Lo sé. Me voy a repetir, pero estoy algo cansada de los otros, de las otras que habitan en la piel que creen que es de una, de uno, sin entender nada de lo que habitan. Y no, no estoy hablando de Almodóvar, al que he empezado a odiar desde que sé que la piel que habito es un fake (si no sabes de qué estoy hablando tienes posibilidades de que tú te parezcas demasiado a este texto; ten cuidado porque puede que te sientas violentado por ello).
Estoy cansada de la epidemia que parece que últimamente padecemos. Creo que, por momentos, empiezo a desencadenar en mí la actitud misántropa más vil que conozco, lo cual es una reiteración de lo que es en sí misma la misantropía.
La falta de análisis que sufrimos, la visión del aquí y ahora como producto de una sociedad que sólo apuesta por lo nuevo, lo moderno y el instante, sin prever y, sobre todo, sin asumir lo que hace y lo que ha hecho; machirulismo, patriarcado que nunca piensa, que nunca cuida y que solo entiende cuando son sus barbas las que hay que recortar.
Porque el producto de los sesenta, los hijos y los nietos de los sesenta, todo eso del aquí y ahora, tan zen, tan oriental, estaría muy bien si supiéramos cuántas regiones tiene China o qué quiere decir el salto de pasar de la flor del ciruelo a la del cerezo. Si no fuera todo hamburguesa del McDonalds a modo de píldora filosófica.
Pero se nos olvidó la parte que precede a esa visión; se nos olvida el qué, el cómo, el cuándo y el quién produce y crea esas píldoras. Nos olvidamos de la consciencia de lo que hacemos, de las consecuencias de nuestras acciones pero nunca olvidamos los daños que sobre nosotros ejercemos, porque valoramos de diferente manera cuando es nuestro ojo el que mira a cuando es nuestro ojo el mirado.
Cubrimos todo de una mal interpretada concupiscencia y desenfreno que procede de la vacuidad de mentes obtusas que no saben lo que es el existencialismo y creen que Camus es una marca de sopa estadounidense y Sartre un diseñador de americanas inglesas.
Se nos priva de la educación y del conocimiento, dando a entender que los valores intelectuales no son los valores que tiene que tener una sociedad activa, una sociedad que cree en la acción, puesto que ésta es, solamente, el resultado de moverse; pero sin saber qué implica el movimiento y sin entender que el movimiento puede tener voluntad y que puede tener decisión, y que no es el producto de una palabra que ni siquiera conocemos, como es el azar.
No tengo ánimo. Estoy muy, muy cansada y me da igual que no tenga razón y que recuerde al Rey Ricardo en mi actitud. Me da igual que empiece a demandar cabezas y que todas las cabezas que demande tengan el nombre del Bautista o el de cualquier carta de corazones.
Parafraseando a otro misántropo, "somos polvo"; pero no creo que seamos "polvo enamorado". No tenemos salvación y por eso acudimos en manadas a la salvación de nuestras almas desde fuera de nosotrxs mismxs. Señalamos la herida creemos que ha crecido por generación espontánea. Creemos que la herida siempre es el problema, sin entender por qué se ha producido. Sin analizar la herida, es difícil entender por qué ha sucedido todo, por qué se ha precipitado todo. Responsabilizamos al otro de todo. Todas nuestras miras son tan benevolentes, tan educadas, tan respetuosas; lo que barremos y no mostramos es lo que señalamos y lo que es peor, nos sentimos la mar de orgullosas de ser tan, tan maravillosas. De hacer tanto por el grupo, por el conjunto.
Y todo huele de una manera extraña a odio, a ese que nunca se nombra pero que se vierte entre nuestro discurso, porque uno o una están tan lejos, tan lejos de ser ese, de ser cualquiera, que puede que ser cualquier cosa, a veces sea mejor que ser uno. Porque tiramos la piedra y escondemos la mano o tiramos la piedra y sacamos pecho.
Entonces nos sonreímos y nos damos una palmadita en el hombro porque lo hemos hecho redondo, lo hemos bordado; hemos sido tan, tan geniales que nos cuesta mucho entender por qué los demás, los otros, no ven lo maravillosos que somos. Nos invade una profunda autoindulgencia, una especie de fatuo que nos sonríe desde la desgracia y al que sonreímos para excusarnos de las decisiones que no hemos querido tomar, que no hemos querido decidir o que hemos decidido desde un mal entendido presente continuo. Y ponemos frases que son mucho más grandes que nosotrxs y las hacemos mezquinas y mediocres, las vaciamos de todo para llenarlas de nada.
No entendemos que, sin revisar el por qué, el cómo, el dónde, el cuándo y el quién no se puede llegar a ninguna parte. Porque lo único que nos saca de cualquier parte es el conocimiento, lo único que nos acerca a ser felices es la libertad, no solo de poder elegir, sino también de poder decir que no.
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