Caminan en silencio después de salir del cine. El sonido de los zapatos rompe el silencio de
los soportales. Hace tanto tiempo de todo que el recuerdo ocupa más espacio que
el presente. El recuerdo es el yugo amable. El recuerdo es la inercia del día a día.
Comentan la película buscan un espacio caliente que está mal
iluminado, con esa luz tenue que tiene el tacto del terciopelo rojo. Poco ruido
y una copa de exportación. Se sonreirán buscando lo conocido de ellos, un ir a
tientas entre el presente y el pasado. Velos anaranjados.
Alguien apartara el pelo del rostro con un gesto de
adolescente torpe. Ella, apartara su pelo. La mirara por debajo del gesto que ella realiza para el recuerdo de
este momento. El olor a flores blancas se entrecruza en ese movimiento. Es una
foto en blanco y negro prestada. Ese color, el blanco y negro, defiende el tiempo que pasa en el presente
que se está haciendo. Se dignifican.
No queda nada.
Cuesta enfrentarse al pasado olvidado que aparece a modo de
chanza. El presente de esta historia
está lleno de todos los recuerdos del pasado, cuanto más presente tienen más
pasado les persigue. Es algo inevitable. Es algo que conlleva al final de su
propia existencia, congelada en pequeñas fotos anaranjadas. No hay presente sin
pasado, no hay futuro sin pasado, eso aún no lo saben, son ciegos, sordos y
mudos. Hablan del director, de la protagonista.
Pero está ahí, las fotos de unas vacaciones, de un viaje de
fin de semana, de un perro, de una
sonrisa robada en un concierto, de un abrazo en el salón de una casa alquilada.
Todo el pasado que se vuelca para seguir tejiendo la historia del presente.
Se prometieron tantas cosas que solo quedan los versos de
las promesas. Imágenes, ecos, el deja vi
que utiliza el recuerdo como broma. Un guiño.
No les duele, ya no puede doler lo que una vez sintieron; no
pueden doler las imágenes almacenadas en la última estantería. Es el precio de
ser adulto, es el precio que tiene el tiempo cristalizado.
Un vestido con flores, unas playeras, un cigarrillo
compartido, la arena en los bolsillos de
un viaje de fin de curso a un país que huele a verano interminable. Todo, quedará almacenado en ámbar dentro de lo que es el recuerdo del
pasado.
Sienten frío, no saben que se desean porque el deseo tiene
recuerdo sin pasado, el deseo es un presente continuo, una improvisación, un
desorden inexistente.
Tengamos silencio para escuchar el recuerdo sin pasado y dejar
que se produzca el deseo.