Ayer fue una sorpresa quedarse por la noche viendo el póker en la sexta. Soy tan básica, que a veces me sorprende la patina de ostentosa y dudosa intelectualidad que vendo. Qué se le va a hacer, me permito de vez en cuando, ese lujo de ser frívola y sin contenido y, lo peor es que me siento realmente privilegiada por serlo. Y los demás si no quieren mirar que no lo hagan porque es posible que en vez de sacar la lengua- como hacia en esas horrendas fotos familiares- saque el dedo corazón. Qué gran invento el dedo corazón; que descubrimiento el dedo corazón y la cavidad del útero y del ano, y qué gran descubrimiento utilizarlo en cuerpos ajenos al mío. Pero esto no va a ser una oda al dedo corazón, eso lo dejaremos para otro día.
Volviendo al tema después del homenaje-disgregación al dedo corazón. Ayer me quedé completamente fascinada, completamente extasiada y hasta casi mojada (puede que aquí exagere un poco) al descubrir a Vanessa Selbst. Lo dicho: simple, soy muy simple. Simple es mi deseo y sencilla la forma de entenderlo: me ponen sin más, sin necesidad de imaginar un preludio. Lo mismo me pasó cuando, gracias a unos juegos olímpicos y a los canales de pago en la casa de mi madre, me encontré sin quererlo, bueno quizás si lo quería un poco, con Natalia Zabolotnaya.
Yo, una monitora de yoga, flexible, que une cuerpo, alma, espiritualidad oriental, misticismo y delicadeza y compostura en los estiramientos, entusiasmada con la competición de halterofilia femenina y pensando en echar un polvo rápido en cualquier baño de cualquier bar. Pensando en alquilar una habitación para utilizar esos cuerpos en exceso musculados, con una cantidad ingente de proteínas y clara de huevo hasta la extenuación, sudorosa y salivada y además sentirme tan contenta, dejando utilizar, a la vez, mi cuerpo de cultura anti-cárnica.
He de decir que intenté escuchar a los comentaristas para no sentirme tan básica. Para sentir que ese interés que demostraba era interés por un deporte casi no publicitado, del que casi no hay información. Pero me podían algunos cuerpos, algunas participantes. Así que me asumí como pude -haciendo extraños comentarios a mi madre que hacían referencia a dificultades para encontrar patrocinadores, desigualdades en el género- intentando no dejarla ver lo básica que era su hija educada en colegios de uniforme porque, para qué nos vamos a engañar, hay cosas que una madre no debe saber de su hija. Ella hablaba sin mucho énfasis de lo horrendos que resultaban esos cuerpos y yo, mientras ella hablaba, seguía con el baño, seguía con la sudoración, y me fijaba en cómo algunos de esos cuerpos masculinizados se asumían así mismos como masculinos.
Después empecé a buscar información y acabe dándome de bruces con comentarios en red, cansados y repetidos de algunOs espectadorEs que acusaban a aquellos cuerpos que decidían asumirse como masculinos. Pero sin necesidad de ir a los compañeros masculinos de polla de carne, es curioso, cómo a veces la duda, y sobre todo la duda sobre la lectura de nuestros cuerpos, nos puede dar tanto miedo. Cómo insistimos en que nuestros cuerpos pasen por una normativización de género, por una normativización de tendencia sexual, asumiendo con ello identidades estancas, identidades finitas que nos limitan y en las que parece que nos sentimos cómodxs; cómodxs como el león que vive con las ovejas y que aún no sabe que es león y vive sin decidirlo, en vez asumirnos como identidades que pueden devenir y ser leídas de múltiples maneras y cómo esas multiplicidades, partiendo de la misma premisa, adquieren significados opuestos.
Aun así, yo seguiré salivando como la perra de Pavlov, cada vez que vea a Natalia o a Vanessa. Me fascinan sus cuerpos, sus formas y todas aquellas lecturas y variables que puedan tener.
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