sábado, 8 de septiembre de 2012

Diario de la pérdida y el deseo: Septiembre 8



vida: Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee.

mar: Masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra.

regresar: Volver al lugar de donde se partió.


A veces las palabras no abarcan todo el significado de lo dicho; a veces las palabras dicen más de lo que contiene su significado, dicen más de lo que unx quiere decir con ellas aunque no lo sepa; y otras, dicen menos de lo que para unx contienen, así que es necesario que al interlocutor se le diga, se le intente explicar lo que para cada unx contienela palabra. Es absurdo pero necesario, muchas veces. Pero no es de palabras exactamente de lo que quiero hablar. Es de las tres palabras que he mencionado al principio. De las palabras que he necesitado re-significar objetivamente (buscar un significado externo a mi pensamiento) para explicar, para explicarme. 

Quiero hablar de la necesidad que a veces me genera el regresar de un sitio y volver al sitio dejado; quiero hablar de  la re-ubicación que puede suponer y quiero hablar del vacío o pérdida, o de deseo y encuentro (dependiendo desde dónde cojamos lo que narramos mientras vivimos). Esa necesidad de prolongar parte de algo en otro sitio, esa necesidad de vivir, de ser vivida y esa carencia aparente de vivir que pone de relevancia el regreso de las vacaciones, algunas veces. Porque, algunas veces, las vacaciones y el regreso de ellas, lo que ponen de manifiesto es vivir otra vida que no es la tuya y de la que crees apropiarte durante un tiempo y un espacio relativamente corto -como ocurre con la ficción, bien leída, bien vista o narrada-. Ese acto que luego unx prolonga en el recuerdo, en la memoria y lo re-ubica, lo re-organiza en una narración que hace poder vivir-lo más veces de otras maneras construyendo un momento poliédrico y brillante como un diamante pulido. 
Pero en ello no descubrimos la trampa de nuestro recuerdo, la trampa de creer que vivimos una vida que puede ser que nunca sea nuestra. Una vida que no nos atrevemos a vivir-la, que no nos dejan vivir-la de manera cotidiana; una vida que vivimos con los más y menos que pueda tener, pero que nos pertenece por entero porque la vamos haciendo a medida que vamos eligiendo o asumiendo lo que no podemos elegir. Pero a veces, no sé si muchas o pocas, no vivimos la vida, no la navegamos (con el barco que nos haya tocado), o la elegimos. Somos maletas que van de un lado a otro, maletas con muchos sellos que no dicen nada de lo que somos, nos objetualizamos y dejamos que nos objetualizen pero, detrás de esa objetualización ni siquiera hay una reivindicación porque, para que exista una reivindicación tiene que haber una consciencia del acto.

Antes, hace mucho, cuando no vivía con B, era traumático el desenlace de las vacaciones, porque no era solo un espacio y un lugar (el mar), sino que era también una compañía, un acompañamiento, un entrelazado de pies y manos, un compartir el calor y el olor de alguien.El regreso era un regreso re-significado, entre muchas otras cosas, del vacío que quedaba en el espacio reencontrado. Un espacio que no terminas de elegir, un espacio que costaba moldear y navegar porque "decidiste" sin voluntad, sin conciencia de querer elegir, y eso te hace vulnerable de manera malévola al fluir de la vida. No es una vulnerabilidad que empodere y enorgullezca. 
Antes, mi vida era aquello que los demás re-organizaban, mi vida era aquello que los demás leían y decidían escribir en mi cuerpo (ahora lo siguen haciendo, pero mi cuerpo, mi vida y yo se leen también de otras maneras, porque mi cuerpo, mi vida y yo, a una, sin dualidades cristianas, somos re-significados tantas veces como somos leídos). 
Antes, las vacaciones ponían de manifiesto que el color moreno hablaba de otra vida sin vida, de una vida vaciada sin zen alguno, de una vida que se re-ubicaba en la palabra regreso y el regresar era triste, era un regresar donde me ocupaba la palabra vacío insistentemente. 


Ahora regreso cómoda. Ahora, cuando entro en casa, lo primero que pienso al abrir la puerta es que me gusta vivir en esta casa, en este espacio construido en íntimo desde el que hago resistencia y que puedo trasladar allí donde yo vaya. Pero sé que pronto, cuando el tiempo me separe de mi vida, cuando el tiempo sea ocupado con horarios y deberes, mi vida dejará de ser menos vida y me arrepentiré de todo lo que acabo de escribir mientras miro las azoteas buscando una salida al mar.

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