viernes, 3 de mayo de 2013

La madrastra de Blancanieves

A E sobretodo y a A, porque siempre me sorprende con su extraña manera de ver lo que yo cuento.

Hay cosas que nunca son fáciles; hay cosas que se desarman a medida que el tiempo pasa y no estoy hablando del amor romántico.
Tengo que decir que esto nunca lo habría pensado de esta manera si no me hubiese conciliado con una yo que existió durante mucho tiempo, en la yo que soy ahora, y he de decir que doy las gracias a mis variopintos intereses por haberme sacado de donde es posible que alguna vez hubiese podido estar, aunque siga partiéndome la mandíbula.

No me gustan en especial las familias heterosexuales. No comparto la idea de que lxs hijxs deban cuidarse con núcleos familiares estandarizados por vínculos sanguíneos y con roles definidos y nunca revisados que se justifican a través de la biopolítica. Creo mucho más en una educación plural y grupal del ser vivo, que englobe una pluralidad, que englobase la pluralidad de lo que somos (pluralidad que intentan invisibilizar la nueva ley de educación LOMCE en las aulas, estandarizando al estudiante). Carezco, he de decir, de instinto materno -concepto sexista, puesto que presupone que es un instinto natural de una parte de la población que atiende a unas característica de genero que no de sexo y que parece consistir en la necesidad de parir, no en la necesidad de cuidar, educar o acompañar a un ser vivo, y es evidente que no considero que esa necesidad sea natural, lo que sí que considero es que procede de una cultura sexista y bipartidista con la que estoy enfrentada de manera directa.

Partiendo de mi oposición directa a núcleos familiares de roles culturales aprendidos y de los que nadie  se salva, donde nos enmascaramos nosotrxs y enmascaramos  a lxs otrxs, es difícil educar -que no criar-. Y es en este mismo momento, en este posicionamiento, en esta decisión que elegimos donde se provoca toda una serie de problemas y una serie de posicionamientos. 'Criar' se refiere a 'engendrar' y hace alusiones a razonamientos bio-politicos, justificaciones políticas que aluden a conceptos como 'natural' o 'tradición' sin tener en cuenta que el que observa es una persona y esa persona es política y tiene ideología. Por el contrario, 'educar' hace referencia a 'guiar' a 'conducir', a 'acompañar' y no hace alusiones a la biología, lo cual es de agradecer si estamos buscando un mundo plural y que contemple y haga participe a la diversidad.

Intentando relativizar y mirar el complejo prisma de personalidades que nos rodea y que somos -esto suena a humo de libro de auto-ayuda-, me re-ubicaré y ante la imposibilidad de encontrar en la obra de Tomas Moro, Ganivet o Zamacois un resorte filosófico-es mi asignatura pendiente-, intentaré entrelazar lo que podría decir a E con una taza de té rojo en las manos, en una cafetería de anchos sofás y pintura desconchada: La madrastra de Blancanieves no era su madrastra, era su madre y quería matarla. Y detrás de toda esta construcción del cuento hay una decisión ideológica, llevada primero a cabo por los hermanos Grimm y después por todo el sistema de la Alemania nazi, entendiendo que los valores tradicionales son núcleos familiares heterosexuales, que mandan postales en días festivos y la madre siempre es una figura que protege, cariñosa, y que cuida.

Me dirás que eso ya lo sabes, que eso es la teoría, pero que no sale cuando unx decide ponerla en práctica. Y tendrás toda la razón. Tendrás toda la razón porque a veces las madres no quieren ser abuelas de hijxs de familias que no encajan en sus roles culturales aprendidos. Tampoco quieren ser madres de seres que ponen en entredicho su capacidad de educar o ponen en entredicho la proyección que ellas tienen sobre su propia persona y su propia vida, proyección que realizan sobre ese ser que le es ajeno desde el momento en que salió de su útero. Y el ser que no les pertenece tiene que resolver todas sus expectativas, porque ellas nunca son las madrastras de Blancanieves y es entonces cuando pasamos a formar parte del cuento de cenicienta, buscando el agrado del que no entiende y no quiere entender, esperando a que alguien nos diga que el zapato de cristal es nuestro. 
E insisten e insistimos de manera tozuda, en no ser aquello de lo que salimos (buscamos todas las pequeñas divergencias que encontremos entre nosotrxs y en este caso nuestra madrastra, para posicionarnos como ser) y en que seamos aquello que han sacado, las madrastras ven constantes parecidos entre cualquier miembro de la familia, y quieren que cualquier miembro de la familia sea aquello que ya han pensado, que ya han decidido y cualquier grieta que tenga, condenada a la invisibilización y si no a la burla y al dedo que señala inquisidor, será invisivilizada. Y nosotrxs, los hijxs de esas madres, firmamos acuerdos que, lo sabemos de antemano, no podemos cumplir, porque como nos recuerda esa canción, madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle; y seguimos con roles absurdos identificando madre y familia, invisivilizando voluntariamente a todo aquello que no encaje en ese rol freudiano.

El eterno retorno y la necesidad del eterno retorno, un Ítaca o un Ulises o un mar entero o una patria o  un valle, todo aquello que sea raíz, construimos la metáfora desde ese posicionamiento biopolítico sin revisar el propio razonamiento primigenio.

Es cierto, insisto, la madrastra de Blancanieves, en el texto original, era su madre. Así que ese pequeño matiz, esa pequeña palabra, hubiese solucionado muchos problemas, hubiese dado la puerta a muchas posibles soluciones, porque esa pequeña palabra, ese pequeño matiz, hubiese podido ser la foto que no encanja y esa en la que las deformidades nos permiten reflejarnos.


Y sé que si huimos, nos acercamos a aquello de lo que huimos de una manera irreparable, porque sé que la huida tiene forma de rueda y que la rueda es un constante regreso y sé que la huida nunca es laberíntica, la huida tiene forma del símbolo de infinito y nunca es infinito, siempre es un constante regreso a las raíces con las que no hagamos las paces y en ese momento en que no hagamos las paces, al no ver en el otro nuestro propio yo, aunque el yo no nos guste, aunque el yo nos haya molestado, estamos a un paso, de ser el otro al que deformamos. Así que a veces se nos presenta la oportunidad de un trato, un trato relativo, y práctico, asumiendo que las raíces, de un modo u otro, nos han construido, nos han realizado y las debemos, para nuestra desgracia o suerte, parte de lo que somos y parte del modo en que ahora nos vamos construyendo. 

Porque a veces, todos somos Hache.


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