viernes, 30 de agosto de 2013

Diario de la pérdida y el deseo: Mi mar

La verdad es que iba a hablar de muchas cosas. Iba a hablar de la reapropiación de significados por gente que no entiende los significados; iba a hablar también de la copia de emociones por personas vacías de todo y llenas de nada, iba hablar de las personas zombis que consumen lo que dices, lo que sientes y creen pertenecer a tu narración, que parece que está de moda; es más, creen ser tu narración; pero no tengo fuerzas, no tengo ganas y me parece que no es necesario hablar, en estos momentos, de lo que me sobra, porque necesito lo que me falta, necesito todo aquello que estoy perdiendo, que es mi pasado, entre la gente que va desapareciendo y que sé que no voy a recuperar. 
De mi pasado solo me queda mi abuela. Poco a poco han ido diluyéndose en la huella biológica de mi vida todas las personas que me han cuidado, criado y  educado y me queda una extraña amalgama de gente de la que sé más bien poco y a la que necesito resignificar para poder empezar nuevamente. Cansada de resignificar las cosas que no tienen significado, cansada de delimitar mi anatomía entre nuevos cuerpos, nuevos ADNs.
Supongo que a veces los recuerdos no son suficiente para construirse y a veces los recuerdos son pequeñas pinceladas que forman una existencia, que a día de hoy me resulta triste y complicada. No estoy en la batalla, en la mandíbula batiente y ahora mismo tengo miedo al miedo, ahora todo son molinos que se me antoja ver como gigantes. Lo sé, el aire quijotesco de mi existencia es un regalo de mi abuelo, a veces creo que es su karma el que camina en mi perfil delgado y narigudo. 

Carezco de sentido del humor para reírme de lo que soy, en realidad carezco de sentido del humor. Pasan tambores y trompetas por la ventana de mi casa, Nemo se vuelve a esconder.

Vuelvo a mí, me he distraído y sé que echo de menos todo lo que pensé que no tenia; echo de menos todo lo que pensé que no me rodeaba y echo de menos todo lo que pensé que nunca fuí. 
Una nunca sabe cómo se va a sorprender y se encuentra ante una desconocida cuando menos se lo espera, teniendo que colocar todos los muebles y cambiando el color de las paredes de su habitación. Se encuentra también, mirando fotos sepias y tocando todos los objetos que parecen tener la esencia de las personas que no están como si de una manera extraña apareciesen ante sus ojos con el brillo que tienen los recuerdos felices. Los fotografío con la cámara del móvil, buscando el alma que hay detrás de ellos, la respuesta de lo que fui y no recuerdo.
Aquí son fiestas y la calle está llena de gente, llena de luces que son testimonio de la fiesta del presente. No hay pasado en la fiesta. El tiempo rueda entre los pies a ritmo de marcha fúnebre, entre el césped que no deja de crecer. Todo está tan verde ahí fuera para ser finales de Agosto, que desconfío de la seguridad del parque. Desconfío de la seguridad que da la cama en las noches de verano, cuando los grillos cantan entre las rendijas del ladrillo. No hay pasado en la fiesta, la fiesta se construye en el presente, en el instante del deseo. Pero los días de fiesta, los días de los coches de choque, de la noria y el algodón dulce me producen la tristeza del nómada, la pena del que tiene que recoger el confeti, del que tiene que despedirse. Porque mi pasado se va evaporando en el presente, mi pasado está alquilando habitaciones de hospitales para despedirse de mi y darme la tregua que no encuentro en el futuro.
Os echo de menos. Es sencillo y resumido. Es, como dice A, concreto.
Os echo mucho de menos y no sé si os dí las gracias por lo que soy ahora...



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