Me llamas y me dices que andas aburrido. Cuelgo. Me aburre tu aburrimiento y unos diez minutos después me llamas abajo. Te abro la puerta y hago de tu más mejor amigo con pose de hombre comprensivo. Cocinamos una tortilla de patata y dudamos qué coño ver en series.ly. Me ducho, Shock, de Calvin Klein y te convenzo para dar un paseo por esta ciudad de provincias que no nos ofrece gran cosa. Nos miramos en el espejo del ascensor. Acabamos en un concierto heavy. Dos tequilas para mí y unas cuantas cervezas para ti. Bailas y yo miro desde la barra. No hay nada decente. Te digo que nos larguemos, que cojamos el coche y que buscamos algo mejor. Afirmas con la cabeza y salimos. Los bares de siempre. Conversamos sobre tus cosas. Hoy yo no hablo de mí. Me hablas de una tía, que si, que no, que qué más da, que te da miedo y rollos de ese tipo. Piensas que te escucho porque afirmo con la cabeza pero no me interesa una mierda nada de eso porque la tía en cuestión me cae gorda.
Pido dos orujos en vaso de tubo y te propongo que no pienses, que dejes de pensar y que bailemos. Que bailemos en una de esas discotecas con luces verdes y humo que huelen a fresa. Aceptas. Llegamos y empezamos a sonreír, salimos a la pista. Te digo: no pienses baila; no caces, baila; sigue la luz verde. Sudamos, no damos para más y cuando salimos, parece que está amaneciendo. Te manda un whats la tipa esa que me cae gorda y vas corriendo a buscarla mientras yo me quito la ropa y me meto en la cama. Se ve que tendré que intentarlo otro día, buscar otro momento para llevarte a la cama.
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