Supongo que hablar de familia es algo más complejo que lo que sale en los anuncios de Casa Tarradellas. Supongo que hablar de vínculos afectivos es algo más difícil que repasar con un lápiz de color los dibujos de preescolar con su nombre abajo: Mamá, Papá, abuelo, abuela...
Soy bastante despegada, o eso decía mi abuela. Mi abuela, a la que le falta memoria para recordar nuevos recuerdos y para recordar que tengo la edad de Cristo, mientras contemplo cómo su cuerpo, cada vez más flaco, busca un nuevo costado en el que apoyarse.
Soy bastante despegada y los vínculos los cierro mucho cuando los siento, cuando creo encontrar algo que se parece a ello. Los hago demasiados íntimos y suelo buscar en ellos una extraña magia cósmica que no creo que tenga que ver con el amor romántico, pero sí con la necesidad de pertenecer a algo, unas raíces adventicias que recuerdan a las raíces que tienen los manglares, un complejo sistema que le provee anclaje contra las mareas y le ayuda a distribuir el peso sobre el lodo. Pero todo este anclaje que me protege y protege, no siempre sale adelante, no siempre ayuda, porque a veces todo acaba siendo solamente el lodo que sujeta la raíz y se confunden los territorios y los límites.
Soy bastante despegada y me cuesta establecer relaciones con la gente. Vengo de una familia que nunca terminó de ser -como ocurre con muchas otras, las familias que nunca han sido las mías-, y me cuesta hablar del tiempo, me cuesta hablar de planes futuros porque nunca tengo claro cómo puede acabar todo. Adoro la inmediatez de lo que decido con orgullo sobre la decisión tomada; orgullo que me ha costado diez años aprender.
Soy bastante despegada y me vinculo a una canción porque me recuerda a algo que se parece a lo que la gente llama con cualquier adjetivo abstracto que suene a oso amoroso o a pequeño poni rosa. Soy bastante despegada y cuento las gotas de agua que caen en el cristal un día de lluvia de principios de marzo antes de que sea mi cumpleaños.
Soy bastante despegada y acabo comprando en una tienda de importaciones, para el día de San Valentín, el anillo de Claddagh, mientras observo cómo ahora sopla el viento de un temporal del noroeste, agitando la lavanda que plantamos hace algunos años en un abril muy lluvioso.
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