La teoría de la relatividad general predice que el espacio-tiempo no será plano en presencia de materia y que la curvatura del espacio-tiempo será percibida como un campo gravitatorio.
El tiempo no son los segundos, ni los minutos que marca el reloj; tampoco sé si son las magdalenas de Proust. El tiempo no es e/v. Tampoco el tiempo es la manera de contar los hechos cronológicos. No hay tiempo en la vivencia. El tiempo acontece en el momento que necesitamos narrar. Pero ¿necesitamos narrar?; narrar con palabras frases, acciones. Borges dice sobre la acción de narrar, explicando lo que se percibe con el ojo, que presenta el problema central, como un problema que es irresoluble: la enumeración, si quiera parcial,
de un conjunto infinito. Si en vez de en el acto de ver, lo ejemplificamos en el acto de vivir, para mi cabeza la complicación es semejante. Siento, oigo, huelo, veo a la vez y me veo en la obligación de compartimentarlo para poderlo explicar; de crear una ficción que, de una manera cronológica, exprese todo eso.
Para los griegos el tiempo tenía dos dioses diferentes: Cronos y Kairós. Uno era cuantitativo, otro era cualitativo. Uno representaría un tiempo cíclico (Kairós), el otro sería un tiempo concebido de manera lineal (Cronos). Supongo que el tiempo del que yo hablo, el tiempo que siento a veces, en esos períodos entre tiempo lineal y repetitivo que supone la productividad, es un tiempo cíclico y puede que no narrado. Sería como hablar de capricornio y piscis, si nos ponemos telúricos e inaprehensibles.
Esta Semana Santa hemos hecho demasiadas cosas, hemos visto demasiadas cosas. El tiempo se ha dilatado y encogido, se ha agrandado y se ha hecho pequeño. Se ha hecho tan pequeño como un chicle o la goma elástica de una falda. El tiempo lo he resumido en postales de instagram. Dice Kundera, en una frase de la exposición cuya comisaria es Lola Garrido, que la memoria no guarda películas, guarda fotografías. Es decir, la memoria no utiliza la narración propia del discurso -el tiempo-, sino que congela el tiempo. Con estas premisas -más poéticas que a lo mejor reales- siempre tengo muchas dudas, porque soy consciente de que no todas las personas almacenamos por igual las experiencias. Pero en mi caso es verdad. Mi memoria se ha canalizado como una foto de instagram: son recuerdos retocados con diferentes filtros emotivos.
El tiempo lo he memorizado con colores: con el calor en la costa brava (naranjas, amarillos y olor a salitre), y Cantabria es el olor verde de la hierba y el agua erosionando las montañas que caen al mar. Una puesta de sol que recuerda lo inabarcable. El tacto de la arena y el color que tiene el mar (azul oscuro/azul turquesa), los mares.
El tiempo es y ha sido durante día y medio, el olor a cloro de la piscina de la foto de Nemo paseando por su borde. El olor de la madera quemada de encina en la casa del padre y el sabor de esa encina en la mariscada. El dolor de estómago, agudo y la náusea, que es una foto de un retrete blanco y unos azulejos azul inmaculada.
Regresar a casa y que huela a la última comida que cocinaste antes de irnos. La discusión a golpes entre las encinas sobre gestiones no resueltas que es el sol tornasolado de las hojas apuntadas como cuchillos entre nosotres. Después los nidos de algodón de procesionarias avisando las nuevas vacaciones salvadas del desatino y, en esas nuevas vacaciones, el agua como pequeños cristales cortándome los pies y la foto de las deportivas descansando entre rocas afiladas. El viento que ensordece. El nacimiento de un río. El olor a vacas.
Todos los recuerdos almacenados como instagram, todo el tiempo volviéndose cambiante, unas veces extendido, otras comprimido, y el recuerdo de todo eso cubierto hoy, en este momento, por el espacio lineal y productivo que hace que el recuerdo se vuelva con ese sabor que tiene la nostalgia, con ese color sepia que tiene la nostalgia.
El tiempo lo he memorizado con colores: con el calor en la costa brava (naranjas, amarillos y olor a salitre), y Cantabria es el olor verde de la hierba y el agua erosionando las montañas que caen al mar. Una puesta de sol que recuerda lo inabarcable. El tacto de la arena y el color que tiene el mar (azul oscuro/azul turquesa), los mares.
El tiempo es y ha sido durante día y medio, el olor a cloro de la piscina de la foto de Nemo paseando por su borde. El olor de la madera quemada de encina en la casa del padre y el sabor de esa encina en la mariscada. El dolor de estómago, agudo y la náusea, que es una foto de un retrete blanco y unos azulejos azul inmaculada.
Regresar a casa y que huela a la última comida que cocinaste antes de irnos. La discusión a golpes entre las encinas sobre gestiones no resueltas que es el sol tornasolado de las hojas apuntadas como cuchillos entre nosotres. Después los nidos de algodón de procesionarias avisando las nuevas vacaciones salvadas del desatino y, en esas nuevas vacaciones, el agua como pequeños cristales cortándome los pies y la foto de las deportivas descansando entre rocas afiladas. El viento que ensordece. El nacimiento de un río. El olor a vacas.
Todos los recuerdos almacenados como instagram, todo el tiempo volviéndose cambiante, unas veces extendido, otras comprimido, y el recuerdo de todo eso cubierto hoy, en este momento, por el espacio lineal y productivo que hace que el recuerdo se vuelva con ese sabor que tiene la nostalgia, con ese color sepia que tiene la nostalgia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario