He soñado que follaba contigo. Siempre tengo sueños de polvos largos antes de que me baje. Siempre sueño con todas y cada una de las posturas que hemos podido llegar a hacer antes de que tenga la regla.
Me despierto algo adormilada sin tener claro el límite; sin saber lo que es real y lo que es sueño; sin saber si es o no verdad lo que siento hasta que te veo ahí, normalmente de espaldas, y reacciono a unir de una extraña manera lo que abarca el sueño, los sentidos en el sueño y lo que abarca la realidad de lo que veo.
Te huelo. Hueles a cama y a sueño; hueles a sudor y a flujo y a veces a saliva. Estas ahí dormido y yo muy vaga, muy en duermevela. Intento que lo notes solamente con la respiración, pero tienes un sueño profundo y no reaccionas. Sigo vaga, muy, muy cansada. Vuelvo a adormecerme, te agarro y entrelazo mis piernas con las tuyas. Nunca duermes vestido y no sabes lo que me gusta eso. Suspiro y vuelvo al sueño que no siempre regresa al polvo. Deambulo entre sueños mucho menos comprensibles y mucho más analizables. Flashes de imágenes extrañas que acabo traduciendo a modo de vidente, y que te voy narrando entre bocado y bocado de pan con mantequilla. Después de un rato te digo que he soñado que follaba contigo, que no me he corrido pero que he soñado que echábamos un polvo. Sonríes y me miras desde abajo para impostar atención sexual. Te sorprende que nunca te levante. Otro mordisco.
Es por la tarde, sábado, y abrimos el sofá mientras vemos una peli. Me besas con beso largo y patoso; suspiro; suelo ser algo impostada. Normalmente adolezco de cierta teatralidad para casi todo. Me agarras y me dices que te gusta morderme, relajo los hombros y respiro lo más profundamente que puedo. Sabemos que va acabar en un polvo. Huele a polvo. Es ese momento en que los besos se prolongan y las manos circulan entre la ropa y la piel; ese momento en que la columna empieza a arquearse buscando tu pelvis y los pezones se escaman; ese momento en que notas todo en la piel, en que notas cómo se dilatan las pupilas, se abren las fosas nasales y se engorda la lengua; ese momento que es torpe por la precipitación de la excitación. Busco todo lo que nos rodea para ver qué puedo hacer. Traduzco una cuchara de café en frío sobre tu espalda y sobre tu entrepierna. Agua, en tu boca. Hablamos. Hablas mucho cuando follas. Te contesto sin mucha seguridad. Me colocas abajo, pero hoy prefiero arriba, te beso y me introduces la lengua, la succiono y mi mano baja a tu entrepierna. Te agarro las dos manos mientras te beso. El orgasmo llegará. No me conformo con uno, insisto hasta cinco. Lo normal son tres. Tu me mojas y yo me corro sin parar cinco veces.
Hace frío en el salón, ponemos la calefacción. Y ahora todo huele a lo que huele el sexo frío; toda la piel tiene el tacto de la saliva seca y los músculos están descomprimidos.
Abro el grifo de la bañera y sonrió en el espejo. Hoy, será con espuma.
Abro el grifo de la bañera y sonrió en el espejo. Hoy, será con espuma.
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