domingo, 2 de agosto de 2015

Marquesina

Son las ocho de la tarde de un jueves. Las campanas de la catedral lo anuncian en un radio de no más de 100 metros. Es también, además de las ocho de un jueves, un jueves de otoño. Está empezando a llover y la gente que camina y que ha sacado paraguas, duda. Hay personas que dudan de manera casual, otras no piensan y lo abren, algunas tardan tiempo en darse cuenta de que llueve y las hay valientes. 
Es una ciudad no muy grande. Una ciudad con sólo dos industrias importantes y un montón de campo alrededor. Cereal, un río y un canal obra del neoclasicismo.
Estamos en el centro, algo desplazados al norte y hay una rotonda característica de las ciudades dormitorio, de las ciudades donde se maneja más el coche que el paso. El tren de Valladolid ha llegado. M se baja. No lleva paraguas pero tiene un impermeable con capucha de color azul. Da clases en la Universidad de Filología Inglesa y tiene unos botines rojos. Acelera el paso. Aún tiene que coger el autobús urbano. Para llegar a la marquesina tiene que atravesar un parque con patos y un pequeño anfiteatro; pero antes de todo eso, se enciende un cigarrillo mientras inclina la cabeza ligeramente. En la marquesina solo hay otra persona pero detrás, debajo de los tejados que sobresalen, está lleno de gente. Sopesa las posibilidades: ponerse al lado de la persona que está sola o con el resto. Acompañar o pasar desapercibida. Decide acompañar. Los espacios comunes que en un momento determinado parecen pertenecer a alguien son conflictivos, por lo menos para M.
Entra en la marquesina. La otra persona lleva una cazadora vaquera dos tallas mas grandes, y una melena recogida de manera desorganizada. Cuando M entra, la chica de la cazadora dos tallas más grandes gira la cabeza y sonríe. A M no le gusta que sonrían en esos espacios fronteras como si te conocieran. M, además, siente inseguridad cuando pasan estas cosas. Un cartelito en letras rojas avisa de que el autobús llegará diez minutos tarde.

- Creo que hay problemas en la Cirular -murmura la persona con melena. M mira sin entender, mientras aquella mujer le enseña el móvil-. Me lo están diciendo.
- Ahhh  -y sonríe para desquitarse-.
- ¿No sabes quién soy? -le interpela de repente aquella mujer con una sonrisa aún más grande que la primera-.

M empieza a sudar y mira detrás. El decidir acompañar tiene sus problemas. En ese momento, M ha decidido que no va a volverlo a hacer.

- M... -un gran silencio y un gesto que coloca las palmas hacia arriba-. ¿No te acuerdas de mí?

M  pone algún tipo de cara que parezca saber de qué hablan: no, no me acuerdo...

- Soy la hermana de I.

Empieza observando que hay gestos que le recuerdan a alguien pero encoge los hombros.

- ¿Qué I?
- Tu ex.

M quiere que la tierra se abra de par en par, que lleguen unos extraterrestre que quieran abducir humanos o que un rayo caiga y fulmine ese momento. Espera unos segundos por si todo eso pasa. Sus esperanzas acaban en la alcantarilla que hay al lado de su botín rojo y lanza la pregunta con reservas.

- Eres P, ¿no?

Por su cabeza pasan todas las posibles conversaciones que se pueden haber dado en las películas, en los libros que ha leído, en las series; pero no hay documentación, y si la hay, no la está procesando adecuadamente.

- ¡Claro P!¡Cuánto tiempo!
- Siete años. Y ahora ¿dónde estas? ¿Te fuiste a EE.UU.?
- Aquí en Valladolid y sí, me fui un año pero volví.
- I no esta aquí y se ha casado. Vive en Sevilla.
- Ah... No lo sabía.

El autobús entra en la glorieta.

- Pero yo estoy aquí y... oye, estoy pensando que a lo mejor te interesa alguna de las reuniones que hacemos en un local. Somos un grupo de chicas...

P saca un boli del bolsillo y apunta su número de teléfono en la palma de M.

- Me voy. No te olvides de llamar y te pasas alguna tarde. Seguro que podemos hacer cosas.

En la marquesina entra otra mujer con los mismos zapatos rojos. M no quiere levantar la cabeza, no vaya a ser que tenga que volver a hablar.





sábado, 1 de agosto de 2015

Escenas

Ha caído la niebla y el mar esta lejos de los cuerpos que habitan este espacio. Es  noviembre, siempre que se esta lejos del mar es noviembre. Noche blanca como el olvido. Hace frío, frío de niebla y el viento susurra en el idioma del miedo. Se oye una verja  y  las hojas golpeando en el cristal.  Ella se ha despertado por uno de esos golpes en el cristal, ha sido un golpe de hielo en el espejo de la cama.

Nota el frío dentro del pecho, el frío, un suspiro.

Mira al lado izquierdo y no esta. Otra noche de insomnio. Tarda en decidir qué hacer. Despacio deja caer los pies al suelo. La uñas rojas chocan con el blanco lunático de la alfombra. Coge la sudadera. Respira y sabe que va a ir a su encuentro. Siente su insomnio en todo el espacio que ha quedado. Camina mientras los pies hablan con la madera. La luz del salón, está encendida y, ha puesto la chimenea. Oye el crepitar del fuego que ahora la parece ensordecedor. Baja por las escaleras despacio, intentando percibir el cuerpo que esta en el sofá, percibe su aliento desde el espacio que avanza. Esta leyendo. Observa la lectura del insomnio desde el umbral, ha sido un día demasiado largo como para que el sueño no venza al insomnio. Cuando se acerca, despacio, su mano rozara el pelo oscuro. Un beso en la mejilla. Va hacia la cocina, hierve agua y desde la cocina sigue observando su lectura y el fuego. Le ofrecerá una infusión y la aceptará. Después se deslizara despacio hacia el hueco que queda a su izquierda. Acurrucara su cuerpo contra el hueco del cuerpo que no duerme y leerá lo que lee la persona que no duermo. Despacio se acercara a su oído y en el susurro que acompaña una confesión pagana dirá:

-promete que nunca me lo harás.

Viento, crepitar y el sonido de las piernas que se cruzan. Un beso.