco, y el campo de batalla fue mi cuerpo, fue tu cuerpo y los bares a altas horas de la noche. Lo siento, no soy un buen soldado y tampoco soy un buen capitán. Lo sé porque te diste cuenta de mi trampa y te diste cuenta de que andada manipulándote para seguir dejándote en ese standby. No se me dio bien el papel de femme fatal y mira que lo intenté con todas mis fuerzas. Intenté apropiarme de lo inapropiado a través de ti, y lo hice tan mal que te diste cuenta y simplemente me convertí en una mamarracha con labios rojos de femme fatal que aún sigo llevando.
Te diré que me he construido después de las estupideces que hice contigo, porque hice unas cuantas, pero sé que si me vuelve a pasar, puede que  vuelva a hacer daño,  puede que vuelva a intentar sentirme fuerte y sexy aunque sea gracias a otrx tú, y yo venga de volver  a ser el segundo plato de otro alguien. Después, eso sí que intentaré hacerlo mejor -en el fondo es de lo que más me arrepiento- pediré disculpas por ser a veces así, por ser  a veces cruel y manipuladora y estaré a la disposición de la persona que las pida, e incluso aceptaré, que no quieran admitir mis disculpas y me volveré a construir con aquello que me avergüenza y con aquello que no me gusta de mi, porque sé que la luna tiene siempre dos caras.



domingo, 9 de diciembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: de cómo ser


Es curioso lo que debemos a lxs demás de nosotrxs mismxs. Gestos, maneras de hablar, estructuras del pensamiento. No es mi intención diseccionarme para saber qué hay de mí y qué hay de los demás en mí. Me parece relativamente absurdo y sobretodo una especie de Ítaca. Así que con lo propio y lo prestado, unx se vive y hace que lxs demás lx vivan como si de un juego de muñecas rusas se tratara y, como en el juego de los espejos infinitos, el yo que se duplica esperando no tener que repetir la escena de esa mítica película y acabar disparando a los espejos, buscándose.

No creo que sea capaz de explicarlo mejor que Kundera en la Inmortalidad, pero es curioso cómo sin querer, nos apropiamos un poco de lxs otrxs y lxs otrxs se apropian un poco de ti cuando un gesto, cuando una palabra, cuando una estructura mental es recogida por el espejo otrx y el espejo yo y la repite, a veces con variantes, a veces practicamente igual. Como si de Elmyr de Hory se tratase. En estos múltiples espejos que somos nosotrxs en los otrxs y lxs otrxs en nosotrxs, van confluctuando identidades, van estableciéndose dialécticas, se van creando resignificaciones e, incluso, extraños fetichismos con los que a veces no nos gusta nada vivir y con los que otras, en cambio, sin un motivo aparente, como si de alquimistas se tratase, congeniamos. Cuando ocurre esto nos rodamos como cantos en aguas que cambian de fuerza y de turbiedad, sin dar mucha importancia al nosotrxs, al yo, dejándonos llevar por el propio proceso de fluir. Es evidente que esto ocurre pocas veces y que cuando ocurre lo llamamos de múltiples maneras, amistad, amor, compañerismo...
Procedemos de una cultura dicotómica, de una cultura binómica donde hay un yo y tú, donde hay un original y una copia, donde hay una vigilia y un sueño, donde hay una mente y un cuerpo, donde hay un intimo y un público, una derecha y una izquierda, un masculino y un femenino, un hetero y un homo, y nos cuesta congeniarnos como un todo sin que con ello busquemos una especie de unicidad, en relación a entendernos como únicx, porque no se nos puede definir como únicxs, puesto que en nosotrxs llevamos una herencia, una manera que no podemos identificar como propia y, por lo tanto, como única.

Necesitamos de lxs demás en la medida en que lxs demás también necesitan de nosotrxs, vivimos en grupos y buscamos el grupo y, cuando lo hallamos, nos ponemos a crear nuestra identidad individual con pequeños retales de otrxs. Creamos una historia con palabras, vamos eligiendo esas palabras buscando en ellas una especie de efecto óptico que nos devuelva un significado o nos resignifique.  Nos encontramos a veces en los otrxs; las otras personas, los otros libros, las otras películas, los otros cuadros y lxs otrxs a veces se encuentran en nosotrxs. Nos copiamos, nos imitamos y hacemos que el exterior forme parte de lo ulterior de nosotrxs mismxs en un juego a veces cruel, a veces perverso, a veces cómodo como unas zapatillas e incluso a veces anodino y, en esa búsqueda de nosotrxs nos vamos haciendo, porque la propia búsqueda es el encuentro, porque es el camino lo que hace el camino, la construcción de ese camino.
Sabiéndonos deudorxs de lo que lxs demás nos han prestado en ese camino y sabiendo que en ese camino también seremos compartidxs y perdidxs y encontradxs y olvidadxs y recordadxs e incluso en la copia maltratadxs y cuidadxs. Y ahí devenimos en lo que nos empeñamos en llamar ser, en llamar alma, sin encontrar un principio que nos contenga y un final que nos dé aliento y eso es lo realmente maravilloso de ser unx copista copiadx e incluso unx ilusionista.
Así que últimamente, ante tanto cansancio de palabras cajón en las que no cabe nada y cabe todo, de tanto maltrato a la palabra auténtico y de tanto aplauso a la misma, de tanto cansancio de power point con ositos que me hablan de ser únicx, de ser bellx y demás sandeces platónicas y arcoiris, decido devenirme en algo que se me antoja llamar "cosa" y me reivindico como cosa, esta cosa de carne, hueso y sangre, porque ser ya no me gusta y es harto cansado explicarlo.





viernes, 16 de noviembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: Hace algo más de 10 años

Te volví a conocer un día cualquiera del final de un verano, cuando hacías de niñx perdidx con unos pies muy pequeños para llevar zapatos de vestir.  Hace, de esto, algo más de 10 años. Entonces siempre llevaba camisas de mi padre.
Después, entre cosas, líos, universidades, acabamos en la cama y formando una pareja.
Ayer leíste en público. Llevábamos discutiendo toda la semana por platos, sábanas, Saussure y Barthes. Discutíamos por significados y significantes, discutíamos porque a veces somos incapaces de entendernos, esas veces en que nos perdemos entre las palabras.
Pero ayer leíste en publico, leíste un poema que no recordaba conocer. Un poema muy post, con alusiones a otros poemas, con alusiones a un viernes noche que no recuerdo, pero del que tú tienes un nítido recuerdo. Como si lo hubieses fotografiado en tu memoria, como si lo hubieses grabado en el poema.
Te observé, te diseccioné desde lejos. En esos sitios siempre eres tú lx protagonista, y yo me quedo en un cómodo fuera de campo que me permite verte mientras hablas, que me permite reconocerte entre una multitud de caras que son conocidas. Estabas realmente bien, corbata vaquera, camisa, gafas negras que te dan un aire alejado de esta meseta. Me puse roja y los labios se me hincharon. No soy nada discreta en cuestiones sexuales. Leías y yo sólo podía pensar en lo cachonda que me estaba poniendo al verte así desde lejos. Primero eché la culpa al agua de valencia, al vino y a las brochetas de fruta. Pronto descubrí que no había tomado tanto alcohol como para ponerme cachonda, así que tuve que asumir que el espacio público, la distancia y la inaccesibilidad era lo que me estaba poniendo.
Te veía mover los labios pero me costaba entender lo que decías. Empecé a tener calor, así que salí despacio a la calle y respiré, estaba chispeando y la calle estaba llena de gente. Te vi desde el escaparate, eras un codiciado objeto y estabas rodeadx. Pasabas los folios despacio, lentamente, y mascabas las palabras con una grave entonación. Alternancia de protagonista en el precario escenario. Conversaciones, libros y tú a diez pasos en un espacio que se me volvía absurdamente eterno, me acerqué y me presenté como si fuese la primera vez que nos conocíamos; sonreí y supe que la disección acabaría entre las sábanas, por las que habíamos discutido la semana entera.


                                    

sábado, 3 de noviembre de 2012

diario de la pérdida y el deseo: sobre lo íntimo

Después de los sustos y disfraces de la noche de las almas y del día de todos los santos hemos decidido ir de exposiciones.
La primera que hemos visto es una de fotos de Marilyn. Marilyn y lo que queda de ella detrás de los vestidos de noche y los flashes, detrás de la melena rubia y del 90-60-90. La Marilyn que lee Hojas de hierba de Withman, la Marilyn que escribe en su diario fragmentos inconexos de citas y frases de guiones. La Marilyn que come con Karen Blixen y Carson McCullers, la Marilyn en el césped con los pantalones capri, y la Marilyn que ojea, mientras desayuna, el New York Times. Y mientras veo esas fotos y releo en mi cabeza algunos de los textos que publicó Seix Barral en el libro Marilyn Monroe: Fragmentos (poemas, notas personales, cartas), intuyo una intimidad que me invento, una intimidad que construyo con pequeños esbozos de un montón de datos, de un montón de imágenes de alguien que deja de ser de carne y hueso y se convierte en icono de Warhol. Veo la cara de la otra Marilyn y me resulta mucho más fascinante porque, a mi antojo, a mis ojos, la vacío del icono y la recreo, la creo una nueva vida sobre lo intimo del patio trasero de una casa, sobre lo íntimo de un salón con biblioteca, sobre lo intimo de una cocina, sobre lo íntimo de un dormitorio o sobre lo íntimo de un sofá que resulta relativamente cómodo para quedarse dormida a la hora de la siesta mientras espera a que pase la tarde.

Después vamos a ver la exposición de otra rubia icono, Suites, series y secuencias de Jessica Lange donde, a través de imágenes, narra, esboza, viajes que ha hecho y enseña también parte de su intimidad, de una intimidad que recuerda a cualquier relato de Carver (en algunos retratos que Lange hace a su familia) a esos relatos que hablan de lo cotidiano, de un día cualquiera en una familia cualquiera, a esos relatos donde en el aire se suspende todo lo que no se aprende con las palabras para poder explicar lo que abarca el concepto de intimidad, de intimo en la familia. Es una intimidad construida, en tanto que es elegida por el obturador para que quien lo observe, la mirada voyeur que lo observa, recree intimidades, construya intimidades, narre las intimidades. Y entre intimidades propias elegidas, intimidades de otros que son congeladas por Lange, intimidades de espacios fronterizos, que traen a mi cabeza narraciones de algunos de los viajes que hacia Burroughs a México, de esos textos a caballo entre lo ficcional que tiene el texto narrado y lo real o documental que tiene explicar las experiencias subjetivas, recreaciones, imágenes que son, en parte, del lector que las ha leído y que las somete, las hace dúctiles al antojo de experiencias propias.
My bed (1998) de Tracey Emin
Entonces salimos y llego a casa y hago una foto con mi móvil de una parte de lo intimo que voy a colgar en un time line instagramer de fotografías de lo intimo, de fotografías que han construido el concepto de lo intimo con otras fotos, con otras fotos icónicas que versan sobre lo intimo, con otras fotos de lo intimo que se han construido con publicidad de franquicias de ropa interior y de calcetines confortables, con fotos que se han construido con escenas de películas, con fotos construidas de poemas o narraciones donde, curiosamente y a voluntad de lo correcto políticamente, se ha suprimido la parte de lo intimo que habla de lo escatológico, que habla de llegar a casa borracha como una cuba y poner la taza del water perdida, que hablan de levantarse por la mañana y ver el colchón con una mancha de sangre, y me pregunto si eso no lo hemos construido también con esbozos de otras narraciones y de otras películas, con obras como My bed de Tracey Emin. 
Y entonces, siento que nuestro yo es construido con otros yos, con otros retales de yo, con otros personajes, y me pregunto cuánto de íntimo tiene lo íntimo.

sábado, 27 de octubre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: de cómo ser padre

Ayer fuimos al cine, E y E, B y yo. Fuimos a la Seminci y recordé otras veces que habíamos ido a la Seminci.  Otros días de lluvia; cuando esperábamos fumando con las entradas en las manos a que empezara la sesión. 

Primero el corto (Le Pays qui n'existe pas), uno francés donde una adolescente que en pleno viaje a Eurodisney crece y se da de bruces con algo que puede ser y no termina y de ser. Un gran corto que refleja perfectamente esos momentos, esos pequeños espacios, cuando eres adolescente y estás de viaje con tus progenitores y llega la hora de la siesta y se comparte el espacio íntimo, ese espacio entre intimidad adolescente e intimidad de progenitores. Después Giger & Rosa, historia de amigas adolescentes (morena contra pelirroja) creando la eterna dicotomía que parece sufrir el género femenino, entre puta y comprometida. Como si una no pudiera conciliar las dos facetas. Pero lo que más me llamó la atención de los dos films fue la relación completamente invisivilizada -normalmente por la cultura mainstream-  entre hijas y padres. Es la historia que casi nunca se narra y, a juzgar por lo que yo sentí ayer, creo que empiezo a entenderlo.
Mi conflicto familiar como buena bollo, lesbiana o tortillera, es el tópico, el clásico entre madre e hija, malo, problemático, complicado, en una palabra, una relación jodida,  por lo que la figura del padre en este caso, el mio, pasa desapercibida. Al ir al cine y ver una relación entre padre e hija tierna, con una intimidad que normalmente se le permite a la madre, me sorprendí pensando en extrañas relaciones incestuosas, como si las protagonistas, tanto del corto como de la película, fueran descendencia de Anais Nin o de Lolita.
Intentaré explicarme un poco mejor. Normalmente cuando vamos al cine o vemos una serie, la madre, en un porcentaje alto de las veces, me atrevería a decir que en el noventa y nueve por ciento de los casos, es la que entra, la que penetra en el espacio intimo del adolescente (cuando la adolescente se ducha, cuando está en sujetador o probándose ropa). Da igual que sea niño o niña, la madre entra en la habitación se sienta en la cama o se mete en la cama del adolescente y absolutamente nadie lo ve mal, nadie tiene extrañas ideas sobre lo incestuoso. Pero si es el padre el que realiza muchas de esas escenas con una hija pre-adolescente o adolescente, si es el padre el que se encarga de lo intimo de una manera cuidadosa, candorosa o dulce, las imágenes de Lolitas y de Anais nos abordarán el pensamiento. Busquemos una escena entre una madre y una hija, es necesario que sea hija.  La sustituimos por un hombre que haga lo mismo que la madre, los mismos gestos, los mismos ademanes, y veremos con luces de neón escrito PELIGRO. No voy hablar por los hombres porque ellos suelen hablar por todxs lxs demás y eso me suele molestar bastante, pero sí puedo hablar desde mí y decir que casi no se tratan las relaciones entre hijas y padres y si se tratan, es de una manera superficial o de opresión, casi nunca desde lo tierno o desde lo íntimo.
 Es cierto que hay múltiples imágenes de padres, normalmente viudos, que se encargan de la manutención y el cuidado de lxs hijxs, pero cuando aparecen cumple la función de tutor, de consejero, nunca participan de la intimidad del adolescente desde lo emocional, desde el físico de lo intimo. La hija siempre se quejará de que echa de menos a su madre o, en su defecto, competirá con la otra mujer que no es la madre biológica, por las atenciones del padre, puesto que se sentirá desplazada (el típico caso de la cenicienta). Además, el contacto físico del padre parece estar aceptado cuando se es pequeñx, y se entiende por pequeñx antes de la pre-adolescencia. Voy a poner un ejemplo: la pre-adolescente o adolescente llora y llega el padre. Este la abrazará ampliamente, la abrazará con todo el cuerpo, normalmente no la apartará el pelo ni la secará las lagrimas con el envés de la mano. Pero si es la madre, la abrazará con todo el cuerpo y la apartará el pelo detrás de la oreja y la secará las lágrimas con el haz de la mano, sin palmaditas, sin pasar toda la mano grande de hombre por su pelo mientras la agarra.

Sí, lo sé es el hetero-patriarcado, todo un despropósito. 



miércoles, 3 de octubre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo; octubre 3 o cómo decir que os echo de menos

Cae la noche, que se va adelantando entre el aire que se mece y las temperaturas que bajan, y me he dado cuenta de que os echo de menos. Quizás echo de menos el sushi compartido de un viernes en una terraza que parece un ático, quizás echo de menos las conversaciones largas y tontas en cualquier bar donde no nos echasen, o los cafés en cafetera. Quizás, no es por ponerme sentimental, echo de menos la copa de vino y la marca que dejan los taninos en la copa, en la lengua, en las copas compartidas. Es caprichoso sentir que se echa de menos a alguien y que se estima su ausencia, que se estima el vacío como se estima el vacío que forma el cuerpo en el abrigo viejo, en el cuero gastado.
Es de noche y queda algún que otro adolescente montando en bike entre jardines con perros y dueños, que aplazan el silencio que llegará algunas horas más tarde. 
Llegan coches a los barrios residenciales, se apagan los motores. Cerraduras que se abren para, dos segundos más tarde, trancarse; despedidas de besos eternos, olor a frito, a baño, a césped recién regado, a río y la luna que hoy, todavía no sonríe.
Adormecido el cerebro, todavía os echo de menos, porque os extraño, porque me he acostumbrado a extrañar en el vacío que deja quien se va. Es como acariciar el agua con las puntas de las manos, como intuir los reflejos en un cuerpo trasparente. Vale, lo reconozco, ahora si que me estoy poniendo cursi, ahora si que me estoy poniendo algo decadentista, y sé que no me sienta bien, no me sienta bien esta especie de regocijo que encuentro en el insano sentimiento de echar de menos, pero es de noche, estamos en otoño y los nuevos planes se parecen a los planes de las navidades pasadas, del octubre pasado pero con un año más y alguna cana nueva. 
El caso es que pensé que podía deciros que os echo de menos y que, seguramente -como se dice siempre- pronto nos veremos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: 28 Septiembre

Es otoño y ayer me llamó P para darme las buenas nuevas de que había nacido un guaje grande y gordo y que andaba feliz. Feliz, con la que está cayendo, pensé.
No voy a decir que soy optimista, porque no lo he sido nunca. Mi tendencia a las películas francesas de los 60, tan del gusto de mi madre, me hicieron llevar esa pose pesimista y de humo de cigarro en bar, esa pose de una época que nunca he vivido. 
Nací con una constitución y fuera de una dictadura o eso me hicieron creer mis padres. No recuerdo gran cosa de ese hecho y tampoco recuerdo el golpe de Tejero, o mi juguete favorito. Y todo recuerdo, sobre Tejero, llega a través de narraciones de miedo de mi madre y de maletas pensando en pasar a Francia o regresar a Castilla. 
Desarrollé, con el tiempo, la empatia que mi género me hizo desarrollar y busqué, cuando la tendencia sexual era hetero, personajes que estuviesen al margen, marginales, porque me sentía cómoda con sus narraciones. Después,  mi tendencia sexual ha acentuado ese hecho, aunque haya sido un proceso largo, que no doloroso.
Me levanto todos los días, preparo el té, las tostadas compradas en una gran superficie, me visto, saco a N, beso a B en la boca, un beso de esos largos pero tristes y espero para ir a trabajar, un trabajo de esos en los que una anda teniendo mucho mes al final de mes. Un trabajo que una elije mientras espera encontrar el Trabajo. 
Desde que se nace, los padres de clase media, depositan una serie de expectativas en los hijos y en su vida, algunos las cumplen. Algunos consiguen cosas de esas que es normal que se quieran para los hijos (casa, dinero, pareja, felicidad, otrxs hijxs para mantener la herencia) otrxs no las conseguimos y lo más probable es que muchas de esas cosas no las queramos, o las queramos de una manera tan diferente que se creen brechas insondables e irreparables. 
Pero el problema no son las expectativas que los demás ponen en unx, pues con éstas, si unx se ha dado prisa y ha tenido una auténtica adolescencia, ya se ha enfrentado, y las habrá gestionado bien, mal o regular.  Uno empieza a encontrarse con sus limitaciones con el paso del tiempo y son las limitaciones, no las expectativas, las que duelen o se asumen,  y es el tiempo el que gestionará poco a poco la realidad tangible de cada unx. Es el tiempo, el paso del tiempo, no solo el que oxida y acerca a la muerte, sino el que coloca las expectativas donde le corresponden, cerca de las limitaciones y en la cotidianidad de la vida. En la realidad, una realidad que se hace de momentos anodinos y vulgares.
Entonces abres el frigorífico, como todas las mañanas. En la última balda de la puerta está la leche pero hoy, al sacarla y echarla en el vaso, se ha derramado y la mermelada está en las últimas y apuntas en la pizarra de una vida vida IKEA, comprar mermelada, y oyes despertarse a B en un dormitorio que tiene el recuerdo del olor a sexo de la noche anterior y llamas por teléfono al fontanero por trigésima vez para que arregle la lavadora, que no funciona el centrifugado, que el centrifugado está comiéndose tus expectativas con el aro del sujetador; y sales a la calle y te quejas para que alguien te devuelva la vida que era mucho mejor antes de que llegaran los padres vestidos de reyes magos, y descubres la trampa, descubres que la brecha que ha encontrado Bill Gates, sólo lleva su nombre.
Ves la televisión en el bar de la esquina y nadie habla de las expectativas, de lo cotidiano de las expectativas. Y alguien te da una palmadita en el hombro mientras termina su café importado de una gran explotación y envasado en la marca España y te dice, eres únicx y hay que ser creativx, hay que ser emprendedorx. Tú sonríes y llegas a casa para dar un beso largo a B, lleno de todo lo que no vas a poder ser.


martes, 18 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: 19 Septiembre noche

El día, que va perdiendo fuerza, y la noche, que va ganando casillas, nos avisan de que llega el otoño, de que llega noviembre y de que las nieblas guardan pacientemente en la esquina de algún cerro.
Aunque las hojas aún no tornan amarillas y las temperaturas son altas, la luz empieza a perder fuerza. Empieza a ser esa luz oblicua que se filtra entre las ramas y destella en rojos y ocres. Los horarios van ocupando el espacio vivido y las campanas de las iglesias parece que suenan más que de costumbre.
Las calles, al caer la noche, se vuelven silenciosas. Ese silencio de los días fríos y oscuros que calan por los huesos y que parece que no levantan. Las mañanas huelen a café, a prisas, a gasolina, a pan tostado y leche caliente; huelen a despertador despertando del letargo del abrigo de las sábanas, que ya pesan un poco más porque son, de nuevo, compañeras de mantas y edredones. 
No llueve, pero algunos días huele a lluvia, a esa lluvia que podría avisar que detrás de las montañas, al invierno, no se le ha olvidado regresar. 
Es mentira que detrás de las montañas esté el mar.
El invierno aquí es eterno y las noches son noches de lobos y cuentos largos que siempre parecen tener finales tristes.
Hoy he sacado la chaqueta de lana para dar un paseo nocturno con B y Nemo. Un paseo de ésos que todavía se resisten a ser paseos de sombras y silencios con una trompeta triste sonando. Un paseo que recoge a B y Nemo para alargar aquellos días en los que no había nada más que hacer, que estar entre sus pelos, entre sus cuentos y sus historias no contadas.
Creo, B, que ya empiezo a echarte de menos.



domingo, 16 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: sentimientos de des-legitimización de un 16 de Septiembre

Siempre resultará más elegante el que tiene dotes, aunque quede tercero o cuarto, si no se ha esforzado, que el que ha hecho méritos. Belinda Cannone



Ante tal verdad me tengo que pelear todos los días. Creo que no soy especialmente elegante, no estoy especialmente dotadx. Dotadx al estilo de Neal Caffre, o dotadx como lo es el Sherlock Holmes de la BBC. Esa manera de hacer las cosas sin esfuerzo, de hacer las cosas de esa manera tan natural, que parece decir constantemente lo fácil que resulta estar en mis zapatos. En uno de esos zapatos clásicos y elegantes, tan ingleses como si el propio Norman Vilalta los hubiese diseñado especialmente para ti. 

Es una impostura que viene de fábrica, una impostura que queda como guante, como traje hecho a medida, que se adapta al cuerpo de unx, a los pliegues de sus movimientos como si de elegancia felina se tratase y resulta chic, sofisticada y muy misteriosa. Yo no tengo trajes hechos a medida, ni zapatos de Vilalta y no uso de esa impostura, de esa clase. Mi vulgaridad reside en que todo lo he conseguido a base de andar peleando por ello (unas veces mejor, otras veces peor y otras veces también he tenido suerte e incluso he podido ganar por KO en vez de por puntos) y después sentirme, cuando lo he conseguido, des-legitimadx. Des-legitimadx como si lo que unx consigue con esfuerzo le perteneciese menos, fuese menos suyo y más de lxs otrxs. Aunque para sentirse des-legitimadx no es necesario intentar conseguir algo, a veces unx se siente des-legitimadx en la acción del rechazo, a veces el no querer algo parece que también necesita una explicación mayor de no quiero o no me gusta.
Entonces tienes una extraña sensación que puede aparecer en los momentos mas insospechados y que se acentúa en el hecho de ser mujer, porque a las mujeres nos pertenece todo un poco menos que a los hombres. El espacio de todxs es un poco más de ellos que nuestro, incluso nuestro cuerpo, es un poco menos nuestro y más de ellos, de ellos heterosexuales, de ellos maricas, de ellos bisexuales. Y te sientes algo estúpida por no tener trajes que te queden como un guante y no den esa sensación de levedad que tiene el cuerpo ágil de formas angulosas de los hombres misteriosos y tranquilos.
Es un miedo que aparece de repente, y no es fácil explicarlo y tampoco lo es controlarlo. Sientes que te  des-legitima casi todo: el llegar dos minutos tarde a recoger el papel que te acredita, el haber bebido un poco más de la cuenta, el ser un poco más agresiva de lo que se espera al ser mujer. 
Todo es una razón para que alguien, para que cualquiera, hombre o mujer -al servicio del patriarcado-, incluso a veces tú misma, te digas, te digan, que eso que te pasa, en parte es culpa tuya. Es  culpa tuya porque freudianamente tu falta de autoestima te concede la acción acontecida. Es culpa tuya por tener ese carácter, como si lxs demás fueran excluidxs de poder tener también un mal carácter o un mal día o ser sencillamente así. O es culpa tuya por beber más de la cuenta  y al beber más de la cuenta, si eres mujer, parece que todo aquello que te ocurra es por tu falta de responsabilidad y además se te prohíbe la queja o el malestar. O la culpa, es tuya por sentirte triste los días de lluvia, porque como ya sabemos que rezan los libros de autoayuda, tu eres elx únicx responsable de tu felicidad. Y la culpa, que es una palabra que suena muy mal, se va sustituyendo por merecer, que parece que va asociado al ámbito positivo y del destino.
Y  así a golpe de la frase TE LO MERECES, se va gestando el día a día, con una imagen de un índice señalándote. Pero es una frase que solo parece legitimar lo malo que te ocurre, que solo legitima la mala suerte, lo catastrófico o la fatalidad. Y de vez en cuando aparece ese extraño sentimiento, a caballo entre impostura (por lo falso de la personalidad en sociedad) y des-legitimación  que construye tu espacio. 
Pero los espacios que se construyen por no ser legítima, por ser bastarda del mismo espacio, por sentirse bastarda (puesto que no hay nada que aparentemente justifique tu sensación de bastarda, no hay nada, ni nadie, que parezca que desacredite tu reacción, puesto que nadie ha entendido que haya habido una acción previa que necesite una respuesta), son espacios límites, son espacios fronteras que se gestan desde lo inseguro (inseguro porque es lo no escrito, lo no nombrado, lo no actuado) desde el filo de las acciones, desde el filo de lo que una cree entender. Y es el espacio  que ahora se ha convertido en sentimiento lo que resulta difícil de administrar, difícil de llevar e incluso de explicar. Es un sentimiento complicado de entender y siempre presenta múltiples lecturas. Es un sentimiento de pequeñas violencias, de miles de pequeños dolores, indefinibles, inaprehensibles, que tejen el traje hecho a medida, impuesto a medida. Son espacios que repujan el cuero de los zapatos, que parece que nunca son para tus pies de treinta y ocho puntos.


sábado, 8 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: Septiembre 8



vida: Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee.

mar: Masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra.

regresar: Volver al lugar de donde se partió.


A veces las palabras no abarcan todo el significado de lo dicho; a veces las palabras dicen más de lo que contiene su significado, dicen más de lo que unx quiere decir con ellas aunque no lo sepa; y otras, dicen menos de lo que para unx contienen, así que es necesario que al interlocutor se le diga, se le intente explicar lo que para cada unx contienela palabra. Es absurdo pero necesario, muchas veces. Pero no es de palabras exactamente de lo que quiero hablar. Es de las tres palabras que he mencionado al principio. De las palabras que he necesitado re-significar objetivamente (buscar un significado externo a mi pensamiento) para explicar, para explicarme. 

Quiero hablar de la necesidad que a veces me genera el regresar de un sitio y volver al sitio dejado; quiero hablar de  la re-ubicación que puede suponer y quiero hablar del vacío o pérdida, o de deseo y encuentro (dependiendo desde dónde cojamos lo que narramos mientras vivimos). Esa necesidad de prolongar parte de algo en otro sitio, esa necesidad de vivir, de ser vivida y esa carencia aparente de vivir que pone de relevancia el regreso de las vacaciones, algunas veces. Porque, algunas veces, las vacaciones y el regreso de ellas, lo que ponen de manifiesto es vivir otra vida que no es la tuya y de la que crees apropiarte durante un tiempo y un espacio relativamente corto -como ocurre con la ficción, bien leída, bien vista o narrada-. Ese acto que luego unx prolonga en el recuerdo, en la memoria y lo re-ubica, lo re-organiza en una narración que hace poder vivir-lo más veces de otras maneras construyendo un momento poliédrico y brillante como un diamante pulido. 
Pero en ello no descubrimos la trampa de nuestro recuerdo, la trampa de creer que vivimos una vida que puede ser que nunca sea nuestra. Una vida que no nos atrevemos a vivir-la, que no nos dejan vivir-la de manera cotidiana; una vida que vivimos con los más y menos que pueda tener, pero que nos pertenece por entero porque la vamos haciendo a medida que vamos eligiendo o asumiendo lo que no podemos elegir. Pero a veces, no sé si muchas o pocas, no vivimos la vida, no la navegamos (con el barco que nos haya tocado), o la elegimos. Somos maletas que van de un lado a otro, maletas con muchos sellos que no dicen nada de lo que somos, nos objetualizamos y dejamos que nos objetualizen pero, detrás de esa objetualización ni siquiera hay una reivindicación porque, para que exista una reivindicación tiene que haber una consciencia del acto.

Antes, hace mucho, cuando no vivía con B, era traumático el desenlace de las vacaciones, porque no era solo un espacio y un lugar (el mar), sino que era también una compañía, un acompañamiento, un entrelazado de pies y manos, un compartir el calor y el olor de alguien.El regreso era un regreso re-significado, entre muchas otras cosas, del vacío que quedaba en el espacio reencontrado. Un espacio que no terminas de elegir, un espacio que costaba moldear y navegar porque "decidiste" sin voluntad, sin conciencia de querer elegir, y eso te hace vulnerable de manera malévola al fluir de la vida. No es una vulnerabilidad que empodere y enorgullezca. 
Antes, mi vida era aquello que los demás re-organizaban, mi vida era aquello que los demás leían y decidían escribir en mi cuerpo (ahora lo siguen haciendo, pero mi cuerpo, mi vida y yo se leen también de otras maneras, porque mi cuerpo, mi vida y yo, a una, sin dualidades cristianas, somos re-significados tantas veces como somos leídos). 
Antes, las vacaciones ponían de manifiesto que el color moreno hablaba de otra vida sin vida, de una vida vaciada sin zen alguno, de una vida que se re-ubicaba en la palabra regreso y el regresar era triste, era un regresar donde me ocupaba la palabra vacío insistentemente. 


Ahora regreso cómoda. Ahora, cuando entro en casa, lo primero que pienso al abrir la puerta es que me gusta vivir en esta casa, en este espacio construido en íntimo desde el que hago resistencia y que puedo trasladar allí donde yo vaya. Pero sé que pronto, cuando el tiempo me separe de mi vida, cuando el tiempo sea ocupado con horarios y deberes, mi vida dejará de ser menos vida y me arrepentiré de todo lo que acabo de escribir mientras miro las azoteas buscando una salida al mar.

sábado, 25 de agosto de 2012

Diario de la pérdida y el deseo. Agosto 8


Hace dos días soñé contigo. No sé por qué, pero apareciste en el sueño y soñé que tenías un semblante absurdo y algo tonto, como si te hubieses enamorado y todx tú se convirtiese en una tonta canción de pop luminoso. Te eché de menos. Bueno, quizás al levantarme eché de menos esa sensación de poder tener algo contigo o quizás era la sensación de haber perdido la posibilidad de tener algo. Algo que sonase a poema ñoño y a canción desenamorada de un heavy. Me puse sentimental. Ya sabes que siempre he sido algo afectada y algo impostada. Así que durante unos instantes, ese tiempo en el que el consciente está siendo inconsciente, pensé que de quién te habías enamorado era de mi y que teníamos una tonta sonrisa en el semblante. Del sueño solo recuerdo lo que es estar al principio de algo, esa sensación de eternidad que da el segundo ese, antes de empezar a notar que te estás enamorando sin remedio.
En el sueño, el fondo era un vacío que se parecía al cielo de noche pero sin estrellas y lo que recuerdo de tu cara -no puedo asegurar que fueses tú-  es que estaba iluminada como un cuadro de Georges de La Tour  pero en el perfil oscuro del cuadro, el perfil que no se ve cuando se mira un cuadro, la sombra del cuadro.  Fue extraño porque sabía que eras tú sin haberte visto. 
Después, cuando el consciente fue ocupando espacio, me levanté con la seguridad absoluta de que te habías enamorado y seguí igual de alegre, igual de tontamente alegre. Esas cosas pasan, esa sensación de que a veces el sueño ocupa algo más de espacio que el espacio del propio sueño y se prolonga en el tiempo del consciente y se alarga como en una linea y tienes, tocas, durante un breve espacio, un breve tiempo, muchas posibilidades y todas ellas las sientes casi como reales, casi como factibles, factibles de facto, de hecho, y crees en Platón y en los neoplatónicos con gran sorpresa por tu parte. Ayer, volví a soñar que alguien se enamoraba y se sentía feliz, tontamente feliz y pensé que eras tú pero siendo otra persona y me sentí igualmente feliz y alegre mientras preparaba un gazpacho de sandía para celebrarlo. Y me acordé de la frase de Casablanca y me sentí un poco Humphrey y un poco Ingrid y seguí haciendo el gazpacho y oliendo a ajo, mientras esperaba con una tonta sonrisa a B.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Diario de la pérdida y el deseo



Paseamos bajo un cielo que amenazaba lluvia, paseamos despacio y casi lo hicimos descalzxs. La cortina del dormitorio ondeaba y Nemo hizo guardia en el quicio de la ventana. No le gusta que los extraños participen de lo íntimo.
Empezó a oler a café -el olor de la fábrica de café que está en el noroeste- y siempre avisa de que el tiempo va a cambiar. Dormimos con las ventanas abiertas y olor a lluvia. Estaba empezando a llover, todo andaba en calma y B dormía a mi lado destapadx, Nemo entre las piernas. Todo era ajeno al mundo en ese estado privilegiado que tiene el que vigila el sueño del que duerme. 
El día ha despertado con el viento moviendo los molinos pero sin ningún Quijote a la vista; es un día del norte con un mar detrás de la cordillera. Desayunamos, unos buenos días en el instagram y planes de rutas entre senderos de interior.
Buenos días entre vientos y nubes que amenazan con nuevas lluvias, sin rastro de la ola de calor.


viernes, 10 de agosto de 2012

Y en el medio esta la virtud.







In medio uirtus, quando extrema sunt uitiosa, que quiere decir ‘en el medio está la virtud cuando en los extremos está el vicio’.


Creo que la relación de mi cuerpo y mi entorno se puede resumir en el personaje de Kim Novak en la película de Vértigo, cuando pasa de ser una exuberante pelirroja a una rubia chic y, con ello, la domestican y la hacen encajar en la norma, la convierten en algo etéreo e inseguro que anda en el filo de una navaja, en algo que tiene apariencia frígida. 
Pero de ahí no viene mi frustración de no ser rubia ni chic, supongo que es difícil explicar sin remontarse mucho y sin hacerlo extenso cual ensayo alemán.


Desarrollé un cuerpo de esos que llaman generosos y después de este adjetivo de ‘generoso’, en mi casa empezaron otros como ‘mujer del norte’ o ‘tetuda’, que hacían referencia por un lado, a la familia de mi padre, navarra, y por otro, al lugar de mi nacimiento, Pamplona. Esto eran para mi madre, mi abuela y mi tía-abuela, extraños eufemismos de vulgar. El caso es que mi cuerpo generoso y de amplias formas (media 1,69, pesaba unos 53 kilos y tenía 90 de pecho y 88 de cintura) me resultaba a partes iguales cómodo e incomodo y está última parte venía más de fuera que de dentro. Yo conmigo misma no creía tener problemas, pero los demás si parecían tenerlos. La primera en constatarlos fue mi madre, que empezó a notar o que llevaba faldas muy cortas, o que las camisas tenían los botones muy abiertos o que el zapato -siempre me gustaron rojos o de charol negro- no combinaban para ser una señorita elegante. Mi madre quería una Audrey Hepburn y le había salido una mezcla entre Sofía Loren y Marilyn Monroe, salvando las claras diferencias. No era una interpretación –hablo de interpretación porque así entendí el género- de una niña comedida, amable o cariñosa. Además, explicaba sin problemas lo que deseaba y lo que me gustaba y tenía opinión de casi todo y eso no era propio de lo chic. Tenía un éxito relativo entre los hombres mayores amigos de mi padre, un extraño éxito que no pasaba por ser la madre de sus hijxs porque, para ser la madre de sus hijxs, esto me lo aclaró mi abuela, tendría que proceder a la domesticación, al medio, a la virtud, porque lo mucho molesta y lo poco no llega.

Los siguientes en constatar este hecho fueron los trabajadores de la construcción cuando, al pasar por esas obras, hacían alusión al movimiento de mis tetas.
Empecé entonces a desarrollar cierta aversión hacia las mujeres de pechos grandes, exuberantes y llamativas, el color rojo paso a ser granate y el charol negro se quedo en negro a secas; los fabulosos escotes se convirtieron en camiseta y las faldas cortas en Levi’s 501. Pasé de lo exuberante a conceptos de prêt-à-porter americanos; descubrí que lo exagerado no gusta, que lo excéntrico molesta y lo folclórico abruma; porque gusta lo que es la norma pero nunca descubrí qué era la norma exactamente.

domingo, 5 de agosto de 2012

De cómo aprendí a leer

Hay una extraña libertad que se consigue a través de la literatura, que se consigue a través del arte pero que requiere, o para mí requirió, un gran esfuerzo del que no fui consciente hasta hace relativamente pocos años. Qué fue antes y qué fue después de este descubrimiento es difícil de perfilar y de atar o deducir. 

Yo me acuerdo, y lo he dicho varias veces, de que el cuadro de El nacimiento de Venus, de Botticelli me fascinaba desde muy pequeña, podía estar horas con un libro mirando ese cuadro. La fascinación que tenía por el cuadro estaba en parte relacionada con la proyección que ese cuadro suponía para mi ego, es decir, yo era esa Venus, no era otra, era ésa, me parecía que eso era lo que se entendía por una mujer hermosa y yo, como niña, quería ser una mujer hermosa y, sobre todo, una mujer rubia y blanca. Hasta aquí el hetero-patriarcado dejó bastante mella en mí pero no sentí, y no lo he sentido nunca, como una mella que me frustrase, que me escociese o que me impidiera hacer otras cosas. Ella estaba allí y yo era parte de lo tangible… eso era una manera de ver el arte cuando era pequeña. 

En la adolescencia, esto fue perfilándose de otros modos. Ya no era lo visual lo que admiraba o me gustaba sino que aparecieron libros, y supongo que canciones y películas. Vamos a decir que un gran porcentaje de esas películas y canciones y de ese arte, se hacía con voz masculina. Esto no creo que sea muy difícil entender. No sé por qué, o bueno, sí que lo sé, pero no voy a explicarlo ahora porque sería largo; pero el género en masculino de lo que leía o escuchaba o veía -porque la voz lo era-, solo me dejaba posicionarme en el lugar de la otra, de la que se decía algo, o en el lugar de la mujer que lee algo pero no contempla la posibilidad de que ese algo diga de su discurso interior, y lo que leía, o lo que veía o lo que escuchaba pasaba a formar parte de su día a día, de un mundo construido en lo mental pero que acababa tomando forma en lo real y tangible pero no desde, como diría Aristóteles, desde la catarsis. 

Es cierto que cuando leía textos de mujeres no me identifica con todas ellas, sino que solo algunas perfilaban de manera magistral, lo que yo creía que era mi flujo mental. Esas mujeres parecían poner palabras a cosas que yo pensaba pero nadie decía y, en ese momento, justo en ese momento, fue cuando empecé a entender que me podía posicionar de otras maneras y que esas otras maneras podían enriquecer un mundo que estaba en la mente y que acabaría formando parte de mí, de manera indisoluble. Pero eso tampoco era completo, aunque yo entonces no lo sabía. 

Leía cosas de hombres y sí, formaban parte de mi entorno por lo que en esos libros contaban de otros entornos que podían parecerse al mío o me trasportaban a otros que me resultaban tan familiares como el olor a pan tostado en casa de mi abuela, el olor a sandía en una tarde de verano o el olor a basura de algunas veladas estivales. Pero me faltaba un avance, un paso más que para mí requirió un esfuerzo y un devenir propio de mi ánimo. Es decir, de una u otra manera, empezó a formar parte de mi vida el devenir del género, empezó a formar parte de mí eso de que no hay sentimientos femeninos y masculinos. Y de repente, Jaime Gil de Biedma, un marica, abrió esa puerta que para mí había estado vetada. Era capaz de que un hombre, -una –O-, hablase de mi, pusiese voz a mi discurso interno y la -O me fuese tan cómoda como un columpio. No tenía la necesidad, veía que alguien explicaba mis sentimientos tan cerca mí que me gustaba como quedaba la -O en mi -A cultural y, a partir de ahí, me descubrí en personajes masculinos. Había personajes masculinos que hablaban de algo que se parecía a mi temperamento. Si veía una serie, un tío podía hablar/actuar como yo lo haría y mi nombre -que puede ser y que, de hecho, fue nombre de varón en otra época-, podía volver a coger su forma varonil, pues no necesitaba buscar un ego masculino llamado John o David, por ejemplo, ya que mi nombre, el mismo nombre, podía reivindicarlo como la forma masculina que había sido y que la sociedad había perdido.