Con una hoja de castaño la agenda me avisa de que esta llegando, de que ha llegado el otoño. Las hojas secas, las castañas, los días húmedos y las ausencias.
El otoño es la estación del final, la estación del ocaso, la estación decadentista. El otoño es una relación necrófila en una sonata de fin de siglo. Y una relación mal resuelta entre una madre y una hija en un film de hace algunos años.
El otoño son unas botas katiuskas rojas dentro del polo verde de mi abuelo con olor a perro mojado. Es el umbral de la puerta por la que acceden las almas el día de las calabazas de sonrisas dentadas. Es el sabor a manzana, el ácido verde del mordisco. El regreso tranquilo al castigo divino de los días de agendas mercantilizados. Es el camino de Perséfone y el llanto de Demeter tiñiendo todo de su color favorito.
Naranjas, amarillos, marrones y la luz de caramelo del postre de la abuela.
Muertos a las espaldas como hojas secas que bailan al ritmo de la brisa del mar de la meseta. Bolsas de basura convertidas en fantasmas, ciclogénesis de esquinas.
Una falda escocesa, los cordones y una hoja de arce roja que escribe un haiku. El amor eterno a la japonesa, un "te estoy queriendo", como dice esa canción.
El tiempo busca el equilibro antes de que crezca Saturno. La balanza de la justicia contando los frutos del verano,
El otoño es el regreso a los bosques de tradiciones anteriores a los padres, anteriores al tiempo que cae de las esquinas de la agenda. Musgo trepando entre los nudos de las encinas y la nostalgia del mar que nos acoge en verano. Un circulo de hadas, eterno, eternamente bailando. Un circulo de brujas en medio de las setas.Eterno, como eternos sus conjuros que nos separan del tiempo y de su herida.
Dos urracas acompañan su llegada y el gato negro flaquito se ha roto una pata; dirá que está cayendo el frío.
Cisnes de lagos rojos que cuidan las hiedras donde duerme la primavera.
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