viernes, 28 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: 28 Septiembre

Es otoño y ayer me llamó P para darme las buenas nuevas de que había nacido un guaje grande y gordo y que andaba feliz. Feliz, con la que está cayendo, pensé.
No voy a decir que soy optimista, porque no lo he sido nunca. Mi tendencia a las películas francesas de los 60, tan del gusto de mi madre, me hicieron llevar esa pose pesimista y de humo de cigarro en bar, esa pose de una época que nunca he vivido. 
Nací con una constitución y fuera de una dictadura o eso me hicieron creer mis padres. No recuerdo gran cosa de ese hecho y tampoco recuerdo el golpe de Tejero, o mi juguete favorito. Y todo recuerdo, sobre Tejero, llega a través de narraciones de miedo de mi madre y de maletas pensando en pasar a Francia o regresar a Castilla. 
Desarrollé, con el tiempo, la empatia que mi género me hizo desarrollar y busqué, cuando la tendencia sexual era hetero, personajes que estuviesen al margen, marginales, porque me sentía cómoda con sus narraciones. Después,  mi tendencia sexual ha acentuado ese hecho, aunque haya sido un proceso largo, que no doloroso.
Me levanto todos los días, preparo el té, las tostadas compradas en una gran superficie, me visto, saco a N, beso a B en la boca, un beso de esos largos pero tristes y espero para ir a trabajar, un trabajo de esos en los que una anda teniendo mucho mes al final de mes. Un trabajo que una elije mientras espera encontrar el Trabajo. 
Desde que se nace, los padres de clase media, depositan una serie de expectativas en los hijos y en su vida, algunos las cumplen. Algunos consiguen cosas de esas que es normal que se quieran para los hijos (casa, dinero, pareja, felicidad, otrxs hijxs para mantener la herencia) otrxs no las conseguimos y lo más probable es que muchas de esas cosas no las queramos, o las queramos de una manera tan diferente que se creen brechas insondables e irreparables. 
Pero el problema no son las expectativas que los demás ponen en unx, pues con éstas, si unx se ha dado prisa y ha tenido una auténtica adolescencia, ya se ha enfrentado, y las habrá gestionado bien, mal o regular.  Uno empieza a encontrarse con sus limitaciones con el paso del tiempo y son las limitaciones, no las expectativas, las que duelen o se asumen,  y es el tiempo el que gestionará poco a poco la realidad tangible de cada unx. Es el tiempo, el paso del tiempo, no solo el que oxida y acerca a la muerte, sino el que coloca las expectativas donde le corresponden, cerca de las limitaciones y en la cotidianidad de la vida. En la realidad, una realidad que se hace de momentos anodinos y vulgares.
Entonces abres el frigorífico, como todas las mañanas. En la última balda de la puerta está la leche pero hoy, al sacarla y echarla en el vaso, se ha derramado y la mermelada está en las últimas y apuntas en la pizarra de una vida vida IKEA, comprar mermelada, y oyes despertarse a B en un dormitorio que tiene el recuerdo del olor a sexo de la noche anterior y llamas por teléfono al fontanero por trigésima vez para que arregle la lavadora, que no funciona el centrifugado, que el centrifugado está comiéndose tus expectativas con el aro del sujetador; y sales a la calle y te quejas para que alguien te devuelva la vida que era mucho mejor antes de que llegaran los padres vestidos de reyes magos, y descubres la trampa, descubres que la brecha que ha encontrado Bill Gates, sólo lleva su nombre.
Ves la televisión en el bar de la esquina y nadie habla de las expectativas, de lo cotidiano de las expectativas. Y alguien te da una palmadita en el hombro mientras termina su café importado de una gran explotación y envasado en la marca España y te dice, eres únicx y hay que ser creativx, hay que ser emprendedorx. Tú sonríes y llegas a casa para dar un beso largo a B, lleno de todo lo que no vas a poder ser.


martes, 18 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: 19 Septiembre noche

El día, que va perdiendo fuerza, y la noche, que va ganando casillas, nos avisan de que llega el otoño, de que llega noviembre y de que las nieblas guardan pacientemente en la esquina de algún cerro.
Aunque las hojas aún no tornan amarillas y las temperaturas son altas, la luz empieza a perder fuerza. Empieza a ser esa luz oblicua que se filtra entre las ramas y destella en rojos y ocres. Los horarios van ocupando el espacio vivido y las campanas de las iglesias parece que suenan más que de costumbre.
Las calles, al caer la noche, se vuelven silenciosas. Ese silencio de los días fríos y oscuros que calan por los huesos y que parece que no levantan. Las mañanas huelen a café, a prisas, a gasolina, a pan tostado y leche caliente; huelen a despertador despertando del letargo del abrigo de las sábanas, que ya pesan un poco más porque son, de nuevo, compañeras de mantas y edredones. 
No llueve, pero algunos días huele a lluvia, a esa lluvia que podría avisar que detrás de las montañas, al invierno, no se le ha olvidado regresar. 
Es mentira que detrás de las montañas esté el mar.
El invierno aquí es eterno y las noches son noches de lobos y cuentos largos que siempre parecen tener finales tristes.
Hoy he sacado la chaqueta de lana para dar un paseo nocturno con B y Nemo. Un paseo de ésos que todavía se resisten a ser paseos de sombras y silencios con una trompeta triste sonando. Un paseo que recoge a B y Nemo para alargar aquellos días en los que no había nada más que hacer, que estar entre sus pelos, entre sus cuentos y sus historias no contadas.
Creo, B, que ya empiezo a echarte de menos.



domingo, 16 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: sentimientos de des-legitimización de un 16 de Septiembre

Siempre resultará más elegante el que tiene dotes, aunque quede tercero o cuarto, si no se ha esforzado, que el que ha hecho méritos. Belinda Cannone



Ante tal verdad me tengo que pelear todos los días. Creo que no soy especialmente elegante, no estoy especialmente dotadx. Dotadx al estilo de Neal Caffre, o dotadx como lo es el Sherlock Holmes de la BBC. Esa manera de hacer las cosas sin esfuerzo, de hacer las cosas de esa manera tan natural, que parece decir constantemente lo fácil que resulta estar en mis zapatos. En uno de esos zapatos clásicos y elegantes, tan ingleses como si el propio Norman Vilalta los hubiese diseñado especialmente para ti. 

Es una impostura que viene de fábrica, una impostura que queda como guante, como traje hecho a medida, que se adapta al cuerpo de unx, a los pliegues de sus movimientos como si de elegancia felina se tratase y resulta chic, sofisticada y muy misteriosa. Yo no tengo trajes hechos a medida, ni zapatos de Vilalta y no uso de esa impostura, de esa clase. Mi vulgaridad reside en que todo lo he conseguido a base de andar peleando por ello (unas veces mejor, otras veces peor y otras veces también he tenido suerte e incluso he podido ganar por KO en vez de por puntos) y después sentirme, cuando lo he conseguido, des-legitimadx. Des-legitimadx como si lo que unx consigue con esfuerzo le perteneciese menos, fuese menos suyo y más de lxs otrxs. Aunque para sentirse des-legitimadx no es necesario intentar conseguir algo, a veces unx se siente des-legitimadx en la acción del rechazo, a veces el no querer algo parece que también necesita una explicación mayor de no quiero o no me gusta.
Entonces tienes una extraña sensación que puede aparecer en los momentos mas insospechados y que se acentúa en el hecho de ser mujer, porque a las mujeres nos pertenece todo un poco menos que a los hombres. El espacio de todxs es un poco más de ellos que nuestro, incluso nuestro cuerpo, es un poco menos nuestro y más de ellos, de ellos heterosexuales, de ellos maricas, de ellos bisexuales. Y te sientes algo estúpida por no tener trajes que te queden como un guante y no den esa sensación de levedad que tiene el cuerpo ágil de formas angulosas de los hombres misteriosos y tranquilos.
Es un miedo que aparece de repente, y no es fácil explicarlo y tampoco lo es controlarlo. Sientes que te  des-legitima casi todo: el llegar dos minutos tarde a recoger el papel que te acredita, el haber bebido un poco más de la cuenta, el ser un poco más agresiva de lo que se espera al ser mujer. 
Todo es una razón para que alguien, para que cualquiera, hombre o mujer -al servicio del patriarcado-, incluso a veces tú misma, te digas, te digan, que eso que te pasa, en parte es culpa tuya. Es  culpa tuya porque freudianamente tu falta de autoestima te concede la acción acontecida. Es culpa tuya por tener ese carácter, como si lxs demás fueran excluidxs de poder tener también un mal carácter o un mal día o ser sencillamente así. O es culpa tuya por beber más de la cuenta  y al beber más de la cuenta, si eres mujer, parece que todo aquello que te ocurra es por tu falta de responsabilidad y además se te prohíbe la queja o el malestar. O la culpa, es tuya por sentirte triste los días de lluvia, porque como ya sabemos que rezan los libros de autoayuda, tu eres elx únicx responsable de tu felicidad. Y la culpa, que es una palabra que suena muy mal, se va sustituyendo por merecer, que parece que va asociado al ámbito positivo y del destino.
Y  así a golpe de la frase TE LO MERECES, se va gestando el día a día, con una imagen de un índice señalándote. Pero es una frase que solo parece legitimar lo malo que te ocurre, que solo legitima la mala suerte, lo catastrófico o la fatalidad. Y de vez en cuando aparece ese extraño sentimiento, a caballo entre impostura (por lo falso de la personalidad en sociedad) y des-legitimación  que construye tu espacio. 
Pero los espacios que se construyen por no ser legítima, por ser bastarda del mismo espacio, por sentirse bastarda (puesto que no hay nada que aparentemente justifique tu sensación de bastarda, no hay nada, ni nadie, que parezca que desacredite tu reacción, puesto que nadie ha entendido que haya habido una acción previa que necesite una respuesta), son espacios límites, son espacios fronteras que se gestan desde lo inseguro (inseguro porque es lo no escrito, lo no nombrado, lo no actuado) desde el filo de las acciones, desde el filo de lo que una cree entender. Y es el espacio  que ahora se ha convertido en sentimiento lo que resulta difícil de administrar, difícil de llevar e incluso de explicar. Es un sentimiento complicado de entender y siempre presenta múltiples lecturas. Es un sentimiento de pequeñas violencias, de miles de pequeños dolores, indefinibles, inaprehensibles, que tejen el traje hecho a medida, impuesto a medida. Son espacios que repujan el cuero de los zapatos, que parece que nunca son para tus pies de treinta y ocho puntos.


sábado, 8 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: Septiembre 8



vida: Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee.

mar: Masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra.

regresar: Volver al lugar de donde se partió.


A veces las palabras no abarcan todo el significado de lo dicho; a veces las palabras dicen más de lo que contiene su significado, dicen más de lo que unx quiere decir con ellas aunque no lo sepa; y otras, dicen menos de lo que para unx contienen, así que es necesario que al interlocutor se le diga, se le intente explicar lo que para cada unx contienela palabra. Es absurdo pero necesario, muchas veces. Pero no es de palabras exactamente de lo que quiero hablar. Es de las tres palabras que he mencionado al principio. De las palabras que he necesitado re-significar objetivamente (buscar un significado externo a mi pensamiento) para explicar, para explicarme. 

Quiero hablar de la necesidad que a veces me genera el regresar de un sitio y volver al sitio dejado; quiero hablar de  la re-ubicación que puede suponer y quiero hablar del vacío o pérdida, o de deseo y encuentro (dependiendo desde dónde cojamos lo que narramos mientras vivimos). Esa necesidad de prolongar parte de algo en otro sitio, esa necesidad de vivir, de ser vivida y esa carencia aparente de vivir que pone de relevancia el regreso de las vacaciones, algunas veces. Porque, algunas veces, las vacaciones y el regreso de ellas, lo que ponen de manifiesto es vivir otra vida que no es la tuya y de la que crees apropiarte durante un tiempo y un espacio relativamente corto -como ocurre con la ficción, bien leída, bien vista o narrada-. Ese acto que luego unx prolonga en el recuerdo, en la memoria y lo re-ubica, lo re-organiza en una narración que hace poder vivir-lo más veces de otras maneras construyendo un momento poliédrico y brillante como un diamante pulido. 
Pero en ello no descubrimos la trampa de nuestro recuerdo, la trampa de creer que vivimos una vida que puede ser que nunca sea nuestra. Una vida que no nos atrevemos a vivir-la, que no nos dejan vivir-la de manera cotidiana; una vida que vivimos con los más y menos que pueda tener, pero que nos pertenece por entero porque la vamos haciendo a medida que vamos eligiendo o asumiendo lo que no podemos elegir. Pero a veces, no sé si muchas o pocas, no vivimos la vida, no la navegamos (con el barco que nos haya tocado), o la elegimos. Somos maletas que van de un lado a otro, maletas con muchos sellos que no dicen nada de lo que somos, nos objetualizamos y dejamos que nos objetualizen pero, detrás de esa objetualización ni siquiera hay una reivindicación porque, para que exista una reivindicación tiene que haber una consciencia del acto.

Antes, hace mucho, cuando no vivía con B, era traumático el desenlace de las vacaciones, porque no era solo un espacio y un lugar (el mar), sino que era también una compañía, un acompañamiento, un entrelazado de pies y manos, un compartir el calor y el olor de alguien.El regreso era un regreso re-significado, entre muchas otras cosas, del vacío que quedaba en el espacio reencontrado. Un espacio que no terminas de elegir, un espacio que costaba moldear y navegar porque "decidiste" sin voluntad, sin conciencia de querer elegir, y eso te hace vulnerable de manera malévola al fluir de la vida. No es una vulnerabilidad que empodere y enorgullezca. 
Antes, mi vida era aquello que los demás re-organizaban, mi vida era aquello que los demás leían y decidían escribir en mi cuerpo (ahora lo siguen haciendo, pero mi cuerpo, mi vida y yo se leen también de otras maneras, porque mi cuerpo, mi vida y yo, a una, sin dualidades cristianas, somos re-significados tantas veces como somos leídos). 
Antes, las vacaciones ponían de manifiesto que el color moreno hablaba de otra vida sin vida, de una vida vaciada sin zen alguno, de una vida que se re-ubicaba en la palabra regreso y el regresar era triste, era un regresar donde me ocupaba la palabra vacío insistentemente. 


Ahora regreso cómoda. Ahora, cuando entro en casa, lo primero que pienso al abrir la puerta es que me gusta vivir en esta casa, en este espacio construido en íntimo desde el que hago resistencia y que puedo trasladar allí donde yo vaya. Pero sé que pronto, cuando el tiempo me separe de mi vida, cuando el tiempo sea ocupado con horarios y deberes, mi vida dejará de ser menos vida y me arrepentiré de todo lo que acabo de escribir mientras miro las azoteas buscando una salida al mar.