martes, 22 de julio de 2014

Inventario


Donde penas y glorias no sean más que nombres
Luis Cernuda.


Hago colección de collares sin memoria.
Hago colección de collares a los que, cuidadosamente, voy poniendo un recuerdo.
Hago una cuidadosa labor de restaurador.
Recuerdo.
Coloco y olvido.

El último día del taller de verano hablo sobre la suerte,
hablo sobre la protección.
Os recuerdo sin rito y coloco el recuerdo en el collar.
Lo guardo con los otros objetos en una bolsa del Carrefour,
el recuerdo se vuelve cotidiano.
No se os puede hacer mito.
Os protejo del olvido,
respiración asistida a la memoria entre estos muros de piedra que ahora habito
y que no vais a poder oírme pronunciar.
Es un brillo, un destello, un pinchazo ligero en la garganta.
Dura poco tiempo el luto y siempre brota entre el silencio, entre calma;
pero el recuerdo acontece en el murmullo en el tumulto, en el cuerpo que falta.
Os hecho de menos.
El olvido deja paso a más olvido.
El recuerdo busca entre unas navidades o puede que un verano cerca del mar,
en un bungalow de las salinas.
El olvido es la frase: ya no estáis.
Me aterra durante unos segundos esa sensación que el olvido deja.
Recuerdo aquel cuadro tuyo de Saturno, es irónico.
Me revelo con la vida, una vida, mi vida.
Os tengo entre los genes, en el color de los ojos, en lo que sé y en lo que aprendí
pero el olvido está presente en los genes, también, entre el color de los ojos, entre lo que sé y entre lo que aprendí.

Es invisible, inaprehensible.

Llevo tu último segundero con una correa nueva.
Llevo el último collar que recuerdas haberme dado
y he tenido que tirar la última camisa que me regalaste.
Almendras, galletas, naftalina.
Olores detrás de cada polaroid.
Destellos al coger un abrigo, destellos detrás de una silueta, dentro de una habitación.
Aterra, durante unos segundos.
Destellos detrás de pasar una fotografía analógica a formato digital.

 Por si no lo he dicho, por si se  me olvida, por si no lo recuerdo.
Os diré que os hecho de menos,
sin mito,
sin drama,
sin dolor ...




sábado, 19 de julio de 2014

Diario de la pérdida y el deseo: 19 de Julio

Ha empezado a hacer calor,
ese calor que produce espejismos
en medio del asfalto.
Calor
que entra por los pies
cuesta respirar.
Calor de piscinas
y grillos,
calor de cenas de sushi
camas de sábanas blancas,
calor de nosotres tres entre esas sábanas
haciendo prórrogas al tiempo.
Granizado de limón
Amarillo
trigo brillando las noches de luna llena.
Calor
un verano y nuestras manos.
Calor, calor, calor
sonido del río a las doce.
Abejas y cangrejos
Aire acondicionado,
pistolas de agua.
Masticar hielo
pantalones cortos
los mismos del comentario del nuevo héroe adolescente
al que todo se le permite.
Vestidos blancos, sandalias,
pies descalzos entre la arena.
El calor
la ducha y un polvo

largo.

Verdejo, la via lactea.
Calor
 y un campamento al que nunca fuí.
Calor, tejados, antenas,
un cielo lleno de siluetas triangulares.

Miro el reloj
me faltan tres cuartos de hora para veros.





sábado, 5 de julio de 2014

Diario de la perdida y el deseo: Resilencias 5 de Julio






Susurra el mar entre este horizonte de cosecha de secano. 
Susurra el mar entre carreteras comarcales que llevan a cementerios de muertos vivientes. 
Susurra el mar entre las ventanas de un barrio obrero donde las únicas perspectivas son las cortinas a rayas de la casa de enfrente y una mujer sacudiendo la mopa, todos los días, siempre a la misma hora. 

No está siendo un verano cálido como dice esa canción que tarareo mientra camino hacia el trabajo. 
Tarareo para sacar tiempo para poder echarme de menos. 
Tarareo para abrir el horizonte tan estrecho de este espacio que ahora ocupo de manera casual pero que me atraviesa violentamente, que me atraviesa justo por la mitad que señala mi dedo Índice. El centro es el ombligo, la herida que queda del  ser cuando ese ser rompe el hilo con el líquido primigenio. 

Mar, te oigo todo el rato.

Susúrrame, mar, entre las noches que se escapan entre las manos y los libros que aparco en la mesa rebajada del Carrefour. 
Háblame, ronronéame, mar, entre las cosas que voy dejando en las esquinas para que las encuentres y me rescates de tanta normalidad. Para que me rescates, sin ayuda de tanta normalidad que asfixia.

No huyo de mi huyo de la necesidad del otro. 

Otro minuto suena, otra hora cae, otro día pasa. Siento el tiempo en la piel, en el cansancio que borra al otro, en el cansancio solitario del que se sobreexpone de manera casi química al sistema postfordista del ser, del tener que ser, de lo auténtico. Desaparece el otro entre tanto ruido embotellado de días, horas, minutos, segundos, nanosegundos. 

Desaparece el mundo en el mundo, que es devorado por el símbolo de un reloj daliniano. 

No me gusta Dalí. 
Desaparece el otro y, con el otro, desaparezco yo. Estoy cansada de rendimiento, de la droga química que produce mi cerebro en la necesidad de ser y estar productiva. 
Ganado protegido en una casa de cincuenta metros, 
ganado productivo entre las facturas que caen en el buzón y que llegan con un desconocido que solo es voz.

Cántame, mar, entre el pelo rubio de N que yace echado en el cojín rojo, su tiempo. 
Susurrame, mar, que mi cabeza se llena de arena. 
Susurra el mar detrás de las montañas, de las nieves, del trigo encañado, para que no olvide  todo aquello que rodea la circunstancia espacial que me devora lentamente, lentamente como reloj de arena, lentamente.

No soy conejo blanco, no soy reina de corazones. 
Sombrerero, liebre de marzo, camino amarillo sin final ni resolución, soy la que se va haciendo, la imperfecta, fragilidad humana devorada por la resta.

Susurra el mar en el chillido de las golondrinas, en el zumbido de las abejas y en el llanto del grillo.
Susurra el mar en todo aquello que poco a poco voy dejando de ser, voy dejando de ocupar. 

El trabajo no cansa como decía Pavese el trabajo duele.

Resuena el grito de las ballenas en la parte más baja de mi cerebro, 
resuena el canto para indicar la dirección entre tanta agua turbia. El vacío se parece a esto. 
Resuena el clic de las mandíbulas de los cetáceos, está todo tan lejos como alargar la mano para cogerlo. Cógelo.

Me hundiré en el azul de lo que siempre tuvo que ser, en el azul de lo que pudo ser, en el azul de lo que no termina, en el azul de lo que falla para rejuvenecer en el cansancio de un cuerpo que puede leer al otro, en el otro, en el cansancio del que medita y nunca resuelve.