Llegan las Navidades y con ellas una retahíla de anuncios de colonias, chocolates y juguetes para espabilar nuestro deseo y nuestra lascivia hasta el paroxismo y hacernos deseantes de aquello que el plasma nos enseña, convirtiéndonos en seres fetichistas durante unas cuantas semanas, depositando en ese deseo sobre la mercancía, las expectativas de lo que se parecen a los sueños.
Yo, por de pronto, quiero un reno con una nariz roja y que vuele por los aires y eso, hasta ahora, nadie me lo ha ofrecido.
Dejando a un lado especulaciones sobre la demanda, el deseo y la oferta, me han llamado la atención dos anuncios muy distintos (tanto por la "mercancía" de lo que anuncian como por la estética, evidentemente adaptada a esa "mercancía") que a mi se me han antojado parecidos y con el mismo trasfondo, del que estoy entre harta y hastiada.
El primero es el anuncio de Stop a la violencia de género. En este caso pone la cara Imanol Arias que reza con la frase Si la maltratas a ella me maltratas a mí. Claro, el "mí", es el rostro de un hombre varonil, lo que hace que la violencia de género sea doblemente violenta pues sigue confiando en la figura del hombre príncipe que te va a salvar, desposeyendo a la mujer de recursos para empoderarse, frustrándola doblemente al no darle la posibilidad de una respuesta violenta ante la violencia ejercida desde la cuna del género. Es decir, para que una mujer salga de la violencia de género necesita a un hombre concienciado. Sería un digresión muy larga, pero hemos convertido las emociones en mercancías canjeables, en productos que pueden ser vendidos y necesitan de un comprador, y entre la emoción-mercancía y el comprador tiene que haber una identificación que se ha formado con un discurso completamente mainstream.
El otro es un anuncio que han decidido llamar revolucionario porque utilizan a un Brad Pitt -con barba de tres días y pose de aventurero sensible- hablando de un perfume que utiliza una "ella", que resulta ser ineludible, como una marca, como una presencia que no desaparece y que permanece en la memoria, en el recuerdo. He de confesar que el texto me gusta, el ritmo, la voz en inglés -que siempre me ha resultado exageradamente sexy-, pero el conjunto del anuncio no. El anuncio ha decidido que el hombre -eterno presente en la vida de las mujeres- ocupe también su lugar en el espacio del anuncio femenino, siendo el protagonista y relegando a la mujer, objeto del anuncio, a esa marca ineludible que ella tiene que dejar en el hombre. Es decir, la mujer objeto anunciante de fragancias femeninas ha sido sustituida por un hombre activo deseante de la mujer objeto de cualquier anuncio de colonia y que lleva un discurso enterito en masculino con un nosotros continuamos.
Si además el hombre lleva pose de sensible y aventurero mucho mejor, porque así la historia que venden es la del amor frustrado, no conquistado. Es decir, el mito del amor romántico que no come perdices. Un amor muy del gusto de escritores del S.XIX como Baudelaire u obras como una maltratada Madame Bovary o Ana Karenina.
Es cierto que el hombre en los perfumes femeninos siempre suele estar, como nombrado o como innombrado pero latente (la mujer objeto de anuncio de colonia es objeto para alguien, la fragancia la objetualiza para ese alguien y en ese alguien siempre colocamos un ojo-hombre), porque entendemos que los perfumes, en su mayoría sirven para el flirteo amoroso-sexual y este flirteo siempre es heterosexual, excluyendo así a cualquier deseantx que no encaje en deseo heterosexual.
De hecho el anuncio de Brad Pitt hace referencia o recoge el testigo del anuncio de Keira Knightley para la misma casa, donde una aventurera motorista se lía con un fotógrafo que parece quedarse prendado y ese fotógrafo, entonces joven, es el madurito interesante Brad en este novedoso anuncio.
Es decir, en los dos anuncios, la mujer pierde espacio para cederlo a los hombres, volviendo así a la imagen de la mujer en el espacio de lo íntimo y de lo no público, porque para lo público ya están los hombres; bien el hombre príncipe salvador o bien el príncipe aventurero que la dejó escapar para que otro la protegiese y quisiera y salvara, porque era una fierecilla al más puro estilo shakespeariano.