Un paseo en coche. Un coche
nuevo. Una tarde soleada de Noviembre.
Sonrío, sonríes y tocamos el cielo con la punta de los dedos.
Es, por ejemplo, martes. Hablamos
de viajes, de playas y de calcetines de rayas. Sonríes, sonrío y seguimos
conduciendo entre los árboles vacíos, mientras suena una canción francesa que
nos increpa profite.
Ahora no parece invierno, pero el
invierno nos espera en la siguiente, siguiente curva. Esta delante nuestro y da
miedo. Tengo miedo de las tardes soleadas de Noviembre porque debajo de las hojas
se esconde el frío de las noches sin luna.
Un ciervo cruza delante. El zorro
se esconde entre los matorrales y el
perro descansa mientras observa pasar la tarde con sabor a manzana asada.
Un sol brillante entre las ramas,
que ya están desnudas y el suelo se
cubre de un potente amarillo que recuerda el tiempo en que todo era dorado.
El viento nos susurra que está
llegando la noche y aún andamos sin destino. El deseo se congela en una
pantalla de un mapa. Te susurro obscenidades y te propongo echar a la suerte
nuestra ropa.
Puede que nunca lleguemos a la
segunda curva y puede que el frío de las
noches sin luna que se esconde en las hojas de este noviembre de manzana no llegue a tocarnos las puntas de los pies.
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