domingo, 1 de marzo de 2015

Diario de la pérdida y el deseo: los origénes y sus apellidos

Algunas cosas en mi vida me han costado. Llegar a ser cómo y quién soy tiene muchxs deudorxs y tiene mucho de noche sin dormir, en vela y mucho también (no me quiero engañar) de risas y un humor del que creo carecer. Con una diagnosticada ansiedad soy quién soy y me encuentro cómoda con  mi yo y mis herencias aunque esto no siempre  ha sido así.
Hace poco, por otros motivos y agradeciendo a un grupo de personas que han movilizado la máquina postfordista que a veces soy -leído en términos de hacer/producir-, me encontré buscando información sobre transversalidades y arte. Acabé leyendo un texto de Gloria Anzalúa. Me sorprendió cómo el texto y salvando las diferencias que hay, y respetando esas diferencias, me encontré pensando  en algo que tenía olvidado en esa metáfora, algo cursi y  mainstream del baúl de los recuerdos. No sé si busqué mucho o poco pero después de leer el texto la prieta -que recomiendo-me encontré pensando en cómo en mi vida me han marcado dos hombres a modo de apellido. Primero el apellido, al principio abyecto, de mi padre y después el apellido de mi abuelo cedido por vía materna.
No es por engañarme pero si se conoce a los poseedores de los apellidos primeros, la herencia es herencia de hombre a hombre; son los nombres que hablan de los padres, nunca de las madres ni de las mujeres. Así que yo he tenido que admitir y matar dos veces a dos padres diferentes y asumir a una madre y a una abuela. 

Mi primer apellido es un apellido poco común, es un apellido llamativo o eso me han hecho creer. Es Eslava. Nunca me nombre con él, nunca consideré que el apellido dijese nada de mí; yo que siempre he creído que me nombro en individual (un error muy común en una sociedad como la que vivimos.) La primera experiencia que tuve con él, que recuerdo tener con él, es que en la ciudad donde empecé a vivir con tres años, mi primer apellido era un apellido negativo, pues hacía referencia a los vascos o navarros y en una Castilla postfranquista eso era muy mal. Eso era una mancha, un signo de rebelde, de burra o de cabezota, un signo de opositor. Por otro lado, la familia de mi abuelo,de ideas claramente franquistas o afines al franquismo. Él era una persona importante en esta ciudad castellana, era un médico con renombre y de trato afable. Además, mi abuelo se ocupó de algunos de mis cuidados; se ocupó de irme a buscar al cole, de que tuviese los deberes, de preguntar y hablar con lxs profesorxs, así, que no sé de qué manera, el apellido del opositor se fue borrando de mi nombre y me nombraban como la nieta de. Después, cuando cambié de curso, de clase y de cole, decían el nombre y el primer apellido, mi apellido era el apellido de los esclavos, de los de afuera y así me lo hicieron presente continuamente algunas de las compañeras. Sufrí bullying y cuando una sufre bullying descubre que el exotismo no es exotismo, es ser diferente, ser un paria y eso siempre acaba pasándote factura. Odié al padre entonces y su apellido, odié todo lo que el padre representaba: ser extranjero, tener un idioma de pobre (creían que mi familia hablaba vasco , pero nada más lejos; la zona de mi padre es una zona muy media donde se hablaba castellano). Intenté pensar que mi apellido exótico, poco común y extraño era un peso, algo que me iba a dificultar durante toda mi vida. Así que suprimí la figura del padre, dejé de hablar de él, del trabajo del padre, un trabajo de agricultor. Dejé de hablar de la familia de mi padre y de su gran casa en un pueblo de un valle con nombre vasco. Solo era la nieta de. Cuando pasó el tiempo y tomé identidad social, identidad dentro del grupo, me sociabilicé sin padres, ni madres, ni abuelos ni abuelas, suprimí también la figura del abuelo y su apellido, era una identidad de derechas, de Franco, de una extraña aristocracia que apoyó cuando Napoleón a los franceses. 

Todos y cada uno de estos pasos se mostraron en la firma: primero fui  una letra A mayúscula de mi nombre y el apellido del abuelo materno, luego fui una Eslava y después me nombré solo con el nombre, el nombre sin la herencia.