Un roce de manos en una cena improvisada. Hay tanta gente
que cuesta leer lo que se dicen cuando solo se rozan.
El silencio es el aliado del misterio. Pero ahora mismo no
hay silencio, no hay misterio, solo hay un roce de manos, en una cena
improvisado. Durante un fractal de segundo se miran, pero no es suficiente para
percibir que es lo que hay detrás del contacto y el tacto de la piel. Un
nanosegundo y ¿han sentido erizarse la piel?
Cuerpo extendido por el deseo torpe que se lee entre el sonido sordo del bullicio. No hay susurros. El estruendo que desaparece solo con el tacto
de dos dedos en una mesa. Es un segundo congelado en un roce de dos manos, de
dos dedos, algo anodino. Nunca más volverá esa milésima de segundos en el roce
del tacto de las manos. Se quedará para siempre en ese tiempo. Cuando vuelvan a
ese roce de manos, no sabrán que hay historias que nunca se contarán a través
del silencio.
Caminan en silencio después de salir del cine. El sonido de los zapatos rompe el silencio de
los soportales. Hace tanto tiempo de todo que el recuerdo ocupa más espacio que
el presente. El recuerdo es el yugo amable. El recuerdo es la inercia del día a día.
Comentan la película buscan un espacio caliente que está mal
iluminado, con esa luz tenue que tiene el tacto del terciopelo rojo. Poco ruido
y una copa de exportación. Se sonreirán buscando lo conocido de ellos, un ir a
tientas entre el presente y el pasado. Velos anaranjados.
Alguien apartara el pelo del rostro con un gesto de
adolescente torpe. Ella, apartara su pelo. La mirara por debajo del gesto que ella realiza para el recuerdo de
este momento. El olor a flores blancas se entrecruza en ese movimiento. Es una
foto en blanco y negro prestada. Ese color, el blanco y negro, defiende el tiempo que pasa en el presente
que se está haciendo. Se dignifican.
No queda nada.
Cuesta enfrentarse al pasado olvidado que aparece a modo de
chanza. El presente de esta historia
está lleno de todos los recuerdos del pasado, cuanto más presente tienen más
pasado les persigue. Es algo inevitable. Es algo que conlleva al final de su
propia existencia, congelada en pequeñas fotos anaranjadas. No hay presente sin
pasado, no hay futuro sin pasado, eso aún no lo saben, son ciegos, sordos y
mudos. Hablan del director, de la protagonista.
Pero está ahí, las fotos de unas vacaciones, de un viaje de
fin de semana, de un perro, de una
sonrisa robada en un concierto, de un abrazo en el salón de una casa alquilada.
Todo el pasado que se vuelca para seguir tejiendo la historia del presente.
Se prometieron tantas cosas que solo quedan los versos de
las promesas. Imágenes, ecos, el deja vi
que utiliza el recuerdo como broma. Un guiño.
No les duele, ya no puede doler lo que una vez sintieron; no
pueden doler las imágenes almacenadas en la última estantería. Es el precio de
ser adulto, es el precio que tiene el tiempo cristalizado.
Un vestido con flores, unas playeras, un cigarrillo
compartido, la arena en los bolsillos de
un viaje de fin de curso a un país que huele a verano interminable. Todo, quedará almacenado en ámbar dentro de lo que es el recuerdo del
pasado.
Sienten frío, no saben que se desean porque el deseo tiene
recuerdo sin pasado, el deseo es un presente continuo, una improvisación, un
desorden inexistente.
Tengamos silencio para escuchar el recuerdo sin pasado y dejar
que se produzca el deseo.
Un paseo en coche. Un coche
nuevo. Una tarde soleada de Noviembre.
Sonrío, sonríes y tocamos el cielo con la punta de los dedos.
Es, por ejemplo, martes. Hablamos
de viajes, de playas y de calcetines de rayas. Sonríes, sonrío y seguimos
conduciendo entre los árboles vacíos, mientras suena una canción francesa que
nos increpa profite.
Ahora no parece invierno, pero el
invierno nos espera en la siguiente, siguiente curva. Esta delante nuestro y da
miedo. Tengo miedo de las tardes soleadas de Noviembre porque debajo de las hojas
se esconde el frío de las noches sin luna.
Un ciervo cruza delante. El zorro
se esconde entre los matorrales y el
perro descansa mientras observa pasar la tarde con sabor a manzana asada.
Un sol brillante entre las ramas,
que ya están desnudas y el suelo se
cubre de un potente amarillo que recuerda el tiempo en que todo era dorado.
El viento nos susurra que está
llegando la noche y aún andamos sin destino. El deseo se congela en una
pantalla de un mapa. Te susurro obscenidades y te propongo echar a la suerte
nuestra ropa.
Puede que nunca lleguemos a la
segunda curva y puede que el frío de las
noches sin luna que se esconde en las hojas de este noviembre de manzana no llegue a tocarnos las puntas de los pies.
Ella llama por teléfono, tiene dudas, cuelga. Vuelve a llamar y se muerde la lengua sin querer. La boca sabe a hierro. Cuelga el teléfono No sabe que decir. Esas cosas pasan a veces.
Suena el teléfono; ella esta al lado, acaba de colgarlo y ha sonado. Lo coge, pregunta quién es, pero el teléfono se cuelga después de un profundo silencio. Lo mira y se agarra las rodillas blancas. Entra en pánico. Se quedará ahí al lado, quieta. Tendrá miedo a que vuelva a sonar.
Respira hondo, se lo han dicho en clase de yoga. Coge el teléfono y vuelve a llamar.
657 896 346.
Al otro lado alguien pregunta quién es, se produce un profundo silencio y después cuelga.
Ese martillo dentro de la cabeza. No sé por qué se produce. Pero suena ahí dentro a ratos.
Se desencadena de manera casual, es como un brillo que acaba en espiral con sonido intermitente. No llega a ser sirena.
Ninoninonino...
Es un martillo que cambia de fuerza, de sonido, dependiendo de la arbitrariedad más absoluta.
Es un pensamiento martillo que no se parece en absoluto a un oso blanco pero pesa lo que pesa un oso blanco.
El insomnio de antes de sonar el despertador.
Esta ahí.
Tú coges el coche, sacas al perro, visitas a tu madre, hablas de política, compras naranjas y el martillo esta justo ahí, debajo de las cosas que haces todos los días. Agazapado. A veces no se piensa, a veces se siente. El martillo aparece. Lo oyes. Lo oyes golpear y no puedes sacarlo de la cabeza. Puede no durar mucho, es el flash-martillo. Después vuelves al mismo lugar donde estabas, coges el coche, sacas al perro, visitas a tu madre, hablas de política, compras naranjas.
No adormece el sonido. No es una caída libre, es una caída pausada, intermitente y si observas todo el proceso, te parece incluso despreocupada. Pero ahí esta, latente, intermitente, pendulación entre la repetición de algo que no ha ocurrido y algo que puede ocurrir. Es silencioso, nadie lo nota. En realidad, es más fácil poner buena cara y sonreír que exteriorizar el sonido del martillo. La sonrisa, la buena cara, elimina las preguntas del sonido en el otro. Constantes preguntas que se convierten a su vez en parte del martillo. La necesidad de dejar de oírse, la insistencia del martillo por que lo oigas dentro del cráneo. Moverse hacia la acción. No querer acción. Respirar y la inutilidad de la respiración. Los otros como seres afilados, alfileres, legos olvidados a los pies de la cama una noche sin luna. El susurro del pasado en la oreja izquierda, el velo del futuro en el ojo de Cíclope.
El peso de una pluma es tan molesto entre el sonido del martillo...
La palabra "hammer" se parece más al sonido y al eco que queda en tu cabeza que la palabra martillo.
Cristales pequeños dentro de la bañera. Otra vez ese pensamiento. Discusión perdida en el espejo. La culpa se presenta como una inestimable amiga. La soberbia no apaciguará el dolor de los justos. La justicia es la abstracción del dictador.
Recuerdo algunas de las promesas que me hice cuando tenía quince años. Las recuerdo como fotografías de lo que pude llegar a ser y alguna vez quedó torcido en un cajón y olvidado.
Recuerdo los sueños cristalizados entre los cojines primorosos de mi cama.
Recuerdo que no me cortaban. Recuerdo ser inmortal.
Recuerdo tanto de mis quince años que por eso ahora me cuesta verme de otra manera que no fuese como si tuviese quince años.
Recuerdo el frío.
Prometer no cortarme nunca el pelo delante del espejo blanco de la casa con dos baños.
Verlo crecer en ese momento, cuando me miraba, desnuda, en ese espejo. Será raíz. Seré Sansón y mataré a Dalila.
Recuerdo todas las veces que, dentro de la bañera, imaginaba mi propia muerte. Fuera, estaban las balas, disparándose sobre mí sin poder matarme porque -recuerda- yo era inmortal.
Recuerdo apagar todas las luces del segundo piso, de una casa con nombre de dictador y tirarme en el suelo cuando me quedaba sola. Recuerdo el extraño tacto del parqué, desgastado, en mi espalda,
mientras imaginaba mil doscientas catástrofes distintas para que nunca regresaran.
Recuerdo querer ser madre sin hijo, sin marido.
Recuerdo el color negro de todas las prendas que entonces vestía. La cazadora Bike, el cigarrillo, el olor de tu zippo, el sabor del cigarrillo, la pena por lo que nunca tuve y nunca perdí.
Recuerdo esa impostura.
Recuerdo pensar "siempre vestiré de negro".
Recuerdo que entonces era inmortal.
Recuerdo el sonido que queda cuando todo estalla. El sabor de las lágrimas y la huida hacía cualquier sitio que fuera casa. Recuerdo decir: no quiero tener nunca algo que pueda llamar casa.
Recuerdo la sensación de inseguridad de levantarse una mañana de sábado y no saber por dónde llegarán las bombas.
Recuerdo el musgo de la casa de campo y recuerdo el olor de las riendas del caballo.
Las botas de goma, los guantes blancos, los vestidos desgarrados, las noches que no quería llegar a casa.
Recuerdo romper los recuerdos y, dos minutos más tarde, echarlos de menos.
Recuerdo que entonces era inmortal.
Recuerdo la noche, el metal, el grunge.
Recuerdo los portales y el sabor de la cerveza.
Recuerdo el peso de las botas.
Recuerdo que entonces era inmortal, tan inmortal como todas mis promesas y todas mis penas.
Ahora me miro delante de otro espejo, en otra calle, en otro piso. Tengo corto el pelo porque descubrí que, cuando una renace muchas veces, el pelo no se recupera de la pérdida de lo que fue y se, ahora lo sé, que ser inmortal está sobre valorado.
Con una hoja de castaño la agenda me avisa de que esta llegando, de que ha llegado el otoño. Las hojas secas, las castañas, los días húmedos y las ausencias.
El otoño es la estación del final, la estación del ocaso, la estación decadentista. El otoño es una relación necrófila en una sonata de fin de siglo. Y una relación mal resuelta entre una madre y una hija en un film de hace algunos años.
El otoño son unas botas katiuskas rojas dentro del polo verde de mi abuelo con olor a perro mojado. Es el umbral de la puerta por la que acceden las almas el día de las calabazas de sonrisas dentadas. Es el sabor a manzana, el ácido verde del mordisco. El regreso tranquilo al castigo divino de los días de agendas mercantilizados. Es el camino de Perséfone y el llanto de Demeter tiñiendo todo de su color favorito.
Naranjas, amarillos, marrones y la luz de caramelo del postre de la abuela.
Muertos a las espaldas como hojas secas que bailan al ritmo de la brisa del mar de la meseta. Bolsas de basura convertidas en fantasmas, ciclogénesis de esquinas.
Una falda escocesa, los cordones y una hoja de arce roja que escribe un haiku. El amor eterno a la japonesa, un "te estoy queriendo", como dice esa canción.
El tiempo busca el equilibro antes de que crezca Saturno. La balanza de la justicia contando los frutos del verano,
El otoño es el regreso a los bosques de tradiciones anteriores a los padres, anteriores al tiempo que cae de las esquinas de la agenda. Musgo trepando entre los nudos de las encinas y la nostalgia del mar que nos acoge en verano. Un circulo de hadas, eterno, eternamente bailando. Un circulo de brujas en medio de las setas.Eterno, como eternos sus conjuros que nos separan del tiempo y de su herida.
Dos urracas acompañan su llegada y el gato negro flaquito se ha roto una pata; dirá que está cayendo el frío.
Cisnes de lagos rojos que cuidan las hiedras donde duerme la primavera.
...mundo aquel, del que tu habitación era el centro...
Cernuda
Estoy de vacaciones. O eso creo, porque en la actualidad, mi trabajo y mis vacaciones se diluyen. Busco información para mí y resuelvo algo del trabajo. Es la vida productiva sin límites y, supongo que te hace estar activa. Pero entre búsqueda y búsqueda me encuentro recordando una canción que ahora, con algo de vergüenza, confieso que me gustaba. Es una canción de Héroes del silencio. De adolescente, recuerdo que me gustaban y, en medio de una playa, completamente mediterránea, me he visto a mí en mi habitación de los quince y de los dieciséis y de los diecisiete, escuchando canciones de Héroes y de la Rosenvinge y leyendo, más bien devorando, Bukowski, la generación beat, Loriga y Prado. Leía más cosas, pero me ha venido esa yo. No otra sino esa, la de negro y ojeras, la del traje largo de punto a rayas marrones y negras y botas de sufragista, como llamaba mi abuela a las martens.
Ahora mismo, si me recuerdo sonrío con cierta displicencia para con mi yo anterior, esa yo que se diluye entre ésta que ahora la recuerda. Pero supongo que esto es hacerse mayor. Sonreír al pasado con cierta displicencia y conocer las yo diluidas en un sólo cuerpo, las yo que atraviesan los nervios, tendones, huesos, músculos de ahora.
Recuerdo aquella habitación como un templo, mi templo; donde huía de todo aquello que me dolía y que por entonces eran muchas cosas, eran muchas conversaciones. Eran esas cosas que duelen cuando eres adolescente, esas cosas que duelen a las adolescentes que desempeñamos el rol de raritas.
Recuerdo esa habitación, llena de todo lo que dolía y recuerdo también esa habitación de dos camas, una siempre vacía, llena de cosas que sanaban. Todo mi mundo cabía ahí dentro, mi mundo era esa habitación, esas cuatro esquinas, esas paredes con gotelé y el armario empotrado. Esa habitación donde un peluche gigante de pantera negra dormía de manera simbólica a los pies. Me regalaron ese peluche unas Navidades, no recuerdo por qué. No me gustaban los peluches, excepto uno que era un cocodrilo. Pero ahí estaba ese peluche gigante de color negro durmiendo a mis pies. Recuerdo también el color verde de las paredes -antes salmón-, una horrorosa colcha de rosas grandísimas, que decían ser elegantes, un secreter con tapete verde y dentro, las cartas de las amigas que me quedaron de un internado en Inglaterra.
Recuerdo los libros, los discos y las casettes. Una la cadena de música y el patio interior donde se combinaba el olor de suavizantes varios y el olor de todos los comedores escolares juntos.
No era enamoradiza, eso creo recordarlo bien. Algo que, como otras muchas cosas, ha variado. Entonces, recuerdo no serlo. Deseaba y todo lo tocaba con deseo.El deseo como forma de vida. Sentir que no se tiene suficiente era una parte de él y una parte de ser mi adolescente.
La habitación era el escondite para poder ser adolescente. La habitación era ser adolescente. Sus esquinas eran el límite de ser adolescente, ser adolescente era ser esquina. La habitación era el primer espacio que me propuse conquistar desde ese sentir. El primer espacio para decidir, decididamente ser yo, la adolescente. Un póster de Jim Morrison, las fotos, las colecciones de cosas pequeñas, cajas... Recuerdo esa sensación de entrar en casa esquivando a los padres y evitando sus preguntas, el pasillo. Casa era llegar intacta al dormitorio, casa era cerrar la puerta de la habitación para despertar a los dragones. Casa era poner la cadena, tirarse en la cama y leer el libro. Casa era, sobre todo, dar por ganado el día llegando solo con arañazos en las piernas.
Son las ocho de la tarde de un jueves. Las campanas de la catedral lo anuncian en un radio de no más de 100 metros. Es también, además de las ocho de un jueves, un jueves de otoño. Está empezando a llover y la gente que camina y que ha sacado paraguas, duda. Hay personas que dudan de manera casual, otras no piensan y lo abren, algunas tardan tiempo en darse cuenta de que llueve y las hay valientes.
Es una ciudad no muy grande. Una ciudad con sólo dos industrias importantes y un montón de campo alrededor. Cereal, un río y un canal obra del neoclasicismo.
Estamos en el centro, algo desplazados al norte y hay una rotonda característica de las ciudades dormitorio, de las ciudades donde se maneja más el coche que el paso. El tren de Valladolid ha llegado. M se baja. No lleva paraguas pero tiene un impermeable con capucha de color azul. Da clases en la Universidad de Filología Inglesa y tiene unos botines rojos. Acelera el paso. Aún tiene que coger el autobús urbano. Para llegar a la marquesina tiene que atravesar un parque con patos y un pequeño anfiteatro; pero antes de todo eso, se enciende un cigarrillo mientras inclina la cabeza ligeramente. En la marquesina solo hay otra persona pero detrás, debajo de los tejados que sobresalen, está lleno de gente. Sopesa las posibilidades: ponerse al lado de la persona que está sola o con el resto. Acompañar o pasar desapercibida. Decide acompañar. Los espacios comunes que en un momento determinado parecen pertenecer a alguien son conflictivos, por lo menos para M.
Entra en la marquesina. La otra persona lleva una cazadora vaquera dos tallas mas grandes, y una melena recogida de manera desorganizada. Cuando M entra, la chica de la cazadora dos tallas más grandes gira la cabeza y sonríe. A M no le gusta que sonrían en esos espacios fronteras como si te conocieran. M, además, siente inseguridad cuando pasan estas cosas. Un cartelito en letras rojas avisa de que el autobús llegará diez minutos tarde.
- Creo que hay problemas en la Cirular -murmura la persona con melena. M mira sin entender, mientras aquella mujer le enseña el móvil-. Me lo están diciendo.
- Ahhh -y sonríe para desquitarse-.
- ¿No sabes quién soy? -le interpela de repente aquella mujer con una sonrisa aún más grande que la primera-.
M empieza a sudar y mira detrás. El decidir acompañar tiene sus problemas. En ese momento, M ha decidido que no va a volverlo a hacer.
- M... -un gran silencio y un gesto que coloca las palmas hacia arriba-. ¿No te acuerdas de mí?
M pone algún tipo de cara que parezca saber de qué hablan: no, no me acuerdo...
- Soy la hermana de I.
Empieza observando que hay gestos que le recuerdan a alguien pero encoge los hombros.
- ¿Qué I?
- Tu ex.
M quiere que la tierra se abra de par en par, que lleguen unos extraterrestre que quieran abducir humanos o que un rayo caiga y fulmine ese momento. Espera unos segundos por si todo eso pasa. Sus esperanzas acaban en la alcantarilla que hay al lado de su botín rojo y lanza la pregunta con reservas.
- Eres P, ¿no?
Por su cabeza pasan todas las posibles conversaciones que se pueden haber dado en las películas, en los libros que ha leído, en las series; pero no hay documentación, y si la hay, no la está procesando adecuadamente.
- ¡Claro P!¡Cuánto tiempo!
- Siete años. Y ahora ¿dónde estas? ¿Te fuiste a EE.UU.?
- Aquí en Valladolid y sí, me fui un año pero volví.
- I no esta aquí y se ha casado. Vive en Sevilla.
- Ah... No lo sabía.
El autobús entra en la glorieta.
- Pero yo estoy aquí y... oye, estoy pensando que a lo mejor te interesa alguna de las reuniones que hacemos en un local. Somos un grupo de chicas...
P saca un boli del bolsillo y apunta su número de teléfono en la palma de M.
- Me voy. No te olvides de llamar y te pasas alguna tarde. Seguro que podemos hacer cosas.
En la marquesina entra otra mujer con los mismos zapatos rojos. M no quiere levantar la cabeza, no vaya a ser que tenga que volver a hablar.
Ha caído la niebla y el mar esta lejos de los cuerpos que habitan este espacio. Es noviembre, siempre que se esta lejos del mar es noviembre. Noche blanca como el olvido. Hace frío, frío de niebla y el viento susurra en el idioma del miedo. Se oye una verja y las hojas golpeando en el cristal. Ella se ha despertado por uno de esos golpes en el cristal, ha sido un golpe de hielo en el espejo de la cama.
Nota el frío dentro del pecho, el frío, un suspiro.
Mira al lado izquierdo y no esta. Otra noche de insomnio. Tarda en decidir qué hacer. Despacio deja caer los pies al suelo. La uñas rojas chocan con el blanco lunático de la alfombra. Coge la sudadera. Respira y sabe que va a ir a su encuentro. Siente su insomnio en todo el espacio que ha quedado. Camina mientras los pies hablan con la madera. La luz del salón, está encendida y, ha puesto la chimenea. Oye el crepitar del fuego que ahora la parece ensordecedor. Baja por las escaleras despacio, intentando percibir el cuerpo que esta en el sofá, percibe su aliento desde el espacio que avanza. Esta leyendo. Observa la lectura del insomnio desde el umbral, ha sido un día demasiado largo como para que el sueño no venza al insomnio. Cuando se acerca, despacio, su mano rozara el pelo oscuro. Un beso en la mejilla. Va hacia la cocina, hierve agua y desde la cocina sigue observando su lectura y el fuego. Le ofrecerá una infusión y la aceptará. Después se deslizara despacio hacia el hueco que queda a su izquierda. Acurrucara su cuerpo contra el hueco del cuerpo que no duerme y leerá lo que lee la persona que no duermo. Despacio se acercara a su oído y en el susurro que acompaña una confesión pagana dirá:
-promete que nunca me lo harás.
Viento, crepitar y el sonido de las piernas que se cruzan. Un beso.
Y un azulintenso
caerá
sobre los ojos de quién le observamos
será nuestra penitencia
será nuestro destino
Y un azulintenso
terminará
a partir de
este segundo mismo
con todo lo que tenga vida
Azul contra más azul
el barco blanco
suspendido en el horizonte, azul
Funde en amarillo
cuando el parpado
d e e s s s p a c i o
cierra el ojo
Puedo tocar el infinito
tocarlo con los dedos
puedo tocar el finito
tocarlo con los dedos
Se d i l u y e
Duermo en el VaiVen azul
La frontera del tiempo
que mido con el segundero del muerto
la frontera del tiempo
que mido a modo de emoción
E X P A N D I D A
BIG BANG
azul tiñe mi cuerpo azul que brilla con este sol
transparente
con este sol tan nuestro
con este sol de marmol clásico azul que habla, murmura
en el mismo idioma
Canción con olor a
tomillo
hierbabuena
romero
el romero para tu ojal
hierbabuena para mi pelo
Azul
y todo
desaparece
con el sonido de este
chasquido
azul
medusas varadas en la orilla
que el niño no se acerque azul
de casas blancas
y un burro
azul
y pongo otra vez
esa canción
azul
para acabar este poema
que huele a
sardinas
after sun
y
el sabor de la sal entre tus pliegues
Es una noche de verano
hay vino blanco en la nevera y un perro
esperándote a la puerta.
No se como explicar
que la vida no cabe en una vida.
No tengo suficiente con una vida y mi vida
me gusta tanto que la elegiría otra vez
si no fuese
mía.
Insatisfacción burguesa
educación de clase alta
Hay una canción que habla de sueños caducados
como tetrabrics de leche
a veces
algunas veces
me siento como leche caducada en una nevera vacía
un lunes de madrugada
A veces
algunas veces
me siento como ese cuento
de la verja y la bata
tengo miedo a la normalidad
a esa atrocidad de normalidad
que me condena
a cortar las esquinas de mi agenda.
No tengo miedo
al futuro
tengo miedo
a los sueños que han caducado
como las esquinas de la agenda.
Tengo miedo
cariño
a dejar de creer
en lo reyes magos y,
la verdad,
no se donde meter
tanto sueño.
Los sueños
son leones asustados que están enseñando
los dientes.
Fauces.
Gato panza arriba.
Este espacio que elegiría
sin dudarlo
si no fuese ya
mio
me agota
He contado todos los sueños
todos los dientes de las fauces de los leones
ya no tengo 15
y no sé qué se siente a los 37.
He robado al tiempo, tiempo
para contar todos esos sueños
y son
agua entre los dedos
Dime qué hago
dónde quedaron
mis sueños,
los dientes de los leones
están congelados o caducados
La vida no cabe en una vida y
cariño
he de confesarte
que no voy a conseguir ser francesa.
Tu boca, Tu cuello, Tu pelo
Respiro d e s p a c i o
Mi boca, Mi cuello, Mi pelo
Respiras d e s p a c i o
lejos CERCA
CERCA lejos
son
espacios arbitrarios entre
Tu boca, Mi cuello, Tu pelo, Mi boca, Tu cuello, Mi pelo
El espacio se mantiene en un MI sostenido
El espacio
es una piscina vacía y a media noche
Las 12, luna creciente
la calma del sonido del grillo
el hielo rueda entre trozos de carne viva
y
latente rueda entre mi boca.
Me miras, te miro
Tantear el tiempo a través del espacio
mas espacio menos tiempo
La aguja pequeña
marca los pasos que
no damos
Deseo por un momento dar MIEDO
BUUHH
¿doy miedo?
La fragilidad es el precipicio
al que la aguja pequeña le tiene tanto miedo
SSSSuspiras SSSSuspiro
Tu boca, Mi cuello, Tu pelo, Mi boca, Tu cuello, Mi pelo
enredarnos ad infinitum
pero
SIEMPRE aparece
el mañana
Sirvo mi corazón en bandeja
no late
guardas mi corazón entre el miedo de la aguja
¿podemos darnos la mano?
¿podemos regalarnos
el sonido que hace la aguja pequeña cuando tiene miedo a mi corazón en bandeja?
NO fluye
NO tengo corazón para fluir,
está escondido en la piscina de la luna creciente
suena el eco de lo que nunca llegó
a ser
ECO ECO ECO
Sostengo el Mi
en la R E S P I R A C I Ó N que dejo
sobre tu hombro
Supongo que esto
esto es el deseo:
una aguja pequeña
un corazón en bandeja
una luna creciente en una piscina
un espacio sin tiempo
Mis padres van a matar mi alma, dos teles y dos cadillacs no me ayudan lo más mínimo. Mis padres van a ser la muerte de todos nosotros. Velvet underground
He cogido la pistola que guardaba debajo de la cama; mi madre, mi padre están de rodillas en el cuarto de estar,entre sus muebles de lujo. Dos tiros. Me he lavado las manos, he vuelto a mi casa, he cogido al perro y nos hemos ido al campo. De camino, he esquivado un conejo y he ayudado a un mirlo a coger el vuelo. El mundo es realmente estupendo y hoy hace un día primaveral.
Hoy recojo este texto que puede tener más de siete años, este texto se publicaba por primera vez en un foro L y empece a escribir el diario de la pérdida y el deseo porque B no estaba, estaba en Soria trabajando. Este texto es de un 10 de Junio.
Un invento para B.
Quiero una casa al lado del mar como la Madrague, quiero un mar eternamente azul, y un amor tranquilo que duerma siestas en hamacas infinitas, quiero una piscina con flotadores rojos y molinillos de viento en el césped, quiero amigos que regresen siempre a este lugar y almuercen verduras a la plancha y pan con tomate.
Quiero un perro feliz que se siente al lado de su amo como en los sepulcros góticos de cualquier capilla. Quiero ver las barcas amarradas en aguas trasparentes y oír el chapoteo intermitente de las olas sobre ellas. Quiero notar la brisa en la cara mientras me anudo el pelo con un lápiz mordido. Quiero una playa de arenas blancas bajo mis pies y echar en ella raíces de algas, quiero un helecho que susurre nanas y unos mosquitos que kamikaces, se choquen contra el farolillo que alguien compro en un zoco del norte de África. Quiero una casa de blancas paredes y ventanas azules, donde crezcan los Hibiscos y los jazmines y las mimosas, donde las madreselvas trepen por las verjas y las aloe veras ocupen las esquinas plantadas en grandes tiestos de barro. Quiero geranios rojos en los balcones y sábanas de colores imposibles en las camas, quiero chimeneas inútiles para eternos veranos, quiero un gato romano que pasee por los pasillos y suba las escaleras, un loro que solo diga tacos y un conejo que no tenga prisa.
Quiero que en la casa que esta al lado del mar siempre haya risas y consuelos. Quiero una casa con una gran biblioteca llena de los libros encontrados, de los libros perdidos y de los prestados. Quiero vigas de madera y de ellas colgadas las flores que C recoge. Quiero un piano sin cola y velas blancas para las noches que paso contigo.
Quiero que la cama donde duerma nuestro amor sea grande y blanca y azul y roja y huela a limpio siempre que en ella nos acostemos. Quiero que las ventanas siempre estén abiertas y en ellas duerman lagartijas y salamandras.
Quiero cielos claros de atardeceres rosas, quiero aromas de inciensos y puertas de grandes llaves, quiero cortinas de lino y sal en mi cuerpo.
Quiero que mi piel se ponga morena por las horas que paso en el huerto, quiero una casa donde todo el que quiera, pueda entrar. Una casa con bodega, llena de grandes vinos elegidos por G. Quiero un jardín con burbujas de jabón y baldosas descolocadas por la casualidad. Quiero vestidos blancos y sandalias de esparto; quiero llenar la casa de los recuerdos que nos inventemos y de los viajes que están por llegar, quiero colgar en los quicios de las puertas collares de azabache, granates y abalorios multicolores. Quiero una casa con un camino que lleve a la playa de arenas blancas, donde eche mis pies que son algas y decorar mi cabello con las conchas que la marea ha traído y susurrarte al oido que te quiero, amor, en esta casa en este momento y desde este recuerdo.
Es sábado. Es un sábado que tiene las ventanas abiertas de casa. Es un sábado donde he caminado por esta ciudad que hoy se me antoja alegre y soleada. Nos pilla lejos el mar del sur, nos pilla muy lejos y muy lejos nos pillan las aloe veras y las mimosas que brillan en amarillo e inundan de dulce todo el espacio que las rodea.
He comprado té en esa tienda pequeña donde conozco al dependiente y hemos hablado sobre líneas convergentes y niños y teatro. Era todo como una bossa nova. Tenía el ritmo de bossa nova. Se me antoja un día cálido de animo, un día donde puede que te proponga ir a comer al monte de encinas y donde puede que todo se vista de lino y rayas.
Huele al chillido de las golondrinas planeando en un cielo azul y amarillo. A veces todo esta más cerca de lo que parece.
Ponemos ritmo a los pies con una melodía sorda y caminaremos entre calles que hoy tienen el color del cinemascope de una película romántica y tonta, de las que siempre acaban bien y que la luz siempre es una luz amable de tarde.
Hay flores en el jarrón verde. Unas bonitas siemprevivas de tres colores diferentes que me han recordado a esa bisabuela que pintaba historias del antiguo testamento. En la pila del baño hay otro ramo para la madre que tiene memoria, para la madre que nunca quiso ser madre.
Nemo te espera tranquilo en la puerta de casa y Kali duerme en la montaña de cojines de este día alegre y soleado. Es uno de esos extraños días en que creo que todo tiene la medida precisa. En alguien como yo, la medida precisa es complicada, así que empiezo a dudar de mi autoconocimiento; pero hoy, sinceramente, no me importa nada mi autoconocimiento y tampoco me importan los días tristes y sin memoria.
Pasta para comer. Llegará el Mediterráneo con sonido de agua hirviendo a la cocina: albahaca, orégano, ajo, aceite de oliva y parmesano... A veces todo esta más cerca de lo que creemos. El viaje es un extraño espacio que no tiene tiempo.
A veces, la medida de las cosas es un día soleado y cálido que huele al chillido de golondrinas donde suena la bossa nova y huele al plato de pasta que vas a cocinar.
Duerme en el sofá, descansa del ruido de la lluvia. No le gusta la lluvia.
B no esta ahora y la tarde ha navegado entre las letras de Cernuda. Entre lo que cambia y lo que sigue igual. Entre la nostalgia que queda del paso del tiempo entre los pliegues de la piel y la memoria dañada de una anciana, que reposa en un sillón demasiado grande para su minúsculo cuerpo. Sus huesos, cristales puros de tiempo. Tiene las tetas caídas y lucha por su dignidad quitándose el pañal. Recuerda una finca y un caballo, un padre y una madre pero no recuerda a los hijos y a los hijos de sus hijos.
El tiempo pasa tan deprisa cuando creces, el tiempo pasa tan deprisa. Duele tampoco, que es como el sonido del ruido de la lluvia que no le gusta a N mientras descansa en el sofá, ajeno al tiempo.
La voz de la chica rubia que nunca fui, suena. Y una flor por la que no pasa el tiempo me recuerda al tiempo que pasa por las margaritas blancas que trajiste este viernes.
El vestido de novia descansa en el armario de caoba de la que nunca perdió la memoria. El armario es la memoria de la casa. No hay armarios para toda la memoria donde cabe una vida. No hay armarios para esconder todos los sueños.Tengo un montón de sueños escondidos entre los armarios pero ahora no encuentro ninguno. Son cajas vacías de sueños y llenas de objetos. No recuerdo lo que quise ser, no recuerdo si alguna vez quise ser algo, pero todo esta ahí, dormido, guardado en las cajas llenas de objetos.
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Es todo tan fácil que me da miedo. Siento un pequeño vacío entre mis pies vestido de blanco y vestido de pena, es un vacío vestido de pena blanca.
Los sueños y el tiempo duermen en el lecho que construimos con ellos. Son pequeños depredadores. Son las sabanas de un gran almacén enredándose entre las piernas. Serpenteando un día de pleno verano entre el sudor epitelial.
Ayer busque todo lo que pude haber perdido antes de ir al centro comercial de las afueras. No lo encontré. Sentí una extraña pena ácida en la boca del estomago.
No hay sueños a los 37, no encuentro los sueños de los 20 cuando tengo 37. ¿Siguen dormidos o descansan al lado de N ajenos a la lluvia de esta tarde de Abril.?
Iré a casarme
pero no seré la novia.
Iré a casarme y
no habrá novio.
No habrá banquete madre y,
tampoco habrá vestido blanco de novia.
Iré a casarme sin padrino
tampoco tendremos madrina.
Iré a casarme y no tiraran confeti,
no tiraran arroz,
no habrá pétalos rojos en el suelo.
Iré a cansarme y el vestido
no será blanco,
no será un vestido largo,
no sera un vestido de encaje
porque madre,
no seré la novia aunque camine a casarme.
Iré a casarme
pero no habrá invitados formales
iré a cansarme
y no recogerá nadie el ramo más que la tumba
la tumba de la desmemoria
que duerme ahí,
a dos metros de tu cama.
Iré a casarme
pero no habrá familia
recuerda,
a todos los enterramos
a las afueras de este otro cementerio.
Iré a casarme descalza
caminando entre los musgos
con toda la educación a mis espaldas
ligera iré pero con peso.
Iré a casarme con cuidado
en silencio
no quiero despertar los sueños
los sueños, que recaen sobre mis hombros.
Vuestros sueños,
son pequeños cuchillos.
Iré a casarme de azul y negro
con las flores que hablan de desiertos.
Iré a casarme
mi amor es infértil a tus ojos
mi amor infértil, ira orgulloso a casarse
por el sendero blanco, por el sendero rojo
por el sendero que ya llevamos, amor.
Amor,
¿te casaras conmigo sin banquete,
sin confeti, sin arroz
sin pétalos de rosas en el suelo?
amor,
¿te casarás conmigo sin vestido
blanco, sin vestido
largo, sin encaje?
Amor,
¿te casarás conmigo aunque
no quiere ser novia?
Amor
en nuestra boda
no hay invitados formales
el ramo serán cactus y,
mi vestido será el color de la noche
el color de una noche de verano
con mar y vino.
Amor, ¿dormiremos
a las bestias cuando te cases conmigo o,
las despertaremos y serán Furias sedientas?
La teoría de la relatividad general predice que el espacio-tiempo no será plano en presencia de materia y que la curvatura del espacio-tiempo será percibida como un campo gravitatorio.
El tiempo no son los segundos, ni los minutos que marca el reloj; tampoco sé si son las magdalenas de Proust. El tiempo no es e/v. Tampoco el tiempo es la manera de contar los hechos cronológicos. No hay tiempo en la vivencia. El tiempo acontece en el momento que necesitamos narrar. Pero ¿necesitamos narrar?; narrar con palabras frases, acciones. Borges dice sobre la acción de narrar, explicando lo que se percibe con el ojo, que presenta el problema central, como un problema que es irresoluble: la enumeración, si quiera parcial,
de un conjunto infinito. Si en vez de en el acto de ver, lo ejemplificamos en el acto de vivir, para mi cabeza la complicación es semejante. Siento, oigo, huelo, veo a la vez y me veo en la obligación de compartimentarlo para poderlo explicar; de crear una ficción que, de una manera cronológica, exprese todo eso.
Para los griegos el tiempo tenía dos dioses diferentes: Cronos y Kairós. Uno era cuantitativo, otro era cualitativo. Uno representaría un tiempo cíclico (Kairós), el otro sería un tiempo concebido de manera lineal (Cronos). Supongo que el tiempo del que yo hablo, el tiempo que siento a veces, en esos períodos entre tiempo lineal y repetitivo que supone la productividad, es un tiempo cíclico y puede que no narrado. Sería como hablar de capricornio y piscis, si nos ponemos telúricos e inaprehensibles.
Esta Semana Santa hemos hecho demasiadas cosas, hemos visto demasiadas cosas. El tiempo se ha dilatado y encogido, se ha agrandado y se ha hecho pequeño. Se ha hecho tan pequeño como un chicle o la goma elástica de una falda. El tiempo lo he resumido en postales de instagram. Dice Kundera, en una frase de la exposición cuya comisaria es Lola Garrido, que la memoria no guarda películas, guarda fotografías. Es decir, la memoria no utiliza la narración propia del discurso -el tiempo-, sino que congela el tiempo. Con estas premisas -más poéticas que a lo mejor reales- siempre tengo muchas dudas, porque soy consciente de que no todas las personas almacenamos por igual las experiencias. Pero en mi caso es verdad. Mi memoria se ha canalizado como una foto de instagram: son recuerdos retocados con diferentes filtros emotivos. El tiempo lo he memorizado con colores: con el calor en la costa brava (naranjas, amarillos y olor a salitre), y Cantabria es el olor verde de la hierba y el agua erosionando las montañas que caen al mar. Una puesta de sol que recuerda lo inabarcable. El tacto de la arena y el color que tiene el mar (azul oscuro/azul turquesa), los mares. El tiempo es y ha sido durante día y medio, el olor a cloro de la piscina de la foto de Nemo paseando por su borde. El olor de la madera quemada de encina en la casa del padre y el sabor de esa encina en la mariscada. El dolor de estómago, agudo y la náusea, que es una foto de un retrete blanco y unos azulejos azul inmaculada. Regresar a casa y que huela a la última comida que cocinaste antes de irnos. La discusión a golpes entre las encinas sobre gestiones no resueltas que es el sol tornasolado de las hojas apuntadas como cuchillos entre nosotres. Después los nidos de algodón de procesionarias avisando las nuevas vacaciones salvadas del desatino y, en esas nuevas vacaciones, el agua como pequeños cristales cortándome los pies y la foto de las deportivas descansando entre rocas afiladas. El viento que ensordece. El nacimiento de un río. El olor a vacas. Todos los recuerdos almacenados como instagram, todo el tiempo volviéndose cambiante, unas veces extendido, otras comprimido, y el recuerdo de todo eso cubierto hoy, en este momento, por el espacio lineal y productivo que hace que el recuerdo se vuelva con ese sabor que tiene la nostalgia, con ese color sepia que tiene la nostalgia.
Algunas cosas en mi vida me han costado. Llegar a ser cómo y quién soy tiene muchxs deudorxs y tiene mucho de noche sin dormir, en vela y mucho también (no me quiero engañar) de risas y un humor del que creo carecer. Con una diagnosticada ansiedad soy quién soy y me encuentro cómoda con mi yo y mis herencias aunque esto no siempre ha sido así.
Hace poco, por otros motivos y agradeciendo a un grupo de personas que han movilizado la máquina postfordista que a veces soy -leído en términos de hacer/producir-, me encontré buscando información sobre transversalidades y arte. Acabé leyendo un texto de Gloria Anzalúa. Me sorprendió cómo el texto y salvando las diferencias que hay, y respetando esas diferencias, me encontré pensando en algo que tenía olvidado en esa metáfora, algo cursi y mainstream del baúl de los recuerdos. No sé si busqué mucho o poco pero después de leer el texto la prieta -que recomiendo-me encontré pensando en cómo en mi vida me han marcado dos hombres a modo de apellido. Primero el apellido, al principio abyecto, de mi padre y después el apellido de mi abuelo cedido por vía materna.
No es por engañarme pero si se conoce a los poseedores de los apellidos primeros, la herencia es herencia de hombre a hombre; son los nombres que hablan de los padres, nunca de las madres ni de las mujeres. Así que yo he tenido que admitir y matar dos veces a dos padres diferentes y asumir a una madre y a una abuela.
Mi primer apellido es un apellido poco común, es un apellido llamativo o eso me han hecho creer. Es Eslava. Nunca me nombre con él, nunca consideré que el apellido dijese nada de mí; yo que siempre he creído que me nombro en individual (un error muy común en una sociedad como la que vivimos.) La primera experiencia que tuve con él, que recuerdo tener con él, es que en la ciudad donde empecé a vivir con tres años, mi primer apellido era un apellido negativo, pues hacía referencia a los vascos o navarros y en una Castilla postfranquista eso era muy mal. Eso era una mancha, un signo de rebelde, de burra o de cabezota, un signo de opositor. Por otro lado, la familia de mi abuelo,de ideas claramente franquistas o afines al franquismo. Él era una persona importante en esta ciudad castellana, era un médico con renombre y de trato afable. Además, mi abuelo se ocupó de algunos de mis cuidados; se ocupó de irme a buscar al cole, de que tuviese los deberes, de preguntar y hablar con lxs profesorxs, así, que no sé de qué manera, el apellido del opositor se fue borrando de mi nombre y me nombraban como la nieta de. Después, cuando cambié de curso, de clase y de cole, decían el nombre y el primer apellido, mi apellido era el apellido de los esclavos, de los de afuera y así me lo hicieron presente continuamente algunas de las compañeras. Sufrí bullying y cuando una sufre bullying descubre que el exotismo no es exotismo, es ser diferente, ser un paria y eso siempre acaba pasándote factura. Odié al padre entonces y su apellido, odié todo lo que el padre representaba: ser extranjero, tener un idioma de pobre (creían que mi familia hablaba vasco , pero nada más lejos; la zona de mi padre es una zona muy media donde se hablaba castellano). Intenté pensar que mi apellido exótico, poco común y extraño era un peso, algo que me iba a dificultar durante toda mi vida. Así que suprimí la figura del padre, dejé de hablar de él, del trabajo del padre, un trabajo de agricultor. Dejé de hablar de la familia de mi padre y de su gran casa en un pueblo de un valle con nombre vasco. Solo era la nieta de. Cuando pasó el tiempo y tomé identidad social, identidad dentro del grupo, me sociabilicé sin padres, ni madres, ni abuelos ni abuelas, suprimí también la figura del abuelo y su apellido, era una identidad de derechas, de Franco, de una extraña aristocracia que apoyó cuando Napoleón a los franceses.
Todos y cada uno de estos pasos se mostraron en la firma: primero fui una letra A mayúscula de mi nombre y el apellido del abuelo materno, luego fui una Eslava y después me nombré solo con el nombre, el nombre sin la herencia.
Hace frío en la calle y no debería, y sinceramente no tengo nada que decir de tu sangre en la moqueta.
Ray Loriga
Cuando en Vogue ves que los viernes huelen a smells like teen spirit, los viernes dejan de ser viernes y nirvana pasa a ser otra cosa que no es lo que era cuando tenías dieciséis años.
La estética grunge se vuelve sorda y carente de significados posibles que tengan que ver con el descontento, el nudo en el estomago y los días de llovizna en una ciudad de la costa noroeste de estados unidos.
Soy hija de los noventa, fui adolescente en los noventa. Antes de todo, antes de las Dr martens y de quemarme el bajo de los pantalones con un mechero, de robar las cucharillas de café en los bares de las cinco de la tarde, yo era otra cosa. Parecida, pero otra cosa. Antes de ser hija de los noventa me compre unas botas de chupamelapunta que aún guardo en el baúl de casa de mi madre y me pongo los días de primavera.
En los noventa escuchaba la banda sonora del cuervo, las breeders, veruca salt y elastica. Me moría por Kurt y deseaba fervientemente ser Courtney, cuando todavía era bi. Pero en Vogue acaban de decir que los viernes huelen a smell like teen spirit y entonces los viernes dejan de ser los viernes de Ray, dejan de ser los viernes de caídos del cielo y de ser los viernes de todos somos ángeles y pasan a ser otra cosa. Pasan a ser a los viernes de la blogera de moda de Vogue y todo sabe diferente.
Me pongo en honor a esos viernes smell like teen spirit, me lo pongo varias veces, me lo pongo varias veces, me lo pongo varias veces...Hello, hello hello...
Los viernes son el día de venus, la diosa del amor y las prostitutas, la diosa que se simboliza como una paloma. Como la paloma del espíritu santo y los viernes se convierten en la herejía del cristianismo. Es el día metáfora de mis noventa como el sábado es la metáfora para los setenta.
Suena la voz de Kurt:
Hello, hello, hello,
a deniall
a deniall
a deniall.
La primera vez que la escuche, la primera vez que tuve consciencia de ella era un mediodía con sol, había clase por la tarde. No recuerdo de que era la clase no recuerdo si era para diseccionar a una rana o para el test de cooper. Como todos los días estaba en casa de mis padres, en el salón de su casa, entre y puse la tele. A esa hora, al mediodía, ponían en el plus un programa de los cuarenta principales, entonces llevaba unas botas de chupamelapunta y unos vaqueros muy ajustados negros. Y ahí estaban las converse, los calcetines blancos, los jerseys de rayas y la animadora tatuada. Todos eran zombies siguiendo el ritmo hipnótico del maestro rubio de ceremonias.
Me quede hipnotizada. Yo era otra zombi más. hello, hello, hello ...Y, a partir de ahí, todo dejo de ser lo que era para ser otra cosa. Entonces todo paso a ser las Dr martens, los 501 desgastados y quemados los bajos alguna tarde perdida en un local, los jerseys grandes comprados en la sección de hombres del corte inglés, paso a ser el sexo precoz y precario de los portales y de las casas de los padres que se iban de fin de semana. Paso a ser el subirme encima de los coches y gritar que eramos ángeles y príncipes. Paso a ser la orgía de hormona adolescente de cerveza, de tequila, de patatas fritas.
Pero ahora smell like teen spirit ha salido en la sección de Vogue de la bloguera de moda y todo parece un poco más mentira y todo el significado parece un contenedor vacío. Todo ese significado suena algo mas perverso, todo ese significado que para mi, y mi mitopóyesis tenía el Smell like teen spirit suena mas vendible aún, suena más canjeable que en los noventa y suena y huele a cualquier cosa que quiera parecerse a viernes. Y es entonces cuando descubres, cuando crees, que ese sonido es un sonido empaquetado y no sabes que demonios ha pasado para que todo este en la entrada del viernes de la blogera de moda de Vogue.
Ahora con el tiempo todo recuerda más a historias del Kroner, ahora con el tiempo, no tengo claro que la manera en que yo me apropie de aquello, que la manera en que yo creí que eso explicaba lo que sentía, explicaba lo que yo creía sentir, no ha ayudado a que en la entrada de este viernes de la blogera de moda de Vogue diga que los viernes huelen a smell like teen spirit.
Tradición, traducción y traición.
No sé. No lo tengo nada claro. Cuánto de lo que proyectamos de nosotros/as en los/las demás es nuestro o busca un estatus. Cuánto de lo que intentamos coger del otro/a no busca robar su alma, no busca robar su esencia, para olvidar la esencia de la que ha partido, para escupir y pisar la esencia de la que se ha partido. Copia de la copia para borrar el original pero ¿ha existido alguna vez el original de Smell like teen spirit?.
Es una de esas fiestas que saben a domingo triste y de finales de noviembre, pero es lunes y estamos a principios de febrero. El cielo amenaza con nubes de nieve y tú no estás, como todos los lunes desde hace unos meses. Pongo a Ferreiro. Ferreiro es como un día de lluvia con una taza de té caliente y alguien mirando un horizonte muy verde. Es un cliché de nostalgia burguesa y algo cursi.
Te echo de menos y aún queda el olor de tu colonia en el cuarto de baño.
He fregado los platos de la cena y las tazas del desayuno. He barrido la tierra que trajimos ayer del monte y Nemo duerme.
Queda la mitad de la tortilla que hiciste y tus calcetines aun están al lado de la cama. Sigue sonando la voz pastosa de Ferreiro y yo sigo echándote de menos.
A veces, se nos olvida todo el hueco que dejamos cuando marchamos. Es la presencia en la ausencia. La construcción del que se va en el hueco que queda, en todo aquello que ha tocado. Como si las epiteliales que perdemos fuesen un yo completo. Como los huecos que construyen la arquitectura barroca, la construcción a través del vacío, de la sombra. La construcción del cuadro sin la ausencia, la ausencia entendida como sombra ¿es posible?.
Un was tuyo con nieve. Con esa sensación de silencio, de estar sorda que tiene la nieve. Toda tan blanca y construyendo a través de un blanco que recuerda a la sombra de tu ausencia, al hueco desocupado que ha dejado tu presencia. Esa blancura se me antoja hoy, ahora, parecida a este echarte de menos que tengo hoy cerca de la boca del estomago. Lo sé soy algo dramática.
Suena esa playa tan famosa y llena de lluvia.
La mañana sigue pasando, he cambiado a Ferreiro aunque yo, sigo echándote de menos.
“Un cuerpo es el lugar que abre, que separa, que espacia falo y céfalo: dándoles lugar a hacer acontecimiento (gozar, sufrir, pensar, nacer, morir, hacer sexo, reír, estornudar, temblar, llorar, olvidar…)” (Nancy, 2003: 17).
En mi vida tengo varios alteres egos que, en determinados momentos, me construyeron o me destruyeron o, simplemente, me representaban como potencia y no como ser o como las dos cosas juntas. No sé muy bien cómo y por qué elegimos a los alteres egos o si son ellos los que nos eligen a nosotras a través de extraños movimientos telúricos o, quizás sísmicos pero así es; ocurre, nos proyectamos y elegimos. Nos fragmentamos en pequeñas porciones de nosotrxs mismxs a través de los diferentes alteres egos, a través de los diferentes momentos que nos atraviesan y a los que atravesamos. No creo que el alter ego sea menos nosotras que nosotras en cuanto a espacio físico ocupado. Es como decir que lo que pensamos es menos nosotrxs que el movimiento que hacemos con la mano para acercar ese vaso de agua. ¿Es posible que el ser humano sea un ser fragmentado?.¿Es posible que seamos muchos seres en un solo cuerpo y muchos cuerpos en un solo espacio?. ¿Es posible que todo esto dependa de las proyecciones que leemos y nos leen?
Hay gente que siente que es en tanto que ha elegido y en tanto que puede hablar de aciertos en su vida. Otras personas se crean entorno a lo que nunca han podido ser y han fracasado; son como los polos opuestos que a grandes rasgos se narran. Pero, a veces, esas narraciones son insuficientes o están tan polarizadas que parece que tenemos que elegir y triunfar o elegir y fracasar.
No creo que seamos algo tan polarizado, siento que es algo mucho más fluido en el ser y somos en tanto a lo que elegimos y en tanto a lo que rechazamos, somos también en tanto a lo que no podemos llegar a ser.
Cuando puse el nombre a este blog, sentí que el no haber sido rubia me había marcado. No sé si más o menos que ser morena, pero la construcción de lo que queda en torno a esa carencia y a la decisión empoderada de no querer ser rubia, supongo que crea cierta consciencia que va construyendo una identidad y se construye en torno a lo que es y a lo que no es, en torno a una identidad que está en un extraño límite y que implica una consciencia y que se asume, según mi experiencia, primero con el orgullo de la que enseña la herida en el combate y después, simplemente con esa extraña sensación de recogimiento de encontrarse con lo que conoce. Como cuando llegas a casa después de vacaciones, y entras y llega el olor de todo lo que has vivido y sonríes mientras dejas las maletas y empiezas ha hacer que la casa viva a través del espacio que vuelves a ocupar. Es una sensación agradable, es más, es una sensación reconfortante.
Pero hay muchas más cosas que puede que quisiera ser y no soy y me han construido, pero es cierto que soy de las que sienten que una vida no es suficiente para vivir todas las vidas que caben dentro.
Una vez explicado, he decidido rendir un homenaje a todo aquello que me ha construido tanto por ser elegido como por verse incapaz de ser, insuficiente para poder ser, dentro de mis propias limitaciones y dentro de mis propias decisiones.
Quise ser, antes que rubia; quise ser médico con fonendoscopio y auscultando pulmones y firmando recetas y quise que nadie pudiese entender mi letra. Quise ser también una mujer encerrada en un castillo en pleno valle de Blackmore. También quise ser secretaria de un detective privado en una novela negra y tontear con él sabiendo que nunca iba a ser elegida. Quise ser gata siamesa para dormirme entre cojines y subir por los tejados. Mary Poppins y ladrona de guante blanco. Directora de una galería de arte e ir siempre vestida de gris con unas sandalias de tacón rojo que encontré un verano en unos grandes almacenes. Quise ser submarinista para encontrar tesoros dentro de galeones hundidos. Leer idiomas antiguos dentro de la biblioteca de Helsinki. Pronunciar muchas veces Helsinki. Helsinki, Helsinki. Tener una guitarra y la voz de alguien que parece estar agarrada a una cornisa con una sola mano. Enamorar al chico de la portada del libro cuyo titulo es una canción del 77.Quise ser también vampiro y vestir siempre de negro. Deseé por un instante vivir la vida de cualquier persona que estuviese esperando en la parada del autobús. Quise ser bailarina de claque con frac. Fumar de esa manera tan elegante. Tener en los labios el reflejo del metal y las rodillas sucias. Quise también ser jinete y perderme en un bosque completamente mágico lleno de ciervos y búhos. Ser la noche entera y el azul más oscuro que puedas imaginar. Escribir libros tan apesadumbrados que todo el mundo llorase nada más cogerlos, nada más leer la primera línea. Quise ser triste, tan triste como un final de feria o un confeti en el suelo. Quise ser luz ténue, escribir novelas complicadas y muy intelectuales. Ser Nana Kleinfrankenheim. Ser la niña que se enamora de un fantasma y la misma niña que tiene nombre de día de la semana y supe que, al querer ser todas y cada unas de estas cosas que no fui, tenía que buscar la manera de poder tocarlas con los dedos; y para ello, para todas y cada una de estas cosas, decidí que cada vez que mandase cartas nadie entendiese mi letra; que mi valle fuese mi casa; tener las gafas de la secretaria a la que nunca hacen caso; tener un sofá lleno de cojines del IKEA; ir a trabajar con un gran maletín; apuntarme a un bautismo de submarinismo y descubrir que me agobia el peso de la bombona; tatuarme cosas con letras antiguas; ir a todos los conciertos de alguien que tenga la voz de estar agarrada en una cornisa; descubrir que nunca quise enamorar al chico de esa portada porque, lo que en realidad quería era escribir como ese chico de esa portada. Que mi vampiro era vegetariano; que el frac me sienta muy mal y que los zapatos de claqué se parecen a los zapatos de cordones de la secretaria. Que el color de labios que más me gusta es el color rojo. Que el freno les molesta mucho a los caballos y que los bosques, para que sean mágicos, hay que protegerlos; que la noche entera es más corta en verano y que me encanta que sea verano. Que los libros tristes pueden ser escritos por una persona alegre, que el corte de Nana no me queda nada bien un lunes por la mañana y que los fantasmas no son nada divertidos.
Porque, en realidad, en el momento en que todas estas ficciones, todas estas narraciones, pasan al umbral de lo común, como si fuesen cenicienta a las doce de la noche, se vuelve anodinas y sólo nos queda el reflejo de un zapato que, en vez de ser de cristal, es de un maravilloso metacrilato.