viernes, 21 de marzo de 2014

Mi familia y otros mitos


                                                                                                                                           in memoriam

                                                                                                                                              Mi pequeña sobrina perdóname
                                                                                                                                         En el maldito viento del atardecer
                                                                                                                                                          no puedo se un tío 
                                                                                                                                                                     Gregory Corso




Hablaré de mi familia. Bueno, en realidad quiero hablar de las sagas pero, en vez de coger la obra de García Márquez, voy a hablar de mi familia intentando ser un poco menos arte y un poco más autoayuda o desentoxicación.

Creo que ya lo he dicho, no creo en las familias, o no creo, por lo menos, en ese tipo de familia sacada de un anuncio de rebozados ultracongelados. Sí, es verdad, eso lo digo por mi experiencia personal, pero cualquiera dice cualquier cosa por su experiencia personal y si encaja en el discurso que debe ser,  en el discurso hegemónico, no se le patologiza, puesto que es un miembro sano de una sociedad enferma. Con esto quiero decir, por si no se ha entendido o no me he explicado, que de una sociedad enferma y con profundas desigualdades, un miembro sano tendrá en su discurso alguna de las características del grupo (puede ser machista, racista, ególatra... y no, no son producto solamente del patriarcado, sino del HETEROpatriarcado). Así que lo digo otra vez pero más alto: NO CREO EN LA FAMILIA HETEROSEXUAL. Bien, dicho eso, intentaré explicar porque lo he relacionado con una saga grabrielesca. Cuando nos criamos en un entorno, todo el entorno presenta características más o menos similares, y como atestigua algo tan onírico como los sueños, antes de que estalle una guerra, la gente padece de pesadillas apocalípticas, por lo que debe de existir algún sexto sentido, que mal que le pese a mi cerebro, no sabemos exactamente cómo y por qué se produce; pero se crean vínculos con el entorno y no necesariamente con el entorno inmediato, y aparece una especie de tercer ojo polifémico que intuye lo que aún no ha pasado. Resumimos informaciones varias y las interpretamos, pero no vamos a irnos por esos cerros tan transitados. 
Si entendemos que un grupo de población amplio prevee que se avecina una guerra cómo no vamos a entender que estamos conectados seguramente en núcleos de población  más pequeños y con los que hemos convivido como, pongamos, una familia. No pretendo, ni quiero hablar de acciones telúricas que parecen rozar la magia, pero comprendo que en los núcleos pequeños habrá, mal que nos pese, unas características comunes que no sean solo físicas, sino que sean también psicológicas, y ahí esta el gran problema. 

Ese núcleo familiar tendrá características personales y psicológicas determinadas y cada uno de los miembros de ese grupo tendrá los fallos o virtudes muy, muy parecidas, porque en realidad está educado en un entorno con unas características. Y aquí parezco algo darwinista, que es algo que queda muy lejos de lo que parece que  encaja con mi concepto del devenir humano o del libre albedrío cristiano. En realidad, en los núcleos familiares los individuos parecemos construirnos en semejanza o en contraposición a lo que estamos viviendo; esto quiere decir que compartimos más defectos de los deseados y más virtudes de las que podemos reconocer como propias. Por tanto, nos atravesamos en tanto en cuanto tenemos similitudes y en tanto en cuanto luchamos contra ellas y esto, además, condiciona de una u otra manera lo que observamos y cómo nos leemos. 
Me encantaría decir que no me parezco a algunas cosas que no me gustan de mi familia, pero me sorprendo pareciéndome y articulándome con ese discurso; me sorprendo mirándome en el espejo y comprendiendo cuánto de ellos tengo y teniendo dudas de lo que yo he conquistado sin ellos; sin ellos tanto para bien como para mal. No pretendo hacer un elogio a las raíces pero soy lo que ellos leyeron y lo que no quisieron leer; soy lo que se construye en u  intento por participar y en un intento por ser diferente, porque no soy diferente en tanto en cuanto a mí misma, sino en tanto en cuanto al reflejo que mi familia me enseñaba. Intentaré explicarlo con el ejemplo del ateo: el ateo primero es ateo de una sola religión, de la que está viendo, y después ese ateísmo participa de todas las demás por extrapolación, pero su cultura y su raíz, es la de la primera que experimenté y no la de todas las demás.

Hace mucho tiempo que no llevo la contraria a la familia. Soy y he sido como la oveja negra, pero no lucho contra la herencia recibida. Es fracasar con una misma, es luchar contra espectros. Mas bien averiguo y busco cuáles son los defectos compartidos y cómo se articula el grupo entendiendo las circunstancias de lo que nos rodea a todxs y a cada unx. He empezado hablando de Gabriel García Márquez y de sus sagas porque en los núcleos familiares de casi toda su obra, siempre hay un misterio, un sentimiento que articula las relaciones. García Márquez recrea cuestiones somáticas, fisiológicas, con realidades primarias que, al metaforizarlas se convierten en mito y por eso decido unir a mi familia, a cada uno de los participantes de dicho núcleo, con las sagas gabrielescas, porque con la metáfora y lo mítico aparecen terceras vías intransitadas que ayudan a la comprensión del entorno, provocando la unión entre lo racional y lo emotivo.

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