jueves, 13 de junio de 2013

La princesa del guisante y Bismarck

B  dice que soy la princesa del guisante porque las pequeñas fisuras, esas pequeñas fisuras que acontecen en el día a día, me desequilibran, me enfadan y me molestan.  Siempre he mantenido que con las virtudes, los momentos buenos, esos que dejan un sabor amplio en el paladar y que se recuerdan con una determinada ternura, siempre es fácil convivir pero lo que cuesta son esas pequeñas fisuras que aparecen en el día a día, esos pequeños combates que se hacen cuando dos potencias que se encuentran compartiendo un lecho descubren cuánto potencial armamentístico tienen durmiendo debajo del colchón donde se guardan los abrigos de invierno y las camisas de verano. Ahí aparece el problema y nunca se si la solución.
Supongo que tengo un espíritu ligeramente schopenhauariano y desconfío del ser humano. Siempre pienso que debajo del iceberg hay mucho más hielo mucho más afilado, así que comparto esa extraña idea de que las relaciones son una especie de encuentros entre dos potencias que, si tienen pesos similares, van andar desconfiando la una de la otra y se van a alimentar mutuamente a través de, en los mejores momentos, intercambios comerciales positivos; pero cuando fracasan los niveles de fuerza, entonces aparecen esas fisuras que, aunque las conocíamos, las apartamos en pos de los excitantes intercambios y la sobrexcitación de encontrar en el otro un yo que sea, aunque no me gusta la comparación platónica, llamémosle complementario.

 El problema es que la metáfora neocapitalista me asusta aún más que lo que acontece en el propio devenir de la relación; me asusta porque la forma en que percibimos lo que nos rodea condiciona lo vivido y el futuro de que lo que vendrá. No puedo dejar la subjetividad para poder entender al otro, y eso ya no nos va gustando. Esa imposibilidad solipsista que en los momentos de marea baja se introduce en las discusiones cotidianas y golpea en todo aquello que haya sido creado desde el otro y para el otro. Es difícil ser equilibrista si una está acostumbrada a tirarse sin red y, muchas veces, a acabar con todo aquello que aparezca en la caída.
Supongo que me asusta la imposibilidad de entender a la otra persona, tanto como me asusta entenderme a mí, solo que conmigo ya sé bailar un tango y tengo facilidad para el intercambio de roles: ahora domino yo ahora me dejo dominar a mi. Es fácil que los dos hemisferios cerebrales lleguen a acuerdos medios de intercambio o acuerdos sin más, pero esto es mucho más complejo cuando nos enfrentamos a la otra, nos enfrentamos al que está en-frente y lo leemos siempre con nuestras letras, con nuestra frente, con nuestros símbolos, con nuestras necesidades, sin darle la posibilidad de ser leído desde su lugar. Nuevamente me encuentro ante la imposibilidad solipsista, como bucle infinito, así que opto por acuerdos entre dos potencias que se estiman y se aprecian, que tienen un gran armamento y una trayectoria importante para pasar de la princesa del guisante a Bismarck, siendo consciente de que en ese pequeño cambio de prismas hay una parte de mi que no me gusta y que se parece mucho al sistema que no quiero compartir. No soy conciliadora cuando las pequeñas fisuras me parecen el jodido guisante de los colchones, pero eso tampoco me gusta de mí. Ando en proceso de conciliar y de concebir la batalla que se establece en cada fisura diaria de una relación monógama, como un diálogo y un lugar de aprendizaje, entendiendo que el guisante es un guisante diferente si se tienen un montón de colchones y que Otto es un gran tipo si lo que se quiere hacer es una unificación Alemana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario