viernes, 31 de mayo de 2013

El deíctico que todxs somos

La verdad es que podría hablar de muchas cosas, pero creo que hoy me decido por hablar de los tópicos y me decido por hablar de la normativización y heterosexualización que puede que estemos sufriendo las lesbianas y los colectivos LGTBQ. 
Hace ya mucho tiempo que siento una extraña fascinación por los monstruos y además  esta fascinación surge del principio de creerme uno (es curioso, hay monstruos pero me cuesta referirme a mí como una monstrua) y de la necesidad de buscar en ellos al igual o al compañero, con el que poder compartir aquello prohibido, aquello no dicho. 
Después de luchas constantes en la adolescencia por asumir lo que compartía  con la gente que no me gustaba (el pijo de la clase, la pija calienta braguetas, el/la empollón/a -con este más bien poco-, al que se le caía la baba, el come collejas, el/la repetidor/a, que lo fuí, el/la neonazi, el cabrón, la zorra vengativa, los padres, las madres) y por confesar cosas de esas que se dicen inconfesables, (no relacionadas con mi tendencia, eso me resulto relativamente fácil, sino con la manera en que manejaba el deseo; un deseo siempre excesivo, un deseo siempre obsceno, un deseo siempre indiscreto) ahora me miro en el espejo y me veo bien

Para hablar de mi monstruosidad, quizás tendría que decir que de pequeña jugaba a los médicos y puede que alguna vez fuese violenta con otrxs compañerxs que compartían mi uniforme e incluso de más pequeña (unos 4 años) sitié y até a un niño para obligarle a besarme (el típico juego de indios y vaqueros donde yo decidí ser la india dominante, tenía tamaño y fuerza). Era así, encajaba en el tópico de ser lesbiana por  tener una excesiva lujuria  y comportamientos de macho ante la sexualidad. Además me gustaba montar a caballo, me encantaban los coches rápidos y caros, las armas de fuego y la estética militar (también me gustaban las Barbies y los tacones y el pintalabios de mi madre y disfrazarme de princesa con un puñal en las enaguas, pero todo esto no entraba en los tópicos, así que esto me permitía la normativización, el passing,  y lo otro, lo que encajaba en el tópico era una especie de excentricidad que me llenaba de orgullo e individualidad con respecto a mis compañeras, porque así es como los padres y las madres del mundo quieren que sean sus hijxs y nosotrxs, lxs hijxs nos leemos con continuas excentricidades sin profundizar en porque a  eso le llamamos excentricidad en vez de tópico bollo). 
Pero aún así, las palabras que definían lo que yo recuerdo sentir -y aquí seguramente haya mucho de novelado y de autocomplacencia- no encajaban del todo en mi cuerpo, no encajaban en la realidad de lo que sentía, porque todo era oscuro o peligroso, y aunque a veces, eso formara parte del juego, no había  en mi conciencia una mayor diferencia entre mi excesivo instinto sexual pecaminoso y sin criterio de género y el sentimiento que una podía tener cuando robaba algo de dinero para comprar regalices o para comprar los cromos de Willy Fogg. Las dos prohibiciones eran por igual interesantes, pero con el tiempo descubres que no tienen el mismo significado y para una de ellas  me tuve que inventar algo que doliese menos, que sonase mejor que "tener una sexualidad lujuriosa".  Decidí cambiar "lujuria" por "sexualidad exuberante", que parecía estar más vinculado a cierta animalidad felina o de coneja y que para mi, resultaba más cómoda que el adjetivo de "lujuriosa" o "pecaminosa" que parecía sacado de un sermón de Semana Santa - estos sermones que se visten de discursos políticos y que nos están imponiendo desde el gobierno de todxs-. 

El caso es que lo monstruoso era aquello que pensaba, aquello que deseaba ejecutar y la manera en que quería ejecutarlo. Con los años, descubrí que la medicalización del S.XIX ya me hubiese puesto el adjetivo de tribada, histérica o lesbiana y yo me hubiese negado a mi misma la acción de serlo por esos motivos. No era lesbiana por ser excesiva, era lesbiana porque me daba la gana, y ahí, en esa manera de releer el tópico, está la salvación y la posible opresión, porque cuando unx supera sus tópicos, sus miedos, sus estereotipos (una ingenuidad, porque una siempre es el tópico, el miedo,  el estereotipo para alguna otra), siempre acaba siendo el verdugo, el policía de cualquier otro y señalará con el dedo, sin darse cuenta que fuera de ella, hay miles de dedos señalándola como el tópico, el estereotipo, el miedo de lo que es y no quiere asumir. 
No nos damos cuenta de que en la necesidad de negarlos, en  la necesidad de decir que no somos las mismas de siempre, que somos otras (el mismo perro con distinto collar), está la gran trampa y, con ello, perdemos parte de la identidad y parte del legado de lo que éramos. Porque hablar desde el lugar del dedo que señala es más fácil y menos doloroso que coger el dedo que señala para colocarlo en nuestro pecho y asumirnos como aquello señalado. Ser compañeras de lo que se señala, no de la persona que señala. Pero nos cuesta atender a la diversidad viéndonos a nosotras como la diversidad, como el estereotipo señalado.
Si alguien nos dice eh, eres tú la persona señalada, reculamos, nos sorprendemos, nos desquitamos y en ese momento, buscamos a la compañera para cambiarle nuestro puesto y entonces nos ponemos en el brazo del dedo que señala, nos construimos como deícticos, mientras llevamos el discurso de atención a la diversidad, de atención a la pluralidad, porque en el fondo, a veces somo muy ruines, queremos ser el dedo que señala  y lo señalado con nuestras reglas y es en este momento, cuando dentro del propio colectivo si alguien nos dice, eh yo sé que eres lesbiana, a veces nos heterosexualizamos y queremos no parecer aquello que somos, queremos hacer un grupo que quede bien en las fotos familiares, un grupo que quede bien en el parlamento y que salga favorecido cuando le hagan una foto porque, para qué nos vamos a engañar, en el colectivo hay diversidad pero yo no soy tú.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Diario de la pérdida y el deseo. 22 mayo, guerra fría

Estoy en el limite, en un limite que alguien ha marcado, que tú has marcado; tú te quedas dentro, soy la expulsada.
Recuerda que, al igual que tú, también conozco el cuento de cenicienta y recuerda que no busco príncipe alguno para salir de la zona a la que me has expulsado. 
Estoy en tu limite de mujer del Hola!, pero no soy una chica Hola!, ni una chica Cosmopolitan, ni una chica Vogue, ni Elle, ni Mary Claire, ni la chica que toma Kellogg´s para mantenerse en forma; pero me parezco sospechosamente a ellas; puedo hacer passing y nadie lo descubrirá; pero en vez de eso, recuérdalo, me visto para la batalla.
Estoy en el limite y he empezado a vestirme por los pies como los hombres. Tengo un mono de trabajo de color azul, y unas estupendas botas militares reforzadas en la punta -las mismas que utilizas para defender al ser hegemónico que tú tampoco eres-. Prepárate para la lucha, porque será una lucha larga y no podrás esconderte, es una lucha a campo abierto y yo siempre me he mostrado.
Estoy en tu limite y me he vestido con los atributos de tu padre. Soy capaz de conducir vehículos pesados y soy capaz de conducir la moto que conduce el chulo que en algún momento dirá que quiere ser tu marido. 
Mírame bien, porque soy tan parecida a ti que me confunden contigo y no soy tú. Tengo un cuchillo de doble filo y uno de los filos es dentado. Estoy vestida para la lucha que tú has decidido llevar a cabo pero no hay cuartel. Acuérdate de que soy tan parecida a ti que me pueden confundir contigo. Recuerda que tú puedes confundirte y no saber si es conmigo con quien luchas o contigo, recuérdalo. Ten presente tus manos y tus pies, ten presente tu pelo y tus ojos porque puedes atacarlos pensando que soy yo y quedarte sola ante tus manos, tus pies, tu pelo o tus ojos. 

Acuérdate de que puedo construirme como tú y no ser tú. No te olvides nunca de que somos tan parecidas que puedo destronarte, puedo ser tú; no te olvides que he luchado tantas veces que mi cuerpo es un cuerpo de lucha, un cuerpo con el que sé luchar y defenderme. Prepárate porque las armas del padre, las mismas que utilizas a tu favor, también yo sé manejarlas y utilizarlas en el mío. Recuerda que saco fuerzas de tus ruinas, recuerda que saco fuerzas de tus escombros y recuerda que saco fuerzas del margen en el que has decidido posicionarme. Estoy cómoda y me enorgullezco de ser aquello que odias tanto, de ser aquello a lo que tanto miedo tienes. Recuérdalo cada vez que vengas a combatir.

Recuerda que cuando me veas en el campo de batalla me pareceré a ti. Podría ser tú y no soy tú.  Recuerda que nos han contado los mismos cuentos y venimos de la misma historia, pero recuerda que yo ya he estado en la batalla, que no es mi primera batalla. No soy virgen. Recuerda que las dos esquivamos bombas pero yo estaba en las trincheras y tú en el campamento base. No pierdas nunca de vista tu reflejo porque yo puedo ser tu reflejo y tú al mismo tiempo. Recuerda que  hice un pacto con mi sombra y mi pasado para poder estar de nuevo aquí, en esta batalla contigo delante y limpia.
Que no se te olvide nunca que somos tan parecidas que yo siempre puedo ser tú. Recuerda. Tenlo presente cuando llegues al campo de batalla. No me importa que tú elijas el campo, ni las armas, porque las conozco todas. Una vez fui tú, recuerda. Recuerda, cuando llegues al amanecer al campo de batalla, que es la casa del padre, que pude ser tú.  

Recuerda  que soy amiga de las termitas que carcomen los cimientos, recuerda que no tengo miedo al dolor, recuerda que el dolor puede resultarme atractivo y excitante. Recuerda que sobre las ruinas no se puede construir, recuerda que en las ruinas no hay banderas, ni limites ni fronteras. Recuerda que estoy armada, recuerda que estoy preparada para la batalla y recuerda que no es mi primera batalla cuando decidas abrir fuego. Recuerda que pude haber sido tú y recuerda, sobre todo recuerda, que decidí no serlo.


Pd: El vídeo oficial no le he puesto, porque la canción me resulta una especie de himno y  en el vídeo se narra una historia que recuerda más a un acoso que a un himno.

martes, 14 de mayo de 2013

Diario de la pérdida y el deseo; 14,Mayo

Voy a dedicarme unas horas, unos minutos, unos segundos. Voy a andar entre el trigo hasta llegar a las dunas, donde las flores moradas rastrean la arena como elegantes serpientes. Caminaré entre lagartijas y escarabajos. Caminaré despacio entre las abejas -ya no las tengo miedo-, entre las avispas, entre los mosquitos. Caminaré entre los abejarucos que ya han anidado en el campo de trigo, centeno y colza y caminaré entre las golondrinas que me ha prestado mi abuelo, las que me quiero tatuar en el antebrazo. Entre las  golondrinas que anidan en la meseta de la que me marcho y las que anidan en los pueblos que duermen entre barcas blancas y azules, entre redes y pescado. Caminaré despacio porque no me gustan las prisas, porque no me gustan los muertos, ni el sonido del refrigerador que les hace parecer estar dormidos. Caminaré y llegaré al mar. Saldré a mediodía, con la luz de las doce para que mi cuerpo se dore al sol, para que mi cuerpo se ponga moreno, para que mi cuerpo empiece a recordar el color del verano eterno de cuando era algo más pequeña. Caminaré en ese momento en que la sombra se confunde con el cuerpo y se hace una. Caminaré despacio, no me gustan las prisas, y veré los campos donde han florecido las margaritas y las amapolas, porque caminaré a mediados de mayo. Caminaré y llegaré al mar. Llegaré al mar cuando pueda tocar el sol con el pulgar, como las eternas tardes de septiembre en las que se caen las horas a la orilla del mar, a la orilla de nuestro mar. 
Mar del color del mar en julio, que es azul y turquesa, que es trasparente si salpica y blanco si se convierte en espuma, si se convierte en ola. Y olerá al jazmín del anochecer,  a las madreselvas y a sardinas. Olerá al olor que tiene la arena en pleno mediodía, olerá a aftersun y a limones, olerá a vainilla y a leche merengada.
Los hibiscus estarán abiertos, serán pinceladas de rojo entre el verde y el azul del mar y el azul del cielo. Estará despejado, sin nubes, azul intenso,  con estelas de aviones, con banderas publicitarias de cualquier bebida que suene a verano y huela a sandia.
Caminaré entre las dunas, se hundirán mis pies entre la arena, rozarán cada grano, que se ha hecho con eternidad, y ésta les inundará. Serán pies testigos de la eternidad de cada grano, de cada piedra preciosa que forma los granos de arena. Soplará el viento, un viento cálido de sol anaranjado, y sonarán trompetas de días de fiesta, trompetas doradas que brillarán con el sol de media mañana, porque el regreso será una fiesta. Respiraré el olor a sal, el olor que tiene el vapor del mar, el olor que tienen las olas cuando rompen. Mi retina quedará inundada de los distintos brillos del agua, y mis pies llenos de todo llegarán a la inmensidad de azul y sal y placton. Notaré la espuma entre los dedos, la resaca del mar en la planta y surcaré con la palma de mi mano el horizonte. Mi mano será mi horizonte y mi vértice, porque no tengo prisa por llegar a ningún lado, ni tengo prisa por huir de ninguna parte; ya no tengo la aprensión de la huida porque he hecho un pacto con ella y duerme tranquila entre mis clavículas. 
Andaré hacia dentro y el agua rozará mi cintura, rodeará mi cintura y mis piernas y escucharé el silencio, ese silencio que conozco gracias a que tú me lo narraste, ¿te acuerdas? Te acuerdas de ese día de finales de verano cuando el mar estaba como una balsa y al fondo había un banco de tierra, donde no cubría nada y tú me agarraste de la mano, pero el miedo a las medusas hizo que me soltara. Te reíste y me llamabas pero el silencio que te rodeaba y el estruendo que me rodeaba hizo que me quedara en ese espacio de seguridad, tan lejos de tu silencio. Ahora llegaré donde no me atreví aquel día de finales de verano, y dejaré que mi cuerpo sea madera a la deriva; notaré el agua entre el pelo, notaré el agua en las epiteliales, y respiraré profundo y cerraré los ojos llenos de inmensidad azul. Notaré cómo brilla el agua, cómo el sol se esconde; flotaré en el silencio del mar en calma, en el silencio del calor del verano, flotaré entre olor a salitre y pino. El agua recorrerá mi cuerpo, la sal impregnará mi moreno y los labios se agrietarán, tendré el silencio de las horas, los minutos, los segundos que me voy a dedicar para llegar a este mismo punto.  

viernes, 3 de mayo de 2013

La madrastra de Blancanieves

A E sobretodo y a A, porque siempre me sorprende con su extraña manera de ver lo que yo cuento.

Hay cosas que nunca son fáciles; hay cosas que se desarman a medida que el tiempo pasa y no estoy hablando del amor romántico.
Tengo que decir que esto nunca lo habría pensado de esta manera si no me hubiese conciliado con una yo que existió durante mucho tiempo, en la yo que soy ahora, y he de decir que doy las gracias a mis variopintos intereses por haberme sacado de donde es posible que alguna vez hubiese podido estar, aunque siga partiéndome la mandíbula.

No me gustan en especial las familias heterosexuales. No comparto la idea de que lxs hijxs deban cuidarse con núcleos familiares estandarizados por vínculos sanguíneos y con roles definidos y nunca revisados que se justifican a través de la biopolítica. Creo mucho más en una educación plural y grupal del ser vivo, que englobe una pluralidad, que englobase la pluralidad de lo que somos (pluralidad que intentan invisibilizar la nueva ley de educación LOMCE en las aulas, estandarizando al estudiante). Carezco, he de decir, de instinto materno -concepto sexista, puesto que presupone que es un instinto natural de una parte de la población que atiende a unas característica de genero que no de sexo y que parece consistir en la necesidad de parir, no en la necesidad de cuidar, educar o acompañar a un ser vivo, y es evidente que no considero que esa necesidad sea natural, lo que sí que considero es que procede de una cultura sexista y bipartidista con la que estoy enfrentada de manera directa.

Partiendo de mi oposición directa a núcleos familiares de roles culturales aprendidos y de los que nadie  se salva, donde nos enmascaramos nosotrxs y enmascaramos  a lxs otrxs, es difícil educar -que no criar-. Y es en este mismo momento, en este posicionamiento, en esta decisión que elegimos donde se provoca toda una serie de problemas y una serie de posicionamientos. 'Criar' se refiere a 'engendrar' y hace alusiones a razonamientos bio-politicos, justificaciones políticas que aluden a conceptos como 'natural' o 'tradición' sin tener en cuenta que el que observa es una persona y esa persona es política y tiene ideología. Por el contrario, 'educar' hace referencia a 'guiar' a 'conducir', a 'acompañar' y no hace alusiones a la biología, lo cual es de agradecer si estamos buscando un mundo plural y que contemple y haga participe a la diversidad.

Intentando relativizar y mirar el complejo prisma de personalidades que nos rodea y que somos -esto suena a humo de libro de auto-ayuda-, me re-ubicaré y ante la imposibilidad de encontrar en la obra de Tomas Moro, Ganivet o Zamacois un resorte filosófico-es mi asignatura pendiente-, intentaré entrelazar lo que podría decir a E con una taza de té rojo en las manos, en una cafetería de anchos sofás y pintura desconchada: La madrastra de Blancanieves no era su madrastra, era su madre y quería matarla. Y detrás de toda esta construcción del cuento hay una decisión ideológica, llevada primero a cabo por los hermanos Grimm y después por todo el sistema de la Alemania nazi, entendiendo que los valores tradicionales son núcleos familiares heterosexuales, que mandan postales en días festivos y la madre siempre es una figura que protege, cariñosa, y que cuida.

Me dirás que eso ya lo sabes, que eso es la teoría, pero que no sale cuando unx decide ponerla en práctica. Y tendrás toda la razón. Tendrás toda la razón porque a veces las madres no quieren ser abuelas de hijxs de familias que no encajan en sus roles culturales aprendidos. Tampoco quieren ser madres de seres que ponen en entredicho su capacidad de educar o ponen en entredicho la proyección que ellas tienen sobre su propia persona y su propia vida, proyección que realizan sobre ese ser que le es ajeno desde el momento en que salió de su útero. Y el ser que no les pertenece tiene que resolver todas sus expectativas, porque ellas nunca son las madrastras de Blancanieves y es entonces cuando pasamos a formar parte del cuento de cenicienta, buscando el agrado del que no entiende y no quiere entender, esperando a que alguien nos diga que el zapato de cristal es nuestro. 
E insisten e insistimos de manera tozuda, en no ser aquello de lo que salimos (buscamos todas las pequeñas divergencias que encontremos entre nosotrxs y en este caso nuestra madrastra, para posicionarnos como ser) y en que seamos aquello que han sacado, las madrastras ven constantes parecidos entre cualquier miembro de la familia, y quieren que cualquier miembro de la familia sea aquello que ya han pensado, que ya han decidido y cualquier grieta que tenga, condenada a la invisibilización y si no a la burla y al dedo que señala inquisidor, será invisivilizada. Y nosotrxs, los hijxs de esas madres, firmamos acuerdos que, lo sabemos de antemano, no podemos cumplir, porque como nos recuerda esa canción, madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle; y seguimos con roles absurdos identificando madre y familia, invisivilizando voluntariamente a todo aquello que no encaje en ese rol freudiano.

El eterno retorno y la necesidad del eterno retorno, un Ítaca o un Ulises o un mar entero o una patria o  un valle, todo aquello que sea raíz, construimos la metáfora desde ese posicionamiento biopolítico sin revisar el propio razonamiento primigenio.

Es cierto, insisto, la madrastra de Blancanieves, en el texto original, era su madre. Así que ese pequeño matiz, esa pequeña palabra, hubiese solucionado muchos problemas, hubiese dado la puerta a muchas posibles soluciones, porque esa pequeña palabra, ese pequeño matiz, hubiese podido ser la foto que no encanja y esa en la que las deformidades nos permiten reflejarnos.


Y sé que si huimos, nos acercamos a aquello de lo que huimos de una manera irreparable, porque sé que la huida tiene forma de rueda y que la rueda es un constante regreso y sé que la huida nunca es laberíntica, la huida tiene forma del símbolo de infinito y nunca es infinito, siempre es un constante regreso a las raíces con las que no hagamos las paces y en ese momento en que no hagamos las paces, al no ver en el otro nuestro propio yo, aunque el yo no nos guste, aunque el yo nos haya molestado, estamos a un paso, de ser el otro al que deformamos. Así que a veces se nos presenta la oportunidad de un trato, un trato relativo, y práctico, asumiendo que las raíces, de un modo u otro, nos han construido, nos han realizado y las debemos, para nuestra desgracia o suerte, parte de lo que somos y parte del modo en que ahora nos vamos construyendo. 

Porque a veces, todos somos Hache.