sábado, 27 de octubre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: de cómo ser padre

Ayer fuimos al cine, E y E, B y yo. Fuimos a la Seminci y recordé otras veces que habíamos ido a la Seminci.  Otros días de lluvia; cuando esperábamos fumando con las entradas en las manos a que empezara la sesión. 

Primero el corto (Le Pays qui n'existe pas), uno francés donde una adolescente que en pleno viaje a Eurodisney crece y se da de bruces con algo que puede ser y no termina y de ser. Un gran corto que refleja perfectamente esos momentos, esos pequeños espacios, cuando eres adolescente y estás de viaje con tus progenitores y llega la hora de la siesta y se comparte el espacio íntimo, ese espacio entre intimidad adolescente e intimidad de progenitores. Después Giger & Rosa, historia de amigas adolescentes (morena contra pelirroja) creando la eterna dicotomía que parece sufrir el género femenino, entre puta y comprometida. Como si una no pudiera conciliar las dos facetas. Pero lo que más me llamó la atención de los dos films fue la relación completamente invisivilizada -normalmente por la cultura mainstream-  entre hijas y padres. Es la historia que casi nunca se narra y, a juzgar por lo que yo sentí ayer, creo que empiezo a entenderlo.
Mi conflicto familiar como buena bollo, lesbiana o tortillera, es el tópico, el clásico entre madre e hija, malo, problemático, complicado, en una palabra, una relación jodida,  por lo que la figura del padre en este caso, el mio, pasa desapercibida. Al ir al cine y ver una relación entre padre e hija tierna, con una intimidad que normalmente se le permite a la madre, me sorprendí pensando en extrañas relaciones incestuosas, como si las protagonistas, tanto del corto como de la película, fueran descendencia de Anais Nin o de Lolita.
Intentaré explicarme un poco mejor. Normalmente cuando vamos al cine o vemos una serie, la madre, en un porcentaje alto de las veces, me atrevería a decir que en el noventa y nueve por ciento de los casos, es la que entra, la que penetra en el espacio intimo del adolescente (cuando la adolescente se ducha, cuando está en sujetador o probándose ropa). Da igual que sea niño o niña, la madre entra en la habitación se sienta en la cama o se mete en la cama del adolescente y absolutamente nadie lo ve mal, nadie tiene extrañas ideas sobre lo incestuoso. Pero si es el padre el que realiza muchas de esas escenas con una hija pre-adolescente o adolescente, si es el padre el que se encarga de lo intimo de una manera cuidadosa, candorosa o dulce, las imágenes de Lolitas y de Anais nos abordarán el pensamiento. Busquemos una escena entre una madre y una hija, es necesario que sea hija.  La sustituimos por un hombre que haga lo mismo que la madre, los mismos gestos, los mismos ademanes, y veremos con luces de neón escrito PELIGRO. No voy hablar por los hombres porque ellos suelen hablar por todxs lxs demás y eso me suele molestar bastante, pero sí puedo hablar desde mí y decir que casi no se tratan las relaciones entre hijas y padres y si se tratan, es de una manera superficial o de opresión, casi nunca desde lo tierno o desde lo íntimo.
 Es cierto que hay múltiples imágenes de padres, normalmente viudos, que se encargan de la manutención y el cuidado de lxs hijxs, pero cuando aparecen cumple la función de tutor, de consejero, nunca participan de la intimidad del adolescente desde lo emocional, desde el físico de lo intimo. La hija siempre se quejará de que echa de menos a su madre o, en su defecto, competirá con la otra mujer que no es la madre biológica, por las atenciones del padre, puesto que se sentirá desplazada (el típico caso de la cenicienta). Además, el contacto físico del padre parece estar aceptado cuando se es pequeñx, y se entiende por pequeñx antes de la pre-adolescencia. Voy a poner un ejemplo: la pre-adolescente o adolescente llora y llega el padre. Este la abrazará ampliamente, la abrazará con todo el cuerpo, normalmente no la apartará el pelo ni la secará las lagrimas con el envés de la mano. Pero si es la madre, la abrazará con todo el cuerpo y la apartará el pelo detrás de la oreja y la secará las lágrimas con el haz de la mano, sin palmaditas, sin pasar toda la mano grande de hombre por su pelo mientras la agarra.

Sí, lo sé es el hetero-patriarcado, todo un despropósito. 



miércoles, 3 de octubre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo; octubre 3 o cómo decir que os echo de menos

Cae la noche, que se va adelantando entre el aire que se mece y las temperaturas que bajan, y me he dado cuenta de que os echo de menos. Quizás echo de menos el sushi compartido de un viernes en una terraza que parece un ático, quizás echo de menos las conversaciones largas y tontas en cualquier bar donde no nos echasen, o los cafés en cafetera. Quizás, no es por ponerme sentimental, echo de menos la copa de vino y la marca que dejan los taninos en la copa, en la lengua, en las copas compartidas. Es caprichoso sentir que se echa de menos a alguien y que se estima su ausencia, que se estima el vacío como se estima el vacío que forma el cuerpo en el abrigo viejo, en el cuero gastado.
Es de noche y queda algún que otro adolescente montando en bike entre jardines con perros y dueños, que aplazan el silencio que llegará algunas horas más tarde. 
Llegan coches a los barrios residenciales, se apagan los motores. Cerraduras que se abren para, dos segundos más tarde, trancarse; despedidas de besos eternos, olor a frito, a baño, a césped recién regado, a río y la luna que hoy, todavía no sonríe.
Adormecido el cerebro, todavía os echo de menos, porque os extraño, porque me he acostumbrado a extrañar en el vacío que deja quien se va. Es como acariciar el agua con las puntas de las manos, como intuir los reflejos en un cuerpo trasparente. Vale, lo reconozco, ahora si que me estoy poniendo cursi, ahora si que me estoy poniendo algo decadentista, y sé que no me sienta bien, no me sienta bien esta especie de regocijo que encuentro en el insano sentimiento de echar de menos, pero es de noche, estamos en otoño y los nuevos planes se parecen a los planes de las navidades pasadas, del octubre pasado pero con un año más y alguna cana nueva. 
El caso es que pensé que podía deciros que os echo de menos y que, seguramente -como se dice siempre- pronto nos veremos.