domingo, 16 de febrero de 2014

Diario de la pérdida y el deseo: 16 febrero

Supongo que hablar de familia es algo más complejo que lo que sale en los anuncios de Casa Tarradellas. Supongo que hablar de vínculos afectivos es algo más difícil que repasar con un lápiz de color  los dibujos de preescolar con su nombre abajo: Mamá, Papá, abuelo, abuela...
Soy bastante despegada, o eso decía mi abuela. Mi abuela, a la que le falta memoria para recordar nuevos recuerdos y para recordar que tengo la edad de Cristo, mientras contemplo cómo su cuerpo, cada vez más flaco, busca un nuevo costado en el que apoyarse.

Soy bastante despegada y los vínculos los cierro mucho cuando los siento, cuando creo encontrar algo que se parece a ello. Los hago demasiados íntimos y suelo buscar en ellos una extraña magia cósmica que no creo que tenga que ver con el amor romántico, pero sí con la necesidad de pertenecer a algo, unas raíces adventicias que recuerdan a las raíces que tienen los manglares, un complejo sistema que le provee anclaje contra las mareas y le ayuda a distribuir el peso sobre el lodo. Pero todo este anclaje que me protege y protege, no siempre sale adelante, no siempre ayuda, porque a veces todo acaba siendo solamente el lodo que sujeta la raíz y se confunden los territorios y los límites.

Soy bastante despegada y me cuesta establecer relaciones con la gente. Vengo de una familia que nunca terminó de ser -como ocurre con muchas otras, las familias que nunca han sido las mías-, y me cuesta hablar del tiempo, me cuesta hablar de planes futuros porque nunca tengo claro cómo puede acabar todo. Adoro la inmediatez de lo que decido con orgullo sobre la decisión tomada; orgullo que me ha costado diez años aprender.

Soy bastante despegada y me vinculo a una canción porque me recuerda a algo que se parece a lo que la gente llama con cualquier adjetivo abstracto que suene a oso amoroso o a pequeño poni rosa. Soy bastante despegada y cuento las gotas de agua que caen en el cristal un día de lluvia de principios de marzo antes de que sea mi cumpleaños.

Soy bastante despegada y acabo comprando en una tienda de importaciones, para el día de San Valentín, el anillo de Claddagh, mientras observo cómo ahora sopla el viento de un temporal del noroeste, agitando la lavanda que plantamos hace algunos años en un abril muy lluvioso.




jueves, 6 de febrero de 2014

Masculinidad, caballos y ponis

El otro día vino C y, entre sorbo y sorbo de una botella de dudosa procedencia de vino tinto de rioja, hablamos, no sé por qué, de la famosa foto de Helmut Newton y el frac. Icónica y, por lo tanto, vacía de cualquier posible transgresión, por mucho que en las estanterías de nuestras casas (las de las bollos que adoptamos poses de intelectualidad) la pongamos como hito (si es que esa foto pudo ser alguna vez hito de la masculinidad femenina, de lo andrógino o de sujetos trasgresores, aunque lo haya podido ser, además, de cualquier otra cosa).

En realidad esto es una duda que se me plantea constantemente y que  no soy capaz de poder solucionar. Es la duda de cuánto perdemos cuando pasamos por lo que la norma busca de nosotrxs y cuánto perdemos de nosotrxs mismxs cuando estamos en constante transgresión de la propia norma. Siendo, las dos posibilidades, como una especie de esquizofrenia que atraviesa al individuo, creando una constante tensión entre los dos puntos.

Intentaré decodificarme, analizarme, puesto que, como dice Preciado, es necesario explicar los procesos culturales, políticos, técnicos a través de los cuales el cuerpo como artefacto adquiere estatuto natural. Es cierto que el concepto de "naturalidad" siempre me ha provocado vómitos o diarreas, dependiendo de por qué boca salga; y es cierto que nunca he pretendido la naturalidad para mi forma de vida, aunque sí la comodidad, estableciendo una profunda grieta entre estás dos palabras que parecen ir siempre acompañadas. 

Volviendo a la foto de Newton y del magnifico diseño de Yves Sant Laurent, me sorprende cuán dulcificada está la posee. Entendamos por dulcificado como el interés por agradar al publico, lo que en teatro vendría a ser la captatio benevolentia. Es decir que, la foto, aparentemente trasgresora, es solamente eso, una foto aparentemente trasgresora; puesto que, en realidad, lo que pone en constante presencia es la naturalización de la feminidad, a pesar de llevar un traje de hombre, un eminente atributo de la construcción de la masculinidad. Digo "aparentemente" porque la pose es suficientemente afectada como para que no sea la de todo un hombre. Está maquillada al estilo smoking que, en realidad, viene a recoger toda la figura de las femme fatale; uñas pintadas de oscuro; pantalón campana, por lo que tapa el zapato de tacón (¿desde cuándo a los hombreshechosyderechos no se les ven los zapatos?); la cintura del pantalón es muy estrecha para ser de hombre; la blusa -que no camisa-, muy del gusto de Genís. Por lo tanto, lo que pone en entredicho es, precisamente, que la mujer pueda ser masculina; y, en todo caso, plantea que la única masculinidad a la que puede acceder es la masculinidad que tiene un gay con mucha pluma, lo que vulgarmente se ha traducido en una loca que a ojos de la sociedad. Es un fake de hombre, es un poco hombre

Recuerdo que, de pequeña -también lo hablaba con B y C- tenía pánico -bastante extendido entre las niñas- a poder ser masculina; a que, en algún momento, pudiese convertirme en aquello que todo el mundo criticaba, en la bollera masculina, en la butch, y conformé parte de mi identidad desde ese miedo. Y cuando superé el miedo a parecer un chico, a creer en la naturalización de mi estado de femenina, en el estatus que esto representaba, empecé a utilizar objetos masculinos en mi atuendo: corbatas, trajes de chaqueta, relojes masculinos, etc. para, con ello, poner de manifiesto que, aunque utilizara prótesis masculinas, seguía siendo femenina. Porque la feminidad, a pesar de que yo la había "conquistado" -puesto que siempre fue "una conquista" en mi cuerpo-, empezaba a ser "natural". Luego, todo eso lo utilicé con otros significados.

Pero al hilo de la foto, y a lo mejor gracias a uno de los valores que parece tener el arte según mantiene Köning reinterpretando a Proust, quien dice que éste (el arte) debe hacer presente el pasado, o lo que es lo mismo, reencontrar el tiempo, vemos que esto es exactamente lo que ha hecho esta foto. Se ha convertido en mi magdalena y en el Aleph. Mi magdalena porque me ha traído otras mujeres en frac, como puede ser la Dietrich y el Aleph porque me ha remitido a algo que se está produciendo ahora, y que muchos compañeros y compañeras están apuntando; que es el hecho de que lo trans esta de moda y, como es preciso, y podría decir Sayak Valencia, va a acabar devorándose así mismo, despolitizándose. 

La despolitización de las masculinidades femeninas se produce por la frivolidad que sobre ello se hace, provocada por el medio donde se representa. Dice Bourdieu: si un medio de esas características suministra información para todos los gustos, sin asperezas, homogeneiza, cabe imaginar los efectos políticos y culturales que de ello pueden resultar. Y entonces vienen a mi cabeza revistas de temática lésbica (Diva o Curve) donde parece que puede ocurrir lo mismo como ocurre con el Orgullo, que en realidad es el espectáculo de los monos de feria que somos para esas personas, y por eso nos hacen fotos y se quedan en las aceras viendo pasar el desfile del circo que para ellas somos. Y entonces todos es :



lunes, 3 de febrero de 2014

Diario de la pérdida y el deseo; Febrero 2

He soñado que follaba contigo. Siempre tengo sueños de polvos largos antes de que me baje. Siempre sueño con todas y cada una de las posturas que hemos podido llegar a hacer antes de que tenga la regla. 
Me despierto algo adormilada sin tener claro el límite; sin saber lo que es real y  lo que es sueño; sin saber si es o no verdad lo que siento hasta que te veo ahí, normalmente de espaldas, y reacciono a unir de una extraña manera lo que abarca el sueño, los sentidos en el sueño y lo que abarca la realidad de lo que veo. 
Te huelo. Hueles a cama y a sueño; hueles a sudor y a flujo y a veces a saliva. Estas ahí dormido y yo muy vaga, muy en duermevela. Intento que lo notes solamente con la respiración, pero tienes un sueño profundo y no reaccionas. Sigo vaga, muy, muy cansada. Vuelvo a adormecerme, te agarro y entrelazo mis piernas con las tuyas. Nunca duermes vestido y no sabes lo que me gusta eso. Suspiro y vuelvo al sueño que no siempre regresa al polvo. Deambulo entre sueños mucho menos comprensibles y mucho más analizables. Flashes de imágenes extrañas que acabo traduciendo a modo de vidente, y que te voy narrando entre bocado y bocado de pan con mantequilla. Después de un rato te digo que he soñado que follaba contigo, que no me he corrido pero que he soñado que echábamos un polvo. Sonríes y me miras desde abajo para impostar atención sexual. Te sorprende que nunca te levante. Otro mordisco.

Es por la tarde, sábado, y abrimos el sofá mientras vemos una peli. Me besas con beso largo y patoso; suspiro; suelo ser algo impostada. Normalmente adolezco de cierta teatralidad para casi todo. Me agarras y me dices que te gusta morderme, relajo los hombros y respiro lo más profundamente que puedo. Sabemos que va acabar en un polvo. Huele a polvo. Es ese momento en que los besos se prolongan y las manos circulan entre la ropa y la piel; ese momento en que la columna empieza a arquearse buscando tu pelvis y los pezones se escaman; ese momento en que notas todo en la piel, en que notas cómo se dilatan las pupilas, se abren las fosas nasales y se engorda la lengua; ese momento que es torpe por la precipitación de la excitación. Busco todo lo que nos rodea para ver qué puedo hacer. Traduzco una cuchara de café en frío sobre tu espalda y sobre tu entrepierna. Agua, en tu boca. Hablamos. Hablas mucho cuando follas. Te contesto sin mucha seguridad. Me colocas abajo, pero hoy prefiero arriba, te beso y me introduces la lengua, la succiono y mi mano baja a tu entrepierna. Te agarro las dos manos mientras te beso. El orgasmo llegará. No me conformo con uno, insisto hasta cinco. Lo normal son tres. Tu me mojas y yo me corro sin parar cinco veces.

Hace frío en el salón, ponemos la calefacción. Y ahora todo huele a lo que huele el sexo frío; toda la piel tiene el tacto de la saliva seca y los músculos están descomprimidos.

Abro el grifo de la bañera y sonrió en el espejo. Hoy, será con espuma.