lunes, 30 de septiembre de 2013

Diario de la pérdida y el deseo; 30 de Septiembre y el silencio

                                                                 

           Para que ellos digan lo que les sucede existe el silencio o  bien la risa, o, a veces, por ejemplo, además, llorar.                                                                                                                                     Marguerite Duras.


Silencio
el olor a lluvia y tormenta.
Silencio
el olor de las sábanas de un hotel.
Silencio del aire entre los árboles 
cuando bajamos a una playa de un pueblo del norte. 
Silencio 
el hervidor del agua del té de por las mañanas. 
Silencio 
el de la calle Mayor cuando aún no han abierto los comercios. 
Silencio en este septiembre 
que nos esta regalado más verano que otoño. 
Silencio de las pisadas sobre la nieve. 
Silencio 
el  sonido del  estruendo de las olas del mar en diciembre. 
Silencio 
el vaivén de los plásticos de una obra en pleno noviembre. 
Silencio 
una madrugada en agosto. 
Silencio de olor a cruasán. 
Silencio 
el sonido del corazón debajo del agua. 
Silencio agudo 
el orgasmo del polvo del otro día. 
Silencio 
la espera tranquila de lo que sabes va a llegar. 
Silencio del sol tornasolado a mediados de octubre. 
Silencio del chapoteo de las piscinas en plena ola de calor.  
El silencio de la llegada de las golondrinas a final de primavera. 
El silencio de cuando te observo desde lejos, siempre rodeadx.
El silencio del  ronquido del perro en el sillón. 
El silencio de las teclas de tu ordenador cuando trabajas, ¿te he dicho ya que me pone?. 
Silencio del olor a manzana asada en pleno invierno. 
El silencio del caminar en las noches de verano cerca del río. 
El Silencio de una persiana que se baja en plena noche. 
El silencio del mordisco de una manzana verde. 
El silencio de la respiración cuando me excito.
El silencio del agua corriendo entre las manos,
                de los puntos suspensivos,
                de no saber acabar este poema.

           

domingo, 15 de septiembre de 2013

Diario de la pérdida y el deseo; Septiembre 15

SEPTIEMBRE 15

Cógeme la mano, amor,
que vengo muy malherido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
Federico Gª Lorca

Susúrrame. 
Susúrrame lo que podemos hacer y no vamos a hacer 
porque estoy vaga en este Domingo de resaca. 
Susúrrame de qué tienes miedo 
porque bailaremos un tango con nuestros miedos. 
Susúrrame que hoy el día es brillante. 
Susúrrame en un idioma antiguo y exótico 
para que pueda acunarme entre tus palabras, 
para que pueda contemplar el amanecer sin desear ponerme la falda 
y salir corriendo de tu habitación. 
Susúrrame mascando las palabras, 
susúrrame entre las encinas, pero 
haz el favor de susurrarme que vengo del grito.
Susúrrame el mar entero, 
vengo dispuesta a creerte y tardar más tiempo 
en abandonar esa habitación de luz tenue y cortinas desgastadas. 
Susúrrame que las cosas no son caducas, 
que existe la eternidad y que la eternidad 
cabe en esa botella de vino. 
Susúrrame también que las agujas del tiempo se han quedado congeladas 
en el momento exacto en que entre por esa puerta. 
Dime que no hay tiempo y no hay espacio, 
háblame de los lazos y de la unidimensionalidad congelada. 
Enséñame las estrellas, 
las costelaciones. 
Háblame de la supernova, 
ponme en un espacio y un tiempo que no se mida en medida humana 
para tocar el infinito con tus palabras. 
Para creer 
-susúrrame-, 
vengo del grito y tengo 
mucho ruido en la cabeza.
Susúrrame que existen los finales felices 
y que nosotrxs tenemos uno en ese espacio, en ese tiempo, 
en esa botella llena de eternidad. 
Susúrrame un viaje por el norte, 
susúrrame un monte verde, un mar azul. 
Susúrrame el tamaño de las ballenas, nadaremos con ellas en la costa argentina . 
Susúrrame ese rincón del Mediterráneo donde quiero comprarme una casa 
de paredes blancas y barcas amarradas. 
Susúrrame el nombre de todas las islas 
y el de los piratas que las habitan. 
Susúrrame que vengo del grito y ando cansada del ruido. 
Susúrrame el olor que tiene ese pueblo entre montañas, 
susúrrame el olor a rastrojo y gasolina. 
Susúrrame el tacto que tienen nuestros cuerpos cuando lo hacemos, 
susúrrame la manera en que nos reconocemos cuando no hablamos.
Susúrrame, susúrrame 
que me dormiré en el espacio que conquistaré en tu hombro, 
susúrrame un cuento sin princesas, sin hadas, sin magia, 
susúrrame un cuento lleno de infinito, lleno de vida, lleno de sol.
Susúrrame, amor, que hoy estoy vaga en este Domingo de resaca. 
Susúrrame 
que vengo del grito y tengo mucho ruido, 
susúrrame amor, amor,
porque quiero dormir cerca de ti.

PD: gracias por todxs lxs que me susurrais. Os quiero.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Y, qué pasa con el cliché a la hora del café

Hace un tiempo que tengo la sensación de vivir en una sit com, de vivir en Eurodisney o en cualquier espacio que tenga que ver con la creación de personajes, con la creación de personalidades, con la creación de estereotipos, porque todo me resulta con la familiaridad que puede tener un cliché. Es posible que mis ojos vean demasiados clichés y que, en realidad, el cliché sea la mirada del que observa pero, sea como sea, ocurra como ocurra, tengo la sensación de estar participando en el show de Truman y lo que es peor, el reality, me aburre. La vida me decepciona constantemente por puro aburrimiento (algo extraño en mí, que suelo divertirme conmigo misma bastante bien), por la incapacidad de crear mi sorpresa. Todo es un cliché, todo es como se espera que sea y de una u otra manera todos somos el cliché de alguna telecomedia, de algún reality. Nos parecemos demasiado a esa construcción de personalidades, a esa educación sentimental que está tan lejos de lo que podría ser la vida real, si es que tal cosa existe. Porque incluso en la manera de narrar lo que sentimos, de narrar lo que el cuerpo siente, el dolor, la pena, el amor, hay un cliché cultural que nos dice que esa es la manera en que sentimos, la manera en la que amamos, la manera en la que follamos; y ante tanto sentimiento, ante tanta emoción desbordada que es explotada como vestigio de naturalidad, como icono de autenticidad, creamos ovillos de clichés que conforman el color de la lana del jersey que nos vamos a poner.

No estoy con ello buscando la verdad ni llegar al meollo, puesto que mi interés está más relacionado con el proceso de construcción del cliché y de reapropiación del mismo, que con la ingenuidad platónica de pensar que hay un mundo de verdad y otro de sombras. En realidad, creo que el cliché, en la medida que es legitimado, existe como tal y es acto y es potencia. En una entrevista, Judith Buttler habla de cómo su madre se acaba pareciendo a Joan Collins, de cómo todas las madres de su entorno se vuelven Joan Colllins. Es decir, el cliché acaba siendo tan real como su madre, acaba teniendo un físico, una forma, un entorno, como se mantiene en el texto de Alain Corbin, Jean-Jaques Courtine y George vigarello sobre las imágenes sociales del cuerpo en el S.XIX:
se fabrican tipos como construcción de un nuevo lenguaje corporal diferente del sistema iconológico tradicional y basado en la  observación de la ropa, la fisionomía y la silueta de los contemporaneos.


Intentaré explicarme diciendo que el cliché se legitima por su uso y es su uso el que, precisamente, lo convierte en cliché. Es decir, es una especie de pescadilla que se come la cola, en la que la sociedad como grupo participa de la creación y legitima ese cliché. Sin entrar si el cliché es bueno o malo, puesto que el cliché puede ser subvertido y reinterpretado, solamente digo que me aburre tan poca novedad y esto vuelve a ser nuevamente un cliché que heredo de la época de la postmodernidad. Algo así me pasó con el discurso de Ana Botella para la candidatura española de los JJOO: ella acabó encarnando con su café con leche, toda la iconografía de las películas del destape del -en este caso la- españolito; ¿éso es lo que hemos subvertido, el cambio de género, o no?

Diré que últimamente todas las películas (salvando excepciones como I´m not there, un falso documental sobre la vida de Dylan), todas las series y todas las novelas que caen en mis manos, repiten personajes que se parecen sospechosamente. Son personajes que se recuerdan unos a otros como si todos ellos, independientemente de las situaciones, siempre fuesen los mismos. No hablo ya del héroe que es héroe siempre y el villano siempre villano, sino que el atormentado dudoso siempre es muy parecido al atormentado dudoso, el vividor siempre es vividor y el mafioso siempre es el mismo mafioso,como si por su existencia no atravesase la Historia, como si en su existencia no hubiese vestigio de ser una persona que vive entre montañas o que vive cerca del mar o que posee una clase social determinada,  y cómo de manera más o menos re-pensada, todo lo que nos conforma como lo que somos, todos los clichés que nos rodean, como lo que somos, hacen que todo sea atrezzo. Hacen que todo eso no se contemple en el individuo, puesto que lo que marca al individuo es el cliché de personalidad, producto de las épocas donde todo está hecho en serie.

En el cuadro de la Libertad guiando al pueblo, hay una gran variedad de clichés que se fueron legitimando a través de escritos, de folletines y de la prensa, que en parte se subvirtieron pare crear toda una iconografía de la sociedad burguesa, el niño acaba siendo el cliché del niño que podemos encontrar en Los Miserables, los personajes que aparecen acaban formando parte de la historia de la caricatura de Champfleury, y así sucesivamente.

El lunes, como todos los lunes, suelo ir a ver a mi abuela por la tarde, hacemos siempre el mismo ritual. La persona que la cuida, una mujer peruana de mediana edad, deja preparadas las tazas moradas y cuadradas del café y entonces, ella, mi abuela, pone la teleserie El secreto de puente viejo y me comenta lo que ocurre. Le preparo el descafeinado, le pongo unos dulces y hasta aquí todo bien, todo forma parte de ese ritual que hemos creado; pero un día me dice: "estas series están bien, porque enseñan a la gente que la vida puede ser otra cosa y que hay gente muy mala que abusa de su poder. Además, me hacen mucha compañía". Después de la revelación cogemos una revista de prensa rosa y terminamos nuestro ritual recogiendo la mesa y dándole un beso en la frente porque tengo que ir a trabajar.