No sé muy bien por qué pero siempre me han resultado interesantes y excitantes las personalidades de lxs malxs. Siempre he tenido curiosidad por ello, entendiendo que estás personalidades sirven para actuar como controladoras de lo correcto y lo incorrecto, son las encargadas de denunciar aquello que no encaje en la costumbre y de explicar las pasiones más oscuras del individuo, actuando, al igual que lo hacen los cuentos, el pecado o la medicina, como poderes coercitivos que acaban de una u otra manera, a veces más mítica, a veces más científica, sanando. Se utiliza el miedo a lo monstruoso como contención, como creación de moral o de ética y se llega a un acuerdo entre todos.
Aunque creo que detrás de cada malo hay un miedo social a alcanzar un poco más de libertad individual.
Después de esta pequeña explicación, voy a intentar revisar mi propia mitología del cuento e intentar entender que todxs, en algún momento, somos alguno de esos seres y que gracias a que todxs a veces somo unos de esos seres, reseteamos nuestro propio yo y nuestra percepción del mundo para poder entendernos como crisoles y no como estancos (tengo dudas sobre la ontología del ser que aún no han sido resueltas), entendiendo al personaje no apropiado del cuento y poder con ello tener más lucidez sobre nosotrxs y nuestro entorno. Soy consciente de que estoy muy cómoda entre la mierda y es más, me siento segura entre ella de una extraña manera y eso, a su vez, condiciona mi discurso. Suelo buscar el límite de esos personajes de morales sospechosas y dudosas intenciones, sorprendiéndome a mí misma pensando en lo mucho que tengo del malo. Por supuesto, eso no se confiesa y aunque estemos en Halloween, mi disfraz va a decir de mí solo una parte y no todo.
Empezaré con la figura del vampiro. Me disfrazo de hombre vampiro, no me gustan las vampiresas. Prefiero pantalones, botines acordonados, camisas y levitas de terciopelo granate. Además, mi deseo encaja más con el cazador que supone el vampiro, encarnado en Drácula, que con la cazadora que supone la vampiresa.
Me confieso una admiradora del mito, que no de la novela de Stoker (escrita a modo epistolar me resulta, como me ocurrió con Amistades peligrosas, un coñazo), y de sus múltiples adaptaciones al cine, desde Coppola, la Entrevista con el vampiro, pasando por Nosferatu, Bela Lugosi o Christopher Lee. La saga Crepuscular no me convence, me resulta noña y tradicionalista a más no poder.
Empezare diciendo que la sangre en nuestra cultura es el alma, o se identifica con ella de ahí la ceremonia Cristiana del pan y el vino siendo uno el cuerpo y otro la sangre( mi pánico a los analisis que no a las agujas, viene de ahí, miedo a que me estraigan el alma, lo cual es sorprendente para alguien existencialista y atea.) Dicho de otro modo y, por supuesto, entendido sin ningún rigor de estudio antropológico, parece que en dicho banquete aúnan lo que Platón separó: el alma y el cuerpo.
En la iconografía vampírica, el no-muerto es un bebedor de sangre, es decir, un bebedor de alma en cuyas representaciones aparecen una serie de características que, aunque ya hayan caído en el cliché y se formaran quizás desde ahí, pueden encarnar a aquella persona que puede hacer passing (en la cultura LGTBI, es aquella persona que 'pasa' por hetero pero es gay o les, aquella persona que pone de manifiesto en su acto de passing, "soy como tú pero no soy tú, a lo mejor tu no eres como crees, a lo mejor te pareces sospechosamente a mí"), conoce las normas y, en determinados momentos, se la salta a su antojo, poniendo de manifiesto lo absurdo de las mismas y la hipocresía que hay sobre ellas. Esto es mi fascinación , la duda de la norma, la duda de lo que conocemos para investigar en lo desconocido es lo que nos hace grandes y lo que nos ayuda a vivir con el otro, siendo el otro cualesquiera que sea; admitiendo al otro con el mismo amor y respeto que deberíamos tenernos a nosotros mismos. El vampiro surge del rechazo a uno mismo, del rechazo a sus creencias y la búsqueda del nuevo camino. Por supuesto, lo que se penaliza es la duda y sobre esa duda se crea la iconografía del degenerado que rompe todas las normas.
Son icono del burgués rebelde, porque en mayor o menor medida, siempre imaginamos al vampiro como perteneciente a una élite y muy individualista, no trabaja bien en grupo (al contrario que el hombre lobo), es un cazador solitario que utiliza los recursos retóricos y estéticos porque se ve conocedor de ello. Es a su vez un Narciso. Así que, ¿quién no ha sido nunca un embaucador elegante sofisticado y con cierto amaneramiento?. ¿Quién no ha buscado en la pena la conquista del otro, quién no ha intentado seducir con el pasado a su presa?
Por ejemplo: la típica escena de calle donde dos personas están hablando y una muestra cierta afectación, cierto sentido de "hay que mal esta todo, que mal estoy yo", y ponemos esas absurdas miradas de cordero degollado, esas manos dentro de los bolsillos a caballo entre Dean en Rebelde y la puta que quiere modificar su vida. Yo, sé que lo he hecho, he bajado elegantemente la vista, he respirado con cierta ansiedad para narrarme como ese ser atormentado que sale de noche, adoro de mí esas poses, en esa manera de frivolizar sobre el sentimiento, sobre lo que establecemos como sentimiento doloroso cuando nos narramos, la escenificación, la teatralidad que ponemos de relevancia en nuestras vidas cuando los acontecimientos nos desbordan.
Existe, como en todas partes, esa otra visión del vampiro orgiástico; esa en la que seduce con ese atisbo de todo aquello que da el caos, con todo aquello que tiene de liberador el sadismo bajo tanta norma.Con poner de manifiesto el animal desenfrenado que, gracias a las técnicas de la sociedad industrial podemos llevar acabo. Tanto fetiche me fascina, me asombra y me asombra también cuando las personas descubren sus propios fetiches, sus propias sombras, aquellas que no nos gusta reconocer en publico, porque en ese mismo momento en que nos contemplamos como el bebedor de sangre, podemos decidir si queremos o no queremos ser ese ser, podemos ser conscientes de nuestra vulnerabilidad y nuestra fuerza para tomar la consciencia de lo que somos, no la decisión de lo que somos.
En la novela de Stoker se mitifica la personalidad del vampiro como aquel que, ante la fatalidad de la muerte del ser amado, renuncia a sus principios para hacer lo que le viene en gana, para revisar las normas de control social y utilizarlas según su antojo. Puesto que la vida es finita, se subleva ante la finitud de la vida corpórea. Es decir, se subleva ante la muerte, para conquistar paraísos en vida.