Ayer fuimos al cine, E y E, B y yo. Fuimos a la Seminci y recordé otras veces que habíamos ido a la Seminci. Otros días de lluvia; cuando esperábamos fumando con las entradas en las manos a que empezara la sesión.
Primero el corto (Le Pays qui n'existe pas), uno francés donde una adolescente que en pleno viaje a Eurodisney crece y se da de bruces con algo que puede ser y no termina y de ser. Un gran corto que refleja perfectamente esos momentos, esos pequeños espacios, cuando eres adolescente y estás de viaje con tus progenitores y llega la hora de la siesta y se comparte el espacio íntimo, ese espacio entre intimidad adolescente e intimidad de progenitores. Después Giger & Rosa, historia de amigas adolescentes (morena contra pelirroja) creando la eterna dicotomía que parece sufrir el género femenino, entre puta y comprometida. Como si una no pudiera conciliar las dos facetas. Pero lo que más me llamó la atención de los dos films fue la relación completamente invisivilizada -normalmente por la cultura mainstream- entre hijas y padres. Es la historia que casi nunca se narra y, a juzgar por lo que yo sentí ayer, creo que empiezo a entenderlo.
Mi conflicto familiar como buena bollo, lesbiana o tortillera, es el tópico, el clásico entre madre e hija, malo, problemático, complicado, en una palabra, una relación jodida, por lo que la figura del padre en este caso, el mio, pasa desapercibida. Al ir al cine y ver una relación entre padre e hija tierna, con una intimidad que normalmente se le permite a la madre, me sorprendí pensando en extrañas relaciones incestuosas, como si las protagonistas, tanto del corto como de la película, fueran descendencia de Anais Nin o de Lolita.
Intentaré explicarme un poco mejor. Normalmente cuando vamos al cine o vemos una serie, la madre, en un porcentaje alto de las veces, me atrevería a decir que en el noventa y nueve por ciento de los casos, es la que entra, la que penetra en el espacio intimo del adolescente (cuando la adolescente se ducha, cuando está en sujetador o probándose ropa). Da igual que sea niño o niña, la madre entra en la habitación se sienta en la cama o se mete en la cama del adolescente y absolutamente nadie lo ve mal, nadie tiene extrañas ideas sobre lo incestuoso. Pero si es el padre el que realiza muchas de esas escenas con una hija pre-adolescente o adolescente, si es el padre el que se encarga de lo intimo de una manera cuidadosa, candorosa o dulce, las imágenes de Lolitas y de Anais nos abordarán el pensamiento. Busquemos una escena entre una madre y una hija, es necesario que sea hija. La sustituimos por un hombre que haga lo mismo que la madre, los mismos gestos, los mismos ademanes, y veremos con luces de neón escrito PELIGRO. No voy hablar por los hombres porque ellos suelen hablar por todxs lxs demás y eso me suele molestar bastante, pero sí puedo hablar desde mí y decir que casi no se tratan las relaciones entre hijas y padres y si se tratan, es de una manera superficial o de opresión, casi nunca desde lo tierno o desde lo íntimo.Sí, lo sé es el hetero-patriarcado, todo un despropósito.


