domingo, 8 de junio de 2014

Diario de la pérdida y el deseo; 8 de Junio


No te afanes, alma mía, por una vida mortal, pero agota el ámbito de lo posible. Píndaro



Me  levanto. Estoy desconsolada pero sé que siempre me levanto. Es absurdo. Unas veces me cuesta más que otras. Unas veces me levanto con más rabia, otras veces me levanto más tímida y resentida; pero hay veces que tengo dudas sobre si merece la pena volver a levantarse, si merece la pena sacar impulso para seguir en la lucha de la vida. El abandono me parece una salida menos costosa y más rápida. Pero tengo demasiada fuerza para el abandono, no soporto esta necesidad que tengo de levantarme y seguir luchando, no quiero que sea mía. Suicidio.

No soy nada de lo que decís y no soy nada de lo que me imitáis. No sé qué soy, pero no soy eso.Y mira que forzáis la invisibilización, la necesidad de que deje de existir. Seguro que todo sería más fácil sin voz, sin cuerpo, sin pensamiento; pero soy voz y cuerpo y pensamiento. Es el sino divino de ser humana: regreso al absurdo y me desencanto.

Me he caído y tengo un labio partido. Otras veces me tiráis y me aparece un esguince. Duele. El dolor siempre aparece después de la caída. Se agarra al estómago, a la garganta y me produce náuseas. Náuseas llenas de desencanto que hacen que siempre tenga la duda de si merece la pena levantarse. Duele. Es mentira que el dolor se pase con una respiración profunda. El dolor cala en los huesos, el dolor sabe a desencanto envasado entre sueldos de media jornada. Gano quinientos setenta y tres euros. ¿Valgo quinientos setenta y tres euros?. 

Unas veces el dolor me paraliza tanto que no hay fuerzas para levantarse de la cama, no hay ganas de salir y vivir porque todo es adverso, todo son pequeñas espinas de alambre, todo es un absurdo, un sinsentido; pero está la necesidad de tener que ser vivido. Duele. No es un dolor constante, no hay ningún dolor constante en mi cuerpo. Es la putada del dolor, que no es constante y, por lo tanto, se hace más soportable. Es un dolor desasosegado, un dolor donde falta el aire, donde todo se nubla, pero es un dolor agudo que dura unos segundos, unos pocos segundos y luego todo regresa a la atrocidad de la calma del que sigue viviendo. Si me apoyo para levantarme, dudo de mi equilibrio -y soy buena funanbulista-. Dudo porque no sé si quiero levantarme, porque no sé si merece la pena todo lo que es bueno y brillante, todo lo que me aleja del dolor. No hay voluntad en ese alejarse. Lo sé, soy muy melodramática. Tengo pose oscura y algo perturbada, pero tengo un constipado emocional que me está noqueando la poca razón que tenía para levantarme. Respiro -¡qué bien me se la teoría!-, pero tengo la duda de si seguir respirando. Cuesta levantarse. Sé que lo he hecho muchas veces y sé que lo puedo seguir haciendo. Incluso sé que puedo sonreír mientras me levanto. Soy una enferma muy agradecida. Sé que las heridas están cicatrizadas pero no sé si quiero tener más heridas, más labios rotos y más tiritas. Odio todo lo que me rodea porque todo es susceptible de hacerme herida y no soporto tanta fragilidad dentro de mí. 

No sé si tengo lo que quiero o me he dejado llevar por todo lo que quería evitar. No sé qué expectativas tenía, pero mi vida me cuesta y tengo la sensación de que me cuesta más que al resto. Me cuesta más emoción, más ganas, más impulso, y siempre tengo la sensación de ser más vacía que cualquiera.
Se ve que ahora me sube la fiebre emocional, lo noto en el vacío del estómago, la nausea del dolor que surge de no aprehender la emotividad. La emotividad convertida en un moqueo constante pero ¿dónde coño he puesto los klinex?.

¿Qué hago con todo esto? ¿Cómo lo abandono? ¿Cómo lo vendo? 

No sé que hacer, no sé cómo respirar para que no me duela el diafragma. No sé el calibre de la lesión.
Repetiré todo, seré Sísifo y arrastraré la piedra. Seré ciega y observaré el paisaje de la colina. Es casi verano y ahora las golondrinas chillan.